Capítulo 5- Adios

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Unos ojos la contemplaban con profunda decepción. Decepción, furia y vergüenza.

No podía dejar de recordar las últimas miradas que le dirigieron sus familiares antes de cerrarse las puertas del salón, hacía unas horas. ¿Eso era lo que iba a ver en los rostros de todos a partir de entonces? No tendría fuerzas para salir de nuevo de su habitación para plantar cara a esos individuos que había creído su familia, pero que habían intentado obligarla a hacer algo despreciable.

Ahora entendía a la perfección a los humanos.

Siempre los había contemplado desde lejos, como quien mira las noticias y ve que en algún lugar ha ocurrido una desgracia y lo observa sin interés. Están ahí, sabes de su existencia, pero nunca te interesas demasiado, como si no fuese verdad.

Pero después de ver lo que había visto.... Como asesinaban a Dulqua sin ningún vestigio de duda... Y lo peor, había sido Dagón. Si, lo había hecho por protegerla de sus padres, pero no le había temblado el pulso al hacerlo. No como cuando amenazó con el cuchillo a su padre.

Si Dagón, que era bueno con todos, amable y risueño había sido capaz de hacer algo así sin dudar ¿Que no harían los demás? Los que no tenían ni una pizca de humanidad. Como los que su padre y su madre no tenían corazón.

Sólo de pensarlo la hacía enfurecer. Tanta sangre derramada para nada. Simple diversión y capricho.

Pensó en su hermana pequeña ¿Qué pensaría ahora Darabia de ella? No creía que dejase de hablarla, pero si vería la decepción en su rostro. Su hermana había sido bien educada por sus padres y lo que Elaine había hecho era del todo intolerable. Una vergüenza para el apellido.

Siempre habían sido tolerantes con, según los demás: "esa idea absurda de no matar humanos".

No compartían las misma idea pero al menos la respetaban y no la criticaban. Pero habían cruzado la línea.

Aunque sus padres siempre la habían llamado débil por ser compasiva, y ahora mas que nunca pensaban que no se merecía llevar el apellido que poseía. No hasta que se retractase y matase a algún humano, tal y como dictaba la prueba.

Y eso no iba a pasar nunca. Por mucho que quisiera a su familia nunca se mancharía las manos con sangre inocente.

Sería repudiada y despreciada hasta el día de su muerte.

-"No me toques"- recordó las últimas palabras que su hermano le dirigió.

Recordarlo una y otra vez era como darse cabezazos contra la pared, pero aunque doliera no podía dejar de hacerlo. Podía ser despreciada por los demás, pero no por él. Las personas que mas quieres son los que tienen el poder para destruirte. Y era totalmente cierto. Recordar su rostro, como la miró y se apartó de ella, era lo mas insoportable que había experimentado.

Dolía mas que cualquier herida física. Dolía en el pecho, no podría resistir el ver a Dagón cada día mirándola de esa forma y sabiendo que tendría que casarse con otro hombre que no era él.

Por eso debía marchase, para siempre.

Lo meditó toda la noche. Ya que tampoco compartiría su vida con alguien que ni conocía. Alguien a quién su padre había aprobado, porque sin duda sería alguien igual de frío e inhumano que él.

Miró por la ventana y contempló como los primeros rayos del sol asomaban en el horizonte. El amanecer, la hora perfecta. La hora en la que los monstruos se iban a dormir.

Con el corazón latiéndole a mil se levantó de la cama y se deshizo a patadas de las sabanas, con prisa. Sigilosa, sacó una gran mochila que guardaba para cuando salían a veces de excursión al bosque. Metió en ella varias prendas y lo indispensable, incluido un gran fajo de billetes que había ido guardando para alguna emergencia. 

Felicitó a su "yo" del pasado por la genial idea. De todas formas cuando estuviese lejos pensaba sacar todo el dinero de su cuenta en el banco. 

Se vistió con ropa cómoda y se puso la chaqueta con capucha.

Una vez todo en orden salió de su habitación sin hacer ruido, aunque sabía que a esas horas no se encontraría con nadie.

Paseó por toda la casa, mirando cada detalle, como si lo viese todo por primera vez. No quería olvidar aquel lugar que había sido su hogar. No volvería nunca mas. Involuntariamente entró en la cocina la cual estaba desierta y salió hacia el jardín. Al menos tenía que despedirse de aquel lugar.

Recorrió cada punta, admirando por última vez cada flor, cada árbol, la preciosa fuente y el familiar ruido del agua cayendo. Se sentó  en el banco situado en el mirador y contempló el amanecer. Hermoso como siempre.

Unos minutos después, sabiendo que no podía perder más tiempo se levantó y caminó hasta la gran verja de hierro de la entrada.

Cuando salió miró una última vez la mansión con los ojos empañados. Dio la vuelta dando la espalda a todo lo que había vivido hasta ahora.

Un camino de tierra se abría ante ella. Sin perder mas el tiempo Elaine se puso en marcha sin volver a mirar atrás.

La luz en mi nocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora