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Él la torturaba. Eso era insoportable.

Cada vez que lo hacía, se disculpaba. Siempre decía que él nunca quiso hacerle daño, pero siempre la torturaba.

Era un sádico. Le gustaba lastimarla, pero al mismo tiempo odiaba hacerlo. La marcó, la cortó. tiró de su cabello.

Entonces, él le acariciaba la cara con sus manos y le limpiaba las lágrimas con culpa, pero amorosamente.

"Tú eres mía," le susurraba.

100 Rosas AmarillasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora