Roberto Aguilera
Miraba pensativo los papeles que tenía encima de la mesa de su casa, pensaba que comenzaría a dedicarse a otra cosa, ya estaba cansado de ese trabajo, ya no le gustaba como antes. Se dedicaba expresamente, a investigar a personas, las vigilaba, espiaba sus movimientos. Ejemplo las mujeres lo contrataban para poder espiar si sus maridos le eran infiel, cuestión que dicho sea de paso, lo eran en su mayoría, por el sólo hecho de ser contratado. Ninguna mujer era tan estúpida como para sospechar algo, y luego no fuera cierto. La única vez que una mujer había fallado en su intuición, había sido que sospechaba de las compañeras de trabajo, cuando era de un compañero de trabajo de su esposo.
Pero finalmente todas las sospechas resultaban ciertas, como cuando comenzó... las fotografías delataban el acto de adulterio, don Robinson le caía bien, era su vecino, pero doña Edelmira le había suplicado por semanas, enviándole lasañas recién preparadas, que hiciera de espía con su marido. Y así fue como doña Edelmira se encargó de hacer voz del laborioso trabajo de su vecino, le molestaba al principio, pero ahora ya no había nada que hacer. Las mujeres le pagaban suculentos bonos para que no le faltara nada en su misión, y no faltaba la que entre sus brazos sollozaba por la infidelidad de su amado esposo, siendo infiel con él.
No con todas por supuesto, mantenía su profesionalismo. Pero se había cansado de buscar mujeres, por eso prefería las que llegaban a tocar su puerta, o le llamaban para contratar sus servicios. Fue en esa ocasión que conoció a Melina, una argentina rubia de unos veintiséis años, que se había casado con un millonario dueño de una automotora, y a los cuatro meses de casada se dio cuenta que le era infiel. Cuando le mostró la evidencia, se lanzó a sus brazos predispuesta a hacer lo mismo que su marido. Mantuvieron una relación oculta por ocho meses, hasta que llegaron unos matones a la puerta de su casa y le dieron una golpiza que prefería olvidar para el resto de sus días. Roberto no volvió a cometer ese error, así que mantenía sus relaciones con un máximo de tiempo, las aprovechaba al límite, eran muy sensuales las mujeres con un poco de rencor. Algo dentro de ellas explotaba, por mucho tiempo se dedicaba a escribir de ellas. Eran su mayor deleite, las mujeres de distintos cuerpos, caracteres, personalidades, todas tenían algo que entregar. Y eso le encantaba, ya que su cuaderno ya parecía libro, tenía una secuela de escritos donde imprimía los actos que mantenía con las mujeres más deslumbrantes que conocía.
Roberto se asemejaba más a un hombre solitario, tranquilo, maduro, e inteligente. Sus años dejaban ese recorrido, tenía treinta y ocho años, ya mayorcito decía su encantadora madre. Pero que debido a su estresante anterior trabajo, jamás quiso entablar una relación seria con una mujer, uno porque jamás había sentido algo especial por ninguna. Y lo otro era que su trabajo era demasiado arriesgado, su cuerpo tenía las huellas de lo duro que era todo. Arriesgar su vida era poco para lo que pasaba con un detective encubierto, que había tenido que jubilar a temprana edad, debido a un balazo recibido en una persecución a una banda de tráfico, y que lo había mantenido en coma por más de dos meses. Fue custodiado todo el tiempo, hasta que se encontró a la banda completa. Huyó de la ciudad, y volvió a donde había nacido. Su tan querida ciudad de Viña del Mar, allí había conocido a todas las personas que ahora lo rodeaban, sus vecinos y un listado de mujeres desesperadas. Todas sabían que debían mantener su nombre en el completo anonimato, y ninguna le había defraudado. Hasta el momento. Lo que sí pudo mantener en el completo anonimato fue su nombre, todos le conocían por Javier, ocurrencia de Edelmira. Así que tenía casi una doble vida.
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Atada al pasado [TERMINADA]
RomanceAntonella sólo deseaba un poco de libertad en su vida, su padre los había abandonado y se había hecho un hogar lejos de ellos. El orgullo la hizo huir, pero jamás imaginó que aquello destrozaría su vida, tanto que jamás volvió a ser la misma, ya no...