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Finalmente, él confió en ella lo suficiente para desatar sus brazos y piernas. Ella era libre de caminar. Pero seguía encerrada en ese horrible lugar. Solo él tenía la llave para entrar y salir. Él la amarraba de nuevo cuando tenía que irse.

Amaba verla. Ella era su mascota. Era su juguete.

Lentamente, ella planeaba su escape.

100 Rosas AmarillasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora