2- Nunca te dejaré volver.

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Hannah arrojó el lienzo al suelo de un manotazo.
La pintura cayó boca arriba y la imagen, por un prodigioso efecto de luces y sombras, pareció tan real, que dio la impresión de querer escapar a los límites de la tela.
Aunque sabía que no era más que una ilusión, Hannah corrió a recoger el lienzo del suelo y colocarlo de cara a la pared. Era una forma de exorcizarlo, de arrebatarle todo el poder que pudiera poseer.
Eris volvía a aparecer en su vida. Pero ella no estaba dispuesta a aceptarlo.
—¡Nunca te permitiré volver! —Le dijo al lienzo vuelto contra la pared, como un travieso alumno castigado.
La tela se deslizó sola y quedó tumbada de nuevo. La imagen la miraba otra vez como desafiándola.
Hannah volvió a recoger el lienzo y salió con él en dirección a la cocina. Una vez allí, metió el lienzo en el interior del horno de leña que hacía muy poco habían comprado. Con un pequeño mechero prendió fuego a un montón de papeles apretujados y encendió el horno. El lienzo ardió rápidamente y la tétrica figura se consumió en las llamas.
—No te dejaré, ¿entendiste? —Gritó Hannah dirigiéndose a las llamas.
El humo que se desprendía del horno pareció materializarse por un momento y adoptar una forma grotescamente humana.
Activó el extractor de humos y la figura se disolvió.
—¡Nunca te dejaré!
Miró sus manos sucias de pintura fresca y vio cómo le temblaban.
Jamás antes habían sucedido este tipo de fenómenos.
Había soñado en repetidas ocasiones con Eris, pero nunca la había sentido tan cerca de ella como hasta ese momento.
Un escalofrío recorrió su espalda.
Eris quería volver y Hannah sabía que su personalidad era muy fuerte. Sería muy difícil contenerla, pero haría lo imposible por lograrlo. Ella ahora se debía a su marido y a su hija. No había lugar para Eris.
Fue hasta el cuarto de baño y comenzó a llenar la bañera, necesitaba relajarse y sobre todo olvidar.
«Nunca podrás olvidar»
Era su voz, la que siempre oía en su cabeza.
Hannah se sumergió en la jabonosa agua caliente y cerró los ojos.
«Me necesitas, Hannah»
—No, ya no te necesito...
«Sí que me necesitas»
—Tengo una vida, personas que me quieren.
«No, Hannah, nadie te quiere, sólo yo...»
La joven negó con la cabeza. Las lágrimas se escurrían por sus mejillas. Mantenía los ojos fuertemente cerrados y apretaba la mandíbula. Tenía que resistirse.
—¡Vete!
«No podrás impedírmelo, nunca pudiste hacerlo»
—¡Vete de una vez! —Chilló.
La presencia desapareció de improviso.
Esta vez lo había logrado.
—Hola, cariño...¿Estabas gritando?
Aaron, que acababa de levantarse había escuchado a su mujer gritar.
—¡No...! Estooo...Sí, el agua ha salido fría de repente...
Era una escusa, Hannah no quería preocuparle. Le había contado todo, o por lo menos casi todo lo ocurrido en su pasado. Pero nunca había hablado con nadie sobre Eris ni tampoco sobre Arianne. Esta tampoco había vuelto ha aparecer, ni siquiera una vez.
—Tendremos que avisar al fontanero —comentó Aaron.
—Ya me encargo yo de hacerlo —respondió Hannah besando a su marido que se había inclinado sobre la bañera. Él se había convertido en su soporte, una figura sólida en la que confiar. Aaron era un buen esposo y mejor padre y sentía adoración por la pequeña.
—¿Has vuelto a tener otra de tus pesadillas?
—Sí, sólo ha sido un mal sueño. Ya pasó.
—¿Hay algo que te preocupe?
—No, Aaron. Estoy bien, de verdad. Sólo un poco cansada... —Hannah salió de la bañera y cogió la toalla.
—Deberías volver a ver al doctor Connors, me preocupan esas pesadillas que tienes.
—Ya sabes que no me gustan mucho los psicólogos.
—Ya —dijo Aaron —. Pero no tiene por qué volver a sucederte de nuevo. Que aquel joven resultara ser un demente, no quiere decir que todos los psicólogos sean así.
—Lo sé. Tienes razón, pediré cita con él.
—Bueno, voy a ducharme, si ves que grito no te preocupes.
Entró en el cuarto de baño con una sonrisa y Hannah fue a su habitación a terminar de vestirse. Ya casi era la hora de despertar a Anissa para llevarla al colegio. La niña dormía abrazada a su osito de peluche.
—Arriba, dormilona, hay que ir al «cole».
Anissa abrió los ojos y parpadeo ante los primeros rayos de sol que se filtraban a través de los visillos de la ventana.
—¡Venga! Que hoy es viernes. Mañana podrás quedarte en la cama todo el tiempo que quieras.
Ante esa promesa, Anissa terminó por levantarse. El viernes era su día favorito, puesto que al día siguiente sería sábado y podría estar con sus padres.
Aaron ya había terminado de ducharse y fue al cuarto de la niña.
—¿Dónde está mi «tartaleta de fresa»? —Su padre siempre la llamaba así: Tartaleta de fresa o bomboncito de naranja, incluso pastel de puerros lo que hacía que la naricilla de la niña se arrugara en un gracioso gesto.
Anissa se escondió bajo las sábanas, un juego diario que los dos practicaban y en el que al final acababan retorciéndose de la risa.
—¡No está...Anissa ha desaparecido...!
La niña se reía oculta bajo las ropas.
—Sólo veo unos pies...¿De quién serán estos pies?
Aaron comenzó a hacerle cosquillas en los pies a su hija.
—¡Aggg! ¡Qué mal huelen estos pies!
—¡Papá! —gruñó Anissa haciéndose la ofendida.
—¡Ha aparecido, mami...Anissa ha aparecido!
La niña se desternillaba de risa mientras se padre la abrazaba y la cubría de besos.
—¿Qué tal has dormido, cariño?
—Bien, soñé...
—¿Y qué has soñado? —preguntó su madre.
—Soñé contigo y con la tía...
—¿La tía?
—Sí, la tía. La que viene a verme todas las noches.  

Hannah. El despertar. (Terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora