20- Quedate conmigo.

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LAIA:
Ya era viernes, pase toda mi mañana cuidando a Katie quien estaba cada día más depresiva, en el instituto había amenazas por donde mirarás, ella estaba siendo acosada por culpa del idiota de Cameron quien aún sabiendo lo inocente que es Katherine se aprovechó de ella para tener sexo pero no solo eso, él la grabó, es un maldito depravado y espero no verle su cara de imbécil porque lo va a lamentar.

Salí de la habitación de Katie, ya eras cerca de las tres de la tarde, debía ir a hacer el trabajo a la casa de Francisco. Suspire frustrada tomando mi botella de agua, mi mochila y saliendo de casa cerrando con llave.

Camine durante más de media hora hasta llegar a la dirección que él me había dado, y justo cuando estaba a una cuadra el cielo se hizo pura luz, un maldito relámpago, luego sentí gotas caer sobre mi así que me apresuré a correr hasta la casa del idiota, me pare frente a una puerta blanca gigante, con un jardín realmente espacioso y hermoso delante. Pase junto a las flores pasando por el pasillo de cemento en medio. Antes de tocar timbre chequee mi atuendo, tenía toda la ropa y la mochila mojada. Maldición.

Necesitaba una ducha y un cambio de ropa en este mismísimo instante, pero estaba frente a la casa de el idiota, ya no podía regresar.

Toque el timbre y esperé unos minutos hasta que se digno a abrir.

La puerta se abrió mostrandome un Francisco con un jean, descalzo y con su fornido torso libre de ropa, o dicho mejor sin camiseta.

Lo mire de arriba a abajo y cuando llegue a su cara devuelta vi su estúpida sonrisa burlona, me dio ganas de borrarsela de un derechazo, pero me contuve.

—¿Te gusta lo que ves, linda?—Pregunto conservando su estúpida sonrisa burlona, reaccione y lo mire mal.

—No, he visto mejores— mentí señalando su torso.

—¡Oh si claro!— dijo sarcástico— ¿Qué paso gatita, estabas entusiasmada por venir?—Pregunto, yo fruncí mi seño indicando confusión.

—¿Que dices?—interrogué.

—Estas una hora antes—afirmó mirando el reloj de su muñeca.

—¿Que? No puede ser— dije.

—Si, gatita, son las dos—dijo con su sonrisa burlona.

Mire mi celular, marcaba las tres, pero el levantó su muñeca y el suyo marcaba las dos y tres minutos.

Mierda.

—Lo siento, volveré luego, tengo que ir a bañarme de paso—Dije volteando y caminando fuera de su jardín principal, pero una mano en mi brazo me impidió continuar mi caminata de regreso.
Gire para ver que quería el Idiota.

—¿Que es lo que quieres ahora?—dije fastidiada.

—Quédate conmigo—dijo, eso pareció más una orden.

—¿Que? ¿porque?

—Podemos adelantar el trabajo— me observo con sus ojos grises suplicante. Sonreí de lado.

—Pídeme por favor—Dije riendo. El levantó una ceja, por un momento pensé que me mandaría al demonio pero para mi sorpresa se arrodilló frente a mi.

—¿Por favor?— Dijo riendo. Tome su mano mirando hacia los dos lados, que vergüenza Dios mío.

—Si, ya, ya, pero levántate, deja de hacer el ridículo— dije ayudándolo a levantarse.

—Puedes bañarte aquí— Me guiño un ojos y eso borro mi sonrisa.

—Ni en tus sueños, olvídalo— conteste.

—Eso lo veremos— Dijo tomándome de las rodillas y cargándome como si fuera una bolsa de papas, el me llevo dentro de la casa

Comencé a patalear y a gritar que me baje pero él ya había entrado a su casa y me había sentado en su sillón. ¿Que acaso no había nadie que escuche mis súplicas en esta casa? ¿Sus padres quizá?

Esta casa si era lujosa, que pensamiento más oportuno Laia, prácticamente te acaban de secuestrar y tu solamente piensas en lo lujosa que es la casa.

—¿Donde están tus padres?— Pregunté, insolente, ante la curiosidad.

Él me observo, sus ojos se volvieron fríos de repente. Vi dolor en ellos así que decidí no insistir.

—Puedes bañarte en el baño de invitados— dijo cambiando de tema. Lo mire con una ceja levantada.

—Te dije que no lo...— intente decir pero nuevamente pude ver como me cargaba y me llevaba hacia lo que supongo sería el baño, maldito idiota.

—Cállate o me obligarás a bañarte— dijo, yo levante mis manos en señal de rendimiento. Camine hacia el baño y abrí la ducha. Tome un baño realmente relajante. Este baño era increíble. Me coloqué una toalla al rededor de mi cuerpo colocando mi ropa completamente mojada tendida en una silla que había en la habitación.

Salí de la habitación con la toalla todavía anudada a mi alrededor. Si, lo sé, peligroso.

El verlo él se encontraba recostado en el sillón en el que me había tirado al principio, todavía podía verse la marca de mi cuerpo mojado en él. Al parecer a Francisco no le importó.

Camine hacia él, estaba boca arriba con su brazo bajo su cabeza, respiraba pesadamente, supuse que estaba dormido. Lo toque con mi dedo índice como si tuviera una enfermedad totalmente contagiosa.

Pero sentí su mano en mi brazo y tirándome hacia él, me agarro un pequeño infarto del susto, creí que estaba dormido ¿o realmente lo estaba? No lo sé, es algo confuso ¿será sonámbulo?. Caí sobre su pecho arrepintiéndome al instante de haberme acercado.

Quise salir de ese momento incómodo pero el me abrazó como si yo fuera algún tipo de osito de peluche, okay. Él seguía durmiendo, raro.

FRANCISCO:
Me desperté debido a unos fuertes golpes en mi pecho, creí que se trataba de Becca quien había descubierto alguna de mis muchas infidelidades.

Pero al abrir los ojos me lleve una gran sorpresa, agradable sorpresa. Laia estaba sobre mi, sabía que en algún momento ya no se resistiría a mis encantos y terminaría sobre mi. Sonreí de lado mirándola.

—Veo que no te resististe, gatita—Dije mirando sus ojos azules, los encontré sorpresivamente hipnotizantes. Ella frunció el ceño.

—Tu me atrapaste ¡pedazo de imbécil!— rugió furiosa. Reí ante su comentario, casi todas las noches era sonámbulo, pero jamás creí que haría esto con una chica. Jamás abracé a nadie, ni a mis padres en cuanto pude. La solté dejando que se parase de repente asesinándome con la mirada. No se porque hice eso, solo sé que necesitaba sentirla junto a mi. Fruncí el ceño ante ese comentario. Raro.

Solo es deseo, Francisco, relájate. Me repetí por millonésima vez en mi cabeza, es que nadie me ponía tanto como ella, jamás una chica me había hecho tener que abrazarla para conseguirla, para sentirla más cerca. Nunca jamás.

—¿Hacemos el trabajo?— Pregunto notablemente incomoda.

—Claro— conteste y subimos a mi habitación para concretar el maldito trabajo. Otra cosa. Jamás creí hacer algo en un trabajo práctico para impresionar a alguien. Vaya... realmente la deseo.

QuintillizasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora