Capítulo 23.

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Capítulo 23. Campamento Júpiter.

Nico.

Nueve días, tres horas y treinta y siete minutos.

Eso es lo que lleva Abby sin abrir los ojos, hace nueve días, tres horas y treinta y siete minutos desde que un trozo del poder de Eros le hirió.

Después de que la estatua de Eros estallara, nos dio las gracias, pero no solo dijo eso. También me advirtió de una cosa, y creedme, no me ha dicho nada bueno. Eros es sin duda, el dios que peor me cae, porque como el amor, es caprichoso, impredecible y muchas veces puede ser cruel.

Cuando vi a Abby ahí tirada, semiconsciente y herida, se me encogió el estomago y un nudo se formó en mi garganta. Apenas me dió tiempo a llegar a dondeella estaba antes de que perdiera la consciencia. Percy llegó unos segundos después y el resto del grupo tardaron tan solo unos segundos en llegar. La explosíon había roto la pared de cristal que les impedía pasar, dijeron que nos buscaban desde hace horas.

Cuando Percy vió a Annabeth, corrió a abrazarla y besarla como si no hubiera un mañana, para incomodidad del resto. A Jason se le cayó el alma a los pies cuando se fijó en la esquina, donde yo tapaba el cuerpo de Abby con el mío propio.

Me acuerdo que se acercó corriendo, y empujando a todos, y empezó a abrazar a su hermana. En ese momento, me acordé de un truco que había estado practicando mejor estos ultimos meses. Le cogí la mano a Abby y cerré los ojos, concentrandome en la oscuridad y en su mano.

—No esta muerta. —Anuncio. —Está muy débil. ¡Que alguien me acerque néctar! —Hazel busca en las mochilas y saca un frasquito con néctar. Introduzco un poco en sus labios, lo que hace que la herida pare de sangrar.

—Tenemos que llevárnosla de aquí, la cueva se va a derrumbar en cualquier momento. —Anuncia Annabeth, después de vendar a Abby. Jason eleva a Abby por el aire, con un remolino de viento, y salimos de la cueva.

Bajar la montaña no fue nada fácil, pero lo conseguimos.

Después, comenzamos a movernos camino a San Francisco. Si hay algún lugar donde puedan ayudarnos, ese era el Campamento Júpiter.

Llegar hasta allí no fue nada fácil, pero me ahorro los detalles, digamos que la gente no nos miraba muy bien por la calle si ibamos con Abby en brazos. Nos movimos principalmente fuera de la ciudad, pero a veces teníamos que entrar a la ciudad para comprar comida, o vendas. La herida de Abby había mejorado, casi se había cerrado del todo, pero eso le dejaría unas cicatrices de por vida. Varias veces al día comprobaba su estado, y lo único que obtenía como resultado era que el nudo en mi garganta aunmentara más y más. No estaba viva, no estaba muerta. Es como si estuviera atascada en el medio.

Había veces que viajaba por las sombras con Abby, pero pocas veces y poca distancia, solo en casos de emergencia. No por mí, cada vez se me daba mejor viajar por las sombras y ya casi no había secuelas, pero me daba miedo que a Abby le pasara algo por el camino y no pudiera sacarla de las sombras. Eso era lo que me debilitaba, cada vez que viajabamos por las sombras tenía que hacer un esfuerzo extra para mantener aquí a Abby, y cuando llegaba volvía a parecer el Nico de catorce años, el que transportaba la Atenea Partenos

Llegamos al Campamento Júpiter el dieciocho de julio por la tarde. Rápidamente se llevaron a Abby a la enfermería, y a nosotros nos alojaron con la quinta cohorte. A mi no me interesaba darme una ducha, comer o dormir, quería ver a Abby. Me lo impidieron, aunque me pelee con los de la enfermería no sirvió de nada, y no pude verle hasta el diecinueve.

En los ultimos días mi aspecto había empeorado mucho. Apenas había comido y no he dormido casi nada, más que nada porque cada vez que cierro los ojos imagenes de Abby muriendo me vienen a la cabeza, estoy replanteándome seriamente empezar a parpadear solo con un ojo cada vez.

La hija de Zeus. La Carcel De Los Dioses.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora