32: Confesión

11.5K 623 67
                                    

Gabriel estaba sumergido en el agua, dormido, como en un estado de congelación, tenía aún la herida en su hombro. Eliot dudó unos segundos, preguntándose qué podía hacer. Ese líquido parecía ser diferente, tocó la superficie, la llenó de su luz y todo brilló. Gabriel abrió los ojos y el agua salió expulsada con violencia del manantial. Eliot se hizo para atrás por la sorpresa.

Gabriel tosió un poco e intentó ponerse de pie pero no pudo. El riachuelo empezó a llenar el manantial lentamente, con verdadera agua del río.

—¿Cómo llegaste aquí? —preguntó reacio.

—Buscándote, te he buscado por toda la rivera. Tenemos que salir de aquí rápido, este lugar me da mala espina.

—Si así era, ¿por qué entraste? No debiste entrar. —Eliot frunció el ceño. El rubio estaba vivo de milagro y no parecía importarle—. No hay salida… ya he buscado. Este lugar ha absorbido mis energías, nuestros poderes no le hacen daño.

—Debe haber una, tú estás débil, por eso quizá no has podido buscar bien. Vamos.

Lo ayudó a levantarse y empezaron a caminar buscando una salida. Gabriel estaba muy débil y agotado, tropezó y cayó, Eliot lo ayudó a levantarse de nuevo.

El ojiazul lo miraba confundido. ¿Por qué le ayudaba? No le debía nada.

—Ella está bien —contó Eliot sorprendiéndolo.

—¿Eh?

—Jadi… Ella nunca perdió las esperanzas de que estuvieras bien.

Gabriel miró a otro lado. El castaño tensó los labios. ¿Pero qué estaba hablando? Pero claro, aunque no lo digera, seguramente sí le importaba.

La cueva tembló apenas y Gabriel se alarmó.

—Vete… busca tú la salida, conmigo no podrás.

—¡Ya te encontré, no te dejaré aquí!

—¡Morirás, imbécil! —Eliot lo miró muy enojado—. A la cuenta que ya morí, esta cueva no me dejará, tú aún puedes salvarte.

—¡Imbécil tú! —Jaló al rubio a la fuerza y echó a correr—. ¿Acaso no entiendes? ¡Hay alguien ahí afuera que se pondría muy triste si algo te pasa! —le recriminó—. Ella no te olvida, al menos considera eso.

Escuchó un extraño ruido que se aproximaba.

—¡Esas cosas te atacarán!

—¿Qué?

Aparecieron volando de entre la oscuridad unos bichos parecidos a escarabajos negros gigantes. Eliot les lanzó trozos de tierra, pero eran demasiados y venían más en camino, los empezaron a atacar. El enjambre era inmenso, pasaban golpeándolos con sus duras corazas al vuelo, con sus duras y grandes patas. Eliot podía sólo golpear a algunos y ya los estaban hiriendo, hasta que una fuerte luz los espantó.

Gabriel había formado una inmensa esfera de luz y esta había ahuyentado a los bichos, pero lo había dejado muy débil. Cayó agotado y más bichos empezaron a escucharse a lo lejos. Eliot cargó al rubió sobre su espalda ya que no reaccionaba, y empezó a correr. Llegó a un lugar en la cueva donde parecía no haber peligro, lo recostó y empezó a curarlo con la luz blanca. El chico abrió los ojos y lo apartó, impidiendo que siguiera.

—Tonto, no gastes tu energía, yo también puedo hacerlo.

—Estás muy débil.

—¡Ya te dije que por eso te vayas!

Eliot suspiró.

—¿Cómo has hecho para estar vivo todo este tiempo? ¿Has estado usando tu luz para curarte?

Dos MundosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora