Hannah bajó con Anissa, ya completamente vestida.
Todos se quedaron asombrados de lo guapísima que estaba la niña con su disfraz de reno.
—¡Que guapa estás, Anissa! —dijo su padre arrodillándose junto a ella.
—¡Estás preciosa, hermanita! —apuntó, Iris —¿Cómo se llama el reno?¿Es Rudolph?
—No, es Comet.
—¡Mi preferido! —Chilló, Iris.
—Te gusta Iris, ¿verdad? —le preguntó Aaron a su hija en el oído, para que nadie le oyera.
—La niña agitó la cabeza asintiendo.
—¡Mucho...es muy buena conmigo! Al principio me daba miedo, porque soñaba con ella y era distinta, pero cuando salió del espejo, se hizo mi amiga.
—¿Salió del espejo? —Eso Aaron no lo sabía.
—Sí, primero estaba yo allí y luego me volví ella. ¿Cómo lo hizo, papá? Yo no puedo entrar en el espejo como Alicia ni como Iris...
—Fue magia.
—Entonces es como Santa Claus.
—Sí, es tan especial como él.
Iris sonrió. Había escuchado perfectamente la conversación en su mente, a pesar de que ambos susurraran para que no les oyera.
—Llevaré a Anissa a la fiesta —dijo Hannah —. Cuando vuelva tenéis que estar preparados.
—Descuida, cariño. Lo estaremos —dijo, Aaron —Iré a afeitarme.
—¿Qué vestido vas a ponerte, Iris, el de ayer..?
—Me pondré el gris, creo que es más elegante. ¿No quieres que te acompañe?
—No, quédate con Aaron. Cuanto más tiempo paséis juntos, más te conocerá...
Eso era lo que temía Iris, porque sabía que Aaron la atosigaría a preguntas y ella debería contestar a todas. Incluso aquellas que no estaba dispuesta a revelar y también porque empezaba a cogerle afecto y era la primera vez que le ocurría aquello con un hombre y no sabía como reaccionar. Sobre todo no quería que Hannah se sintiera traicionada. Ya había visto como reaccionó la pasada noche y no quería que volviera a suceder. Ella no pensaba seducirlo. Tan sólo esperaba de él que fuera como un padre. Quizás aquello tan sólo fueran residuos del alma que había habitado anteriormente ese cuerpo, de esa niña de la que no conocía ni el nombre o a lo mejor era ella la que empezaba a humanizarse, a sentir como una persona otra vez.
Hannah se marchó e Iris subió a su cuarto. Descolgó el vestido de la percha y lo admiró. Era precioso. Se vistió rápidamente y luego se miró en el espejo. Estaba fantástica. Nunca en su existencia se había sentido tan feliz como en aquel momento. Dio un par de vueltas para ver el vuelo del vestido y pensó que no le importaría nada, olvidar todo lo que había sido anteriormente y por supuesto olvidarse de todo lo que sufrió. Nunca le había contado a nadie, ni siquiera a Hannah, lo que tuvo que soportar en otras de sus encarnaciones. Porque esa no era la primera, ni tampoco la segunda vez que ella había conseguido un cuerpo físico. Sólo que en esas ocasiones, las cosas no habían sido nada halagüeñas para ella.
Cuando bajó, Aaron aun seguía en el servicio. Se escuchaba el sonido de la maquinilla eléctrica al afeitarse.
Sé preguntó que se sentiría al llamar a alguien, papá. Nunca había tenido la suerte de experimentarlo. En sus otras vidas, jamás había tenido una familia. Recordó la primera, hacía tantísimo tiempo de aquello que los recuerdos estaban borrosos, como si mirase a través de una lente empañada unas fotografías desvaídas.
Fue muchos siglos antes. Vivió en la antigua roma, donde las condiciones de vida para una niña de corta edad y huérfana para más señas, eran desesperantes. Había sido la esclava de un joven noble llamado Valerio Máximo y al principio este la trato medianamente bien. Fue cuando llegó a la pubertad cuando todo cambió para peor. Su amo se había encaprichado con ella y la visitaba todas las noches. Siempre llegaba bebido y el alcohol le transformaba en un ser brutal. La violaba y golpeaba hasta que sus fuerzas le abandonaban, porque a pesar de su juventud, su amo parecía un anciano. Alguna enfermedad contagiosa le mermaba la salud. Eris, que por aquel entonces se llamaba Claudia, contrajo la enfermedad de su amo y murió dos meses después de que él lo hiciera. Sólo que a él no le mató la enfermedad. En realidad fue una muerte piadosa, porque Claudia murió vomitando sangre y con terribles dolores. Su amo sólo sufrió durante unos instantes mientras ella le seccionaba la garganta con una afilada cuchilla que tenía escondida, cierta noche, cuando acudió a su cuarto con la intención de volverla a violar.
Durante un tiempo Eris no volvió a encontrar un cuerpo que le atrajera demasiado, además, su anterior experiencia había sido bastante traumática para ella.
Dejó correr los años y después los siglos. Eris permanecía en esas ocasiones en una especie de duermevela. Algo muy parecido a la hibernación de algunos animales. Tan solo se alimentaba de los sentimientos de las personas junto a las que decidía estar. Una especie de vampiro psíquico.
Odiaba a cierta clase de hombres. Aquellos que maltrataban, aquellos que abusaban y que imponían sus deseos hacia otras personas. Se especializó en poseerlos y volverlos locos hasta que ellos mismos se quitaban sus miserables vidas. Era ciertamente una dulce venganza.
El tiempo pasó y volvieron las ganas de volver a experimentar una vida. Para hacerlo solo tenía que buscar un cuerpo que se adecuara a sus necesidades. No sabía por qué, pero los cuerpos jóvenes eran mucho más fáciles de poseer que los de las personas adultas. Aquella época estaba rebosante de cuerpos de niños muertos. La hambruna y las enfermedades causaban una elevada mortandad infantil, por lo que disponía de un amplio surtido de posibilidades.
Cuando hubo elegido su nueva piel, lo dispuso todo para comenzar de nuevo en un lugar muy alejado de donde había vivido su anterior propietaria. Por nada del mundo querría ser descubierta por algún familiar o un amigo de la fallecida. Hubiera sido muy engorroso y tendría que dar muchísimas explicaciones para las cuales no tenía respuestas. Era una medida de precaución que debía tomar.
Despertó en una fría sala de un depósito de cadáveres. Estaba tiritando de frío. Tan solo podía cubrirse con la sabana que momentos antes ocultaba el cadáver. Esta vez había elegido a una niña un poco mayor que la anterior. Debía de tener cerca de los trece años. Había muerto de algún tipo de enfermedad pulmonar, presuntamente de tuberculosis. Una enfermedad muy de moda en aquellos días de finales del siglo diecinueve.
Cuando unos días después y muchos kilómetros más lejos, la encontró la policía, estaba aterida de frío y famélica. No había probado apenas ningún bocado en las dos semanas que duró su viaje. Las ropas que había robado días atrás, apenas le hacían entrar en calor. Estaba en pleno mes de diciembre, en una inhóspita ciudad llamada Londres y la nieve formaba sucios montículos en las aceras de las calles, ademas estaba descalza, los zapatos que había robado junto con la ropa, estaban tan desgatados de caminar y por efecto de la humedad, que tuvo que desprenderse de ellos. No había sido un buen comienzo, pero estaba ansiosa por vivir, por lo que nada le importaba.
A pesar de tratarse de una niña aún, y de estar sola y abandonada, los policías fueron de todo menos caritativos con ella. De la celda donde la encerraron, pasó, tras visitar a un gordo y seboso juez, a un oscuro y aterrador lugar: El orfanato de la caridad. El peor lugar para cualquier niño.
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Hannah. El despertar. (Terminada)
ParanormalAl fin Hannah puede llevar una vida normal, o eso cree ella, hasta que vuelven a comenzar las pesadillas que le atormentaban desde que era niña. Eris quiere volver y esta vez utilizará todo su poder para lograr encarnarse en un cuerpo físico, libre...