Antonella Edwards
Esa mañana estaba siendo un verdadero desastre, dos veces tuvo que devolverse a la casa, porque se le había quedado algo. Primero fueron sus medias que se rompieron tres veces, como si de un presagio se tratara la cosa, ese día sería horrible.
Cuando llegó a la empresa, lo primero que vio fue que su estacionamiento estaba ocupado, algún estúpido que quería fastidiarla. Estaba harta, se bajó furiosa en el último puesto vacío que quedaba, y caminó a paso rápido por la acera con sus tacones negros, y los archivos que llevaba. Necesitaba un café urgente, pero estaba por llegar a la entrada y volvió a mirar el porsche que ocupaba su estacionamiento privado. Y se quitó el tacón, y con un solo movimiento marcó un rayón en la puerta posterior al chofer. El furor que sentía no le hizo siquiera arrepentirse, por hacer algo así a un vehículo, nuevo y caro. Se puso sus gafas, suspirando y tomando fuerza para comenzar ese día de trabajo.
-Srta. Martínez.- se volvió al escuchar a Luisa, la recepcionista que venía caminando con un café en mano, y se lo estaba alcanzando.
-Luisa.- le dijo sarcástica, esa mujer nunca le había caído mal, pero tanta amabilidad le parecía extraño.
- Le tengo preparado un café, me di cuenta que viene más tarde de lo normal. Don Sergio ya está con el nuevo jefe...- dijo la rubia operada. Y Antonella se quedó pensativa, todo se trataba de la primera impresión. Debía sorprender a su nuevo jefe, aunque su trabajo era más que impresionante, debía dar un buen ejemplo. Era la única mujer trabajando en esa área, y no era fácil. Todos los días debía lidiar con el acoso de hombres, no era fácil ser tan llamativa. Cuando aún vivía en Valdivia parecía que nadie la miraba, ahora todos los ojos hasta de mujeres se volvían a repasarla. Medía un metro setenta y ocho, su pelo castaño brillante, sus ojos rasgados... todo literalmente llamaba la atención. Le sonrió cordial a Luisa, y se dirigió al ascensor.
Cuando llegó al piso, entró por el pasillo que llegaba a su oficina, era un pasillo que estaba en medio de todos los stand y era inevitable que ahora llegando tan tarde como el inepto de Raúl, encargado de recursos humanos, todos la estuvieran mirando fijamente, al final del pasillo estaba Sergio con un hombre a su lado, era tan alto que su jefe quedaba dos cabezas abajo, pero debajo de las gafas nadie se percató de su expectación. Conocía a ese hombre, pero no lo recordaba claramente, seguramente una vez había ido al club nocturno. Solía tener encuentros con ese tipo de hombres, e insondable negaba su similitud con la mujer de cabaret que bailaba arriba de un caño. Si algún día alguien se llegase a enterar lo que alguna vez hacía, sería devastador. Ya que la mayoría en su núcleo eran unos machistas, retrógrados, que lo único que recordarían sería eso. Decidida a llevar a cabo esa presentación, siguió segura caminando. Fue interrumpida por el baboso de Julio, que le quería ayudar. Le contestó tajante, y continuó su camino. Miró aquellos ojos pardos, y se percató que estaba mirándola fijo. Se puso nerviosa ante el gesto, pero como siempre inmutable ante el resto, nadie notaba esos detalles. Alcanzó su mano y fue inevitable el revoltijo de emociones que tuvo al sentir su mano, y como un Flash back se vino a su mente el episodio de hace más de diez años atrás. Era imposible que ese hombre estuviera ahí, pero era real, no era producto de su imaginación. Sintió un nudo en su estómago, y los deseos de vomitar fueron incontenibles. Respiró profundo, y trató de mantenerse implacable en su lugar. Sobre todo después del saludo malintencionado del "Sr. Montero".
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Atada al pasado [TERMINADA]
RomansaAntonella sólo deseaba un poco de libertad en su vida, su padre los había abandonado y se había hecho un hogar lejos de ellos. El orgullo la hizo huir, pero jamás imaginó que aquello destrozaría su vida, tanto que jamás volvió a ser la misma, ya no...