Capítulo 18- Odio

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El fuego crepitaba en la chimenea iluminando toda la sala, un amplio despacho con librerías en casi todas las paredes y una enorme alfombra de cálidos colores que adornaban el suelo era solo una pequeña parte de la decoración. La mansión se encontraba casi en total silencio. Lo único que se podía escuchar era el viejo tocadiscos que se encontraba en la sala de baile. Lejos de molestar, la música inundaba el ambiente, haciéndolo más agradable. El eco de la melodía se escuchaba de lejos en todo el despacho. Las cortinas de rojo burdeos se mantenían cerradas, ocultando el tremendo temporal de afuera. Las pequeñas gotitas de agua se estrellaban contra el cristal. Un trueno sonó en la lejanía, sería una noche de tormenta.


Eleazar Fireblood se encontraba en su escritorio, escribiendo unos documentos con prestreza.
Siempre que se alteraba recurría a la escritura y a la bebida, de las pocas cosas que lograban calmarlo. Tenía un grave problema con su genio y últimamente no hacía más que alterarse. No era para menos, ya que una de sus hijas había tenido la osadía de escaparse, y todo porque no había querido matar a un simple humano.


Por una parte estaba tremendamente decepcionado, pero por otra, una parte de él se esperaba algo así. Estaba en la naturaleza de Elaine, teniendo en cuenta su procedencia.
Aún bloqueando esa parte de ella, el instinto era tan grande que daba igual cuántos bloqueos creara.


Mojó la pluma en tinta, pero su distracción hizo que mancharse el manuscrito de gotas negras. Eleazar maldijo por lo bajo y arrugando el papel lo tiró lejos.
Había estado siguiendo la pista de su hija, las últimas noticias la situaban en Italia. Había mandado a parte de sus fuerzas allí y aún seguía a la espera. Estaba demasiado nervioso para concentrarse en cartas.


En ese momento unos toques en la puerta hicieron que parara.
Había oído los pasos que se acercaban unos segundos antes de que llamaran, y por el tipo de zapatos y la forma de andar sabía perfectamente quienes eran.

- Pasa, Lemia.- invitó a entrar a su hermana. Justo detrás de ella estaba su esposa.

Esta no se hizo esperar, entró a la sala como un huracán. Parecía estar terriblemente furiosa y tenía sus ropajes algo dañados. Sus ojos brillaban rojos como la sangre y rezumaba odio por cada poro de su cuerpo. Uno de sus brazos estaba amputado, pero se podía observar como empezaba a regenerar poco a poco.

- Lo siento, amor. No he podido pararla.- se disculpó Jezbeth cerrando la puerta tras de sí.

El demonio se puso en pie ante tal espectáculo y tuvo la desagradable sensación de que algo había salido mal.

- ¿Me puedes explicar todo esto? - interrogó de forma cortante a la recién llegada, que parecía fuera de sí. Incluso seguía dejando rastros de humo demoníaco a su alrededor.

- Tú hija es lo que ha pasado- rugió, destrozando la atmósfera de tranquilidad que allí reinaba.

-¿Puedes explicarte mejor, por favor?

- Estaba allí, en el centro de investigación de esas... sabandijas.- explicó intentando controlar su voz para que se le entendiera.- No fue muy dificil acabar con ellos...

- No me importan los detalles, hermana. Dime de una vez que pasó.- le ordenó notando como se le acababa la paciencia de forma alarmante.

- ¡La muy infeliz los estaba ayudando! Incluso escapó con ellos... La tenía entre mis manos y se me escapó.- volvió a gritar pateando el suelo con fuerza.- ¡Tu hija es una zorra traidora!

Eleazar quedó por unos segundos en silencio, sin poder creerse lo que su hermana le estaba diciendo. Solo se oía el fuerte y gutural respirar de Lemia, totalmente desquiciada.
No, su hija no sería capaz de algo así...

La luz en mi nocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora