Capítulo 27.

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Capítulo 27.

Abby.

Una semana. Había pasado una semana desde que llegamos a Olympia, y aún no teníamos nada. Absolutamente nada.

Cuando llegamos, conseguimos alquilar un par de habitaciones en un pequeño hotel algo envejecido, y allí pasamos la noche. Al día siguiente, fuimos a Sylvester Park, encontramos el ángel e intentamos abrirlo de todas las maneras posibles. Nos pasamos varias horas allí, pero nada sucedió. A la mañana siguiente hicimos lo mismo, pero nada había cambiado en el ángel. Así estuvimos una semana entera, y al ver que se acercaba la fecha límite de la misión, y aún no habíamos rescatado a Hécate, empezamos a estresarnos.

Bueno, a esas alturas, empezamos a desear mandar al ángel de paseo, pero no desistimos. Se nos estaba acabando el dinero, y no podríamos pasar ni dos noches más en el hotel si queríamos comer.

Además, el ambiente en la ciudad comenzó a tornarse más extraño. El cielo estaba más oscuro que de costumbre, el frío y la niebla habían llegado demasiado pronto, la gente no salía mucho de sus casas, y las noches eran largas y frías.

El humor del grupo tampoco era el mejor, el clima y el estrés nos estaba afectando: estábamos más desanimados, irritables, decaídos, desganados y de mal humor. Las pesadillas nos despertaban en mitad de la noche, escenas horripilantes se repetían una y otra vez en mi cabeza.

Tal vez fuera por el ánimo del grupo en general, pero cada vez notaba a Nico más lejano a mí. Cómo si un muro invisible se estuviera empezando a formar entre nosotros, y no hiciéramos nada para impedirlo.

Hera se estaba volviendo más fuerte, lo podía notar. Las pesadillas eran más frecuentes, y eran todas lo mismo: monstruos reuniéndose, Hera alzándose, la tierra siendo destruida.

Una sensación extraña se empezaba a apoderar de mí. En las esquinas, en la calle, incluso estando sola...sentía cómo si me observaran. No podía evitar que mis vellos se pusieran de punta cada vez que tenía esa sensación.

Jason intentaba parecer fuerte, intentaba disimular su preocupación, pero conmigo no funcionaba. Sabía exactamente cómo se sentía, porque así me sentía yo; pero a diferencia de él, a mí no se me daba tan bien disimular.

Los recuerdos volvían a mi mente, pero cada vez eran más confusos, menos nítidos, a veces sin sentido. Una enorme biblioteca que parecía no tener final, un bosque oscuro, una serpiente plateada deslizándose por un suelo de mármol negro. Muchas veces eran simplemente sensaciones, sonidos, olores. Escuchaba gente hablando, nombres que no reconocía y conversaciones lejanas en las que apenas podía escuchar nada. Una canción, recuerdo la voz de una niña cantando una canción.

Corre conejo corre

O el zorro te pillará.

Si no te escondes en tu madriguera,

De noche él te cazará.

Corre conejo corre

El zorro se acerca ya,

Aunque intentes esconderte,

Él siempre te vigilará.

Corre conejo corre,

La serpiente te ayudará.

Pero si no te cuidas,

La serpiente te comerá.

A partir de ese tramo, la letra es confusa. Es una canción infantil, pero algo no me da buena espina, como si fuera una metáfora. Es lo que probablemente será. También recuerdo olores, el olor a chimenea, a libros viejos, a flores exóticas.

La hija de Zeus. La Carcel De Los Dioses.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora