Capítulo 20.

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Capítulo 20. California.

Abby.

Dirijo mi mirada por veinteava vez a Nico, que duerme apoyando la cara en la ventana del tren. Ruedo los ojos, ¿cómo puede dormir tanto? Llevábamos varias horas de viaje, y él había estado dormido desde el minuto cero.

Jason, a mi lado, también roncaba, pero él acababa de dormirse. Miro a los lados, y compruebo que todos los demás también duermen. Ya había anochecido, el día se me había pasado muy rápido, y eso no es que fuera realmente bueno.

Cuando salimos atropelladamente del refugio, apenas nos dio tiempo de avisar a nadie. Por suerte, pillé a Tori a tiempo, y le dije que fueran al Campamento Mestizo donde estarán seguros. Parecía que le convencí, y por la seguridad de todos los semidioses que estaban allí metidos, esperaba haberlo hecho.

Miro por la ventanilla, pero no hay nada nuevo en el paisaje. Solo campo, oscuridad y estrellas. Mi mirada se pierde atravesando los largos campos de trigo, y me maldigo internamente por no tener nada de sueño. No había parado de pensar en todo lo que había pasado; en la charla, en el beso, en Portland, en Matthew, en el Olimpo, en Dylan, en Cassie, en los chicos del refugio y que pasaría con ellos, en mi casa y como estarían mis padres. Tal vez ese era mi problema, que no dejaba de pensar.

Recuerdo el beso y un cosquilleo vuelve a recorrer mis labios. Matthew me había besado, pero yo había pensado en otra persona.

No era tonta, sabía lo que estaba pensando, pero no iba a admitirlo. Admitirlo sería destruirle la vida, sería poner su vida aún en más peligro. Admitirlo sería un suicidio.

Me he pasado toda mi vida intentando alejar a las personas que quiero para evitar que le hicieran daño. He intentado alejar a todos, porque sabía que si los dejaba acercarse demasiado desparecerían como todos lo habían hecho.

Y ahora me encontraba en un tren a medianoche, de camino a rescatar un dios, y lo único en lo que podía pensar es en lo que me hubiera gustado que otro chico hubiera sido el que me hubiera besado hoy.

Alzo mi mirada de nuevo al cielo, y me fijo en una estrella amarillenta con un brillo peculiar.

—Lo siento mucho, Cassie. —Susurro mirando a la estrella, que como es obvio, siguió en su sitio, sin inmutarse. Lo que antes era mi amiga ahora es una esfera de gas ardiente a miles de grados. Tan enorme, tan distante. Me hacía sentir pequeña e insignificante, como cuando los niños se metían conmigo por ser huérfana.

Pero no era esa niña pequeña y asustada, no más.

—¿Insomnio? —Una voz ronca me hace sobresaltarme y volver a la realidad, estaba tan sumida en mis pensamientos que ni siquiera me había dado cuenta que Nico se había despertado.

Tiene el pelo desordenado—más de lo normal—, y una sonrisa en el rostro que derretiría todo el Polo Sur.

Le devuelvo la sonrisa, sonrojada por mis propios pensamientos asiento, desperezándome. Estar una hora sentada con las rodillas apoyadas en el pecho no es la mejor postura para la espalda.

—Ya, yo también tengo. A veces, hoy no. —Asiento, y apoyo los pies en la mesa que separa a Nico de Jason y de mí. Nico se levanta y desaparece por uno delos pasillos, para aparecer un par de minutos después con dos tazas.

—¿Qué es eso? —Pregunto.

—Chocolate caliente. —Me responde mientras me entrega una de las tazas. Sonrío divertida levantando una ceja, preguntándole silenciosamente un por qué. Él se encoge de hombros y le da un sorbo a su taza, por lo que decido hacer lo mismo.

La hija de Zeus. La Carcel De Los Dioses.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora