Capítulo 28

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Con la última conversación limaron asperezas y todo rastro de indiferencia, no obstante, la distancia seguía igual de marcada entre ellos. A pesar de que Kaitlyn ya no se sentía tan herida como en un principio, pues Christopher se había encargado de disipar sus dudas, se mantenía en la firme convicción, de que, separar a un hijo de su padre, no era una opción, no podía cargar con la culpa de eso toda su vida y menos, destrozar las ilusiones y la posibilidad de formar una familia, de una mujer enamorada, como lo estaba Camila.

La impotencia que sentía el empresario esa noche, estaba por acabar con él, ya no le quedaba ninguna esperanza, Kaitlyn le había pedido que no volviera a buscarla, o de lo contrario, se vería obligada a irse de la empresa y aquellas palabras habían sonado tan contundentes, que se asustó. Llegó a su residencia pasada la medianoche y el señor Miller, como si hubiese presentido que su hijo lo estaba pasando mal, se quedó esperándolo en su estudio mientras leía un buen libro. A la una menos un cuarto, escuchó unos suaves pasos cruzar el pasillo, en efecto, era Christopher, quien venía bastante ensimismado y cabizbajo, con las manos dentro del bolsillo del pantalón, la mirada perdida, los ojos enrojecidos y un poco inflamados, eso provocó que el corazón de su padre se encogiera.

—Christopher, hijo—lo llamó en voz baja, para no asustarlo.

—¿Papá? ¿Qué haces todavía despierto a esta hora? —preguntó el empresario un poco perdido y confundido.

—Estaba esperándote—le hizo saber este, preocupado por su estado.

—¿Sucedió algo? —se preocupó el castaño, de que algo hubiera pasado en su ausencia—. ¿Está bien mamá? ¿Max? —sonó un poco alterado.

—No te preocupes, ellos están bien, descansando— lo tranquilizó y lo vio suspirar con alivio. —Ven, entremos a mi estudio, me gustaría hablar contigo.

Christopher lo siguió sin rechistar y se sentaron frente a frente en unos finos sillones de cuero marrón oscuro.

—¿Papá? ¿Hay algún problema? —insistió, al ver que su progenitor no decía nada.

—Sí—afirmó entonces él— y me parece que uno muy grave—añadió.

—No comprendo, explícame qué sucede, por favor.

—Creo que quien tiene que explicarme eso, eres tú, hijo, no yo—demandó sereno—anda, dile a tu viejo padre, que es eso que te preocupa tanto y que claramente, te tiene mal.

—No estoy preocupado, papá, solo estoy cansado—mintió, sintiendo que sus fuerzas no le daban para más.

—Christopher, soy tu padre y te conozco desde que eras un bebé diminuto, al que perfectamente podía cargar con una sola mano ¿lo olvidas? — Yo te vi crecer, te enseñé a caminar, te cuidé junto con tu madre cuando enfermaste, has vivido veintiocho años conmigo bajo el mismo techo, no vas a venir a decirme que todo está bien contigo, cuando tú y yo sabemos que no es así, ¿acaso no te he dado la suficiente confianza para que recurras a mí cuando algo anda mal? —le cuestionó.

Los ojos de Christopher se llenaron de lágrimas.

—Por supuesto que sí—aceptó bajando la mirada, cuando sintió que las lágrimas habían comenzado a resbalar y a mojar sus mejillas. Un sollozó ronco brotó de su garganta y el señor Miller angustiado, se levantó de su sitio y se sentó a su lado.

—¿Qué pasa, hijo? ¿Qué es eso que te tiene tan mal? —quiso saber.

El magnate se quedó varios minutos en silencio, el llanto no le permitía hablar y los espasmos de su cuerpo tampoco, se sentía avergonzado de desarmarse así ante su padre, ese hombre que le había dado siempre amor y cariño y una de las personas en las que más confiaba en el mundo. Sintió sus cálidas y suaves manos masajearlo en la espalda y eso lo reconfortó un poco.

Irresistiblemente ProhibidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora