Capítulo 8

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Los días pasan y cada vez me siento más culpable, no intercambio nada más que solo mensajes con Ian, pero cada vez me siento preocupada, enamorada y decepcionada al mismo tiempo.

— Rose... ¿te pasa algo? – pregunta James, me pongo nerviosa y miro a otro lado.

— No – contesto tratando de disimular.

— Rose, no te conozco de una noche – dice.

— Lo sé, pero no pasa nada – digo, meto las manos en los bolsillos de mis pantalones.

— Oye Rose ¿me ayudas? – pregunta Jamie mientras me da a cargar a su pequeño.

— Claro – respondo.

Nathaniel es hermoso, me encantan sus ojos, cada vez que acerco mi dedo índice a su boca sonríe, lo muevo entre mis brazos y eso parece hacerle gracia.

— Te vez hermosa de mamá – comenta James, su comentario me incomoda.

— Si, pero no – respondo.

— ¿A que te refieres? – pregunta.

— Nunca he querido tener hijos – contesto.

— Pero, mírate luces hermosa.

— Tal vez porque no lo parí – digo dándole la espalda.

— No lo dije para incomodar.

— Pues lo hiciste – digo un poco molesta.

— Rose, solo fue un comentario, no es como que vamos a tener hijos. – dice, definitivamente no vamos a tener hijos.

— No la hagas enojar hermano – dice Jamie, James levanta las manos a forma de rendición.

Tomo un taxi con dirección a la casa de Paul, los dejo un rato solos, espero no tengan ningún problema, me pongo a pensar por un momento como dejar a James, pero no encuentro ningún plan lógico, mis planes y pensamientos desaparecer con el tono de llamada de mi celular.

— Rose... ¿Cómo has estado? – pregunta Ian.

— Bien – contesto.

— No te portes tan seca, nadie va a creer nuestro repentino amor.

— Ian...

— Sé que me vas a pedir tiempo, pero eso es lo que menos tengo. – responde.

— ¿A que te refieres? – pregunto.

— Nada, solo que es mejor que hagas las cosas a prisa.

— No es fácil, además... aún no tenemos ningún acuerdo.

— Sé que puedo creer en tu palabra.

— Si – respondo.

— Perfecto, en cuanto llegues a Nueva York nos pondremos nuevamente en contacto, necesitas solucionar muchas cosas o mejor dicho, necesitamos.

— Está bien – digo.

— Te mando un beso – dice mientras hace el sonido de uno.

— Igual – respondo, su acto me hace sonreír.

— Hasta pronto.

Miro entre las calles y digo:

— En la esquina, donde está el taller – indico y el taxista asiente.

— Es usted la clienta menos platicadora que he tenido en toda la vida – dice el taxista.

— Quizá si le cuento mi vida se sorprenda mucho – respondo y sonríe.

SEDÚCEME COMO NUNCADonde viven las historias. Descúbrelo ahora