-Estas loca, como lograste descubrir cual era su celda Ingrid- Dijo sorprendida Emilia
-Tengo mis métodos querida, y mi victima fue muy... cooperativa- La sonrisa picara de Ingrid lo decía todo, eso y el labial ligeramente corrido de su labio inferior.
-Entonces ¿tengo que caminar por ese callejón de ahí?- pregunto no muy convencida la joven pero su amiga la animo.
-Si, pero ten cuidado cuando llegues al final giraras a la izquierda, es la quinta ventanilla así que ve... anda ve y rápido por que según escuche lo cambiaran a otra celda en cuanto llegue un tal Epsson.
Emilia alzo ligeramente la falda del vestido para que no se le fuera a ensuciar y camino por el camino que Ingrid le habia dicho. Cuando llego al final, giro a la izquierda y comenzó a contar las rejas de las ventanas hasta que encontró la que quería, estaba bastante alta - considerando que ella era algo pequeña- así que miro por todos lados hasta que dio con una rejilla de madera, estaba algo podrida pero esperaba que aguantara su peso y pudiera usarla para alcanzar la ventana.
-¿Pero que demonios estoy haciendo?- se preguntaba a si misma mientras arrastraba la rejilla- definitivamente estoy loca, veamos ¿por favor no te rompas?- y con mucho cuidado se subió en ella.
A duras penas pudo alcanzar a asomar la cabeza, no podía ver muy bien por lo que se paro de puntillas para tener mejor perspectiva pero no veía a nadie por ningún lado, a lo mejor le habían pasado mal el dato a Ingrid y el duque no estuviera alli... o a lo mejor ya lo habían llevado a otro lado. Para colmo la rejilla trono ligeramente haciéndola soltar un gemido de susto obligandole a sujetarse mejor; apunto estuvo de bajar cuando escucho una voz ...
-¿Quien anda ahi?- pregunto Edmond al escuchar un ruido afuera de su celda, habia estado pensando en como salir del lugar cuando escucho -lo que parecía ser- un gemido de mujer. Se incorporo de la "cama" de piedra y se subió a ella para asomarse y ver que es lo que pasaba.
En ese momento Emilia alzaba la cabeza mientras Edmond pegaba su rostro a los barrotes; el encuentro de sus miradas los agarro por sorpresa a ambos y de inmediato el corazón de los dos comenzó a palpitar tan fuerte como los cascos de un caballo a galope.
Edmond no podía creer lo que veía, así que froto sus ojos con las manos para cerciorarse de que no era un sueño y que en verdad estaba viendo a lady Emilia frente a él. Traía el cabello recogido y escondido bajo un sombrero negro, no podía ver bien el color del vestido que usaba por que tenia encima una capa negra, pero lo que si pudo distinguir, fue lo hermosa que le parecía en ese momento. Por otro lado, Emilia contemplaba con horror el ojo hinchado y negro y su labio partido, al igual que las mangas de la camisa manchadas de sangre, el cabello desordenado y un golpe más en una de sus mejillas... en definitiva, no era el hombre que la noche anterior le habia besado entre los rosales.
-¿Que fue lo que te hicieron?- Emilia llevo su mano enguantada instintivamente al golpe de su mejilla sin percatarse de que le habia tuteado.
-Se ve peor de lo que es, ¿Que haces aquí Emilia? - también el la habia tuteado mientras disfrutaba de la leve caricia.
-Yo... bueno... es que... no lo se- y era verdad, ni siquiera ella sabia- tenia que verlo y comprobar con mi propios ojos lo que...
-¿Lo que dice la gente?... ¿que mate un hombre y que lo destroce a golpes?- dijo molesto y con sorna cortando el contacto con la mano de ella- y bien "Lady von Hallen" ¿ya sacio su curiosidad o desea que de una vuelta para que pueda contemplarme mejor?
-¿Disculpe? ¡yo no vine por curiosidad! y es usted un bruto por pensar eso. ¿Sabe que? la única bruta soy yo por preocuparme por usted - respiro profundamente sentía que algo en su interior se comprimía por la actitud del hombre, y es que no entendía como es que de un momento a otro le hablaba en ese tono sarcástico
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El Duque de Hielo (1° Saga corazones traicionados)
Ficción históricaEL DUQUE DE HIELO La vida del duque de Weilburg no había sido nada fácil desde que murió su padre; había descubierto que no podía confiar en nadie, ni siquiera en la persona que se suponía debía protegerlo y amarlo. Desde ese momento se obligó a con...