Capítulo 4

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Pidieron comida china y unas ensaladas para cenar, mientras esperaban por ello, se relajaron un momento, habían estado varias horas trabajando sin parar y ya comenzaban a sentirse entumecidos. Ambos tenían una sensación de intranquilidad e inquietud en el pecho, era algo incomprensible, desconocido e indescriptible, pero a la vez, se sentían bien, como si eso les generara cierta paz.

—Supongo que ya todos se habrán ido— comentó Kaitlyn para variar.

—Sí, me imagino que sí, o quizás no, no somos los únicos con mucho que hacer aquí y precisamente con este proyecto, todos los miembros de la junta directiva, tenemos trabajo para rato.

—Si, cierto.

Ninguno agregó nada más, solo se limitaron a intercambiar miradas y como ya era costumbre, se veían más de lo debido. Comenzó a llover con fuerza y desde donde estaban sentados, tenían una vista hermosa a las calles nocturnas y mojadas de New York.

—Eh... voy...voy al baño—susurró Kaitlyn nerviosa, ante aquella profunda y gris mirada, que la tenía a punto de derretirse.

El asintió y no dejó de verla hasta que salió de la sala.

—Dios—murmuró Christopher, recostándose en él respaldar de su silla y pasándose ambas manos por el rostro con cansancio y no precisamente por haber estado trabajando—. Dobló su cabeza hacía atrás, quedando con la mirada fija en el techo, cerró los ojos un instante y sintió el aroma de ella, negó de inmediato, él no podía estarse sintiendo así.

Mientras tanto, Kaitlyn, se elaboraba una coleta alta frente al espejo del tocador, estaba tratando de ganar tiempo y calmar sus nervios, Christopher provocaba múltiples sensaciones en ella, que solo lograban alterarla y desviar sus pensamientos a un lugar que no debía.

—Kaitlyn, Kaitlyn, por Dios, solo unas pocas horas más y te vas a tu casa—se alentó a sí misma—. Tranquilízate, no tienes por qué sentirte así, eres una profesional, concéntrate en el trabajo y solo en el trabajo, que nada ni nadie se distraiga.

Regresó a la sala de juntas creyendo estar más calmada con todos los ánimos y porras que se dio, pero bastó verlo aparentemente dormido en la silla, para que los nervios la volvieran a asaltar. Lo contempló unos segundos, más de lo permitido y de repente, este la sorprendió mirándolo, no fue capaz de desviar la vista, así se la sostuvo por un largo rato, hasta que inventó una excusa para romper el contacto.

—Parece que ya se tardaron con la comida —comentó ansiosa.

—Sí, supongo que el clima no ayuda mucho—contestó él, mirando en otra dirección, no quería incomodarla con su insistente mirada, pero, comenzaba a hacérsele imposible mantener sus ojos lejos de ella—. Creo que solo deberíamos de cenar y continuar nada más un rato, necesitamos descansar y guardar energías para todo lo que se viene después.

—Sí, yo también lo creo—convino ella.

Christopher se puso en pie para desentumir las piernas y se encaminó hasta el ventanal a contemplar la lluvia, tenía ambas manos dentro de los bolsillos del pantalón, su semblante era serio, pensativo y Kaitlyn desde su lugar, se atrevió a mirarlo a sus anchas, era tan galante, tan masculino, atractivo, apuesto, fascinantemente guapo, interesante e irresistiblemente prohibido, que no pudo controlar, unos pensamientos fuera de lugar y un tantito subidos de tono que la asaltaron. Se imaginó por un segundo, tocando despacio su fuerte pecho trabajado, acercando su nariz a su cuello para aspirar aquella fragancia tan varonil y exquisita que la desconcertaba y a él, sosteniéndola de la cintura, pegándola por completo a su cuerpo y luego, detuvo su imaginación por la dirección que estaba tomando, negó de inmediato y se regañó interiormente. Descansó ambos codos en la mesa y con sus manos, sostuvo su cabeza, necesitaba dejar de verlo y pensar así o él lo iba a notar y no quería pasar esa vergüenza.

—¿Te sientes cansada ya? —preguntó él, al verla así.

Ella alzó la mirada. ¿Cansada? Sí, lo estaba, pero no de trabajar, sino, porque últimamente, no podía controlar los absurdos pensamientos que se colaban en su mente a causa de él. Estaba cansada de sentirse como gelatina cada vez que la miraba y más cansada estaba, de sentirse justamente así, como no correspondía. Quería volver a sentirse como antes, precisamente, como era antes de conocerlo y eso ya lo veía medio imposible.

—Solo un poco, ya estoy acostumbrada a trabajar hasta tarde.

Él se giró por completo quedando de espaldas al ventanal y apoyó sus antebrazos en el respaldar de una silla.

—Bien, ahora sí creo que se han tardado con la cena.

—Llamaré al restaurante—dijo ella tomando el teléfono, pero justamente en ese momento, el aparato sonó y alguien de la recepción, avisó que el chico del delivery esperaba abajo, así que Kaitlyn autorizó de inmediato su ingreso.

Cenaron mientras discutían algunas cosas del proyecto, más tarde continuaron trabajando y evitando cualquier contacto visual, cuando dio la medianoche, ya bastante agotados, decidieron parar. Habían acordado solo trabajar unas pocas horas más, sin embargo, los dos hacían un gran equipo, tenían tantas ideas y se complementaban tan perfecto, que se les pasaba el tiempo volando.

—Quedamos en que nada más trabajaríamos un rato y mira, ya es de madrugada—opinó Christopher sonriendo.

—De hecho, sí, incluso creí que era mucho más temprano—respondió la castaña con una sonrisa acomodando sus cosas.

—Creo que somos unos adictos al trabajo.

—Estoy de acuerdo contigo, pero, ahora si realmente me siento cansada, nada más espero no dormirme mientras conduzco.

—Yo solo espero que mi chofer no lo haga, porque es muy probable que yo si me duerma de camino a casa.

Sonrieron.

—¿Nos vamos entonces? —añadió él.

—Vámonos.

Ella tomó el control y apagó las luces de la sala dejando todo en penumbras, mientras él la esperaba con la puerta abierta, eran todo un caballero, ¿cómo no iba a sentirse tan atraída a un hombre así? Al pasar cerca suyo, sus cuerpos se rozaron levemente y sintieron un potente escalofrío recorrerles todo el cuerpo.

¡Santo Dios! Pensaron al mismo instante.

Llegaron al elevador y ahí por fin se despidieron, Christopher iba en su privado y ella tomaba el otro. Al estar cada uno completamente solos, en esos reducidos espacios, suspiraron con alivio, aquello comenzaba a parecerse a un calvario. Y así transcurrieron los demás días de esa semana, trabajando juntos siempre hasta tarde, sintiendo cosas que jamás habían experimentado, perturbados por la cercanía que a veces se ameritaba, no obstante, habían hecho todo lo posible para controlar esas absurdas emociones y mantenerse a raya con cualquier cosa que no tuviera nada que ver explícitamente con el trabajo. 

Irresistiblemente ProhibidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora