9- Un ser antiguo

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—¿Se encuentra bien, padre? —Howard había corrido junto a él, ayudándolo a levantarse.
—Sí, estoy bien. No es la primera vez que me tiran algo a la cabeza... aunque si la primera que me aciertan —bromeó, mientras se frotaba la dolorida espalda —¿Dónde se ha metido?
—Ha vuelto a desaparecer —dijo Aaron —.  ¿Qué cree que es esa cosa?
—Creo que es algo distinto a cualquier cosa a la que me haya enfrentado—reconoció Jack —, pensaba que podía tratarse de un demonio o incluso de un ente oscuro, pero ahora no estoy convencido.
—Me gustaría saber cómo se encuentra nuestra anfitriona —comentó Howard.
—¿Cree que pueda ocurrirle algo? —Quiso saber Aaron, un poco preocupado,
—Hay demasiado silencio arriba...
Fue decir esto, cuando se escuchó un grito que provenía de la planta superior.
Todos a una corrieron en dirección a las escaleras. Aaron fue el primero en llegar a la habitación de su hija y al entrar se encontró a su mujer presa de la histeria. 
Hannah intentaba hablar, pero por alguna razón no podía hacerlo. Aaron la abrazó con la intención de que se sosegara. Hannah haciendo un supremo esfuerzo, logró decir unas palabras.
—¡Anissa...se la ha... !—Hannah respiraba entrecortadamente, le faltaba el aliento y estaba al borde de un ataque de pánico —¡Eris se la ha llevado!...¡Anissa no está!
Aaron, muy nervioso miró en todos los rincones del cuarto, pero la niña no estaba.
Jack se acercó hasta Hannah y se sentó en la cama junto a ella, tratando de tranquilizarla. Luego al mirar el cuello de la joven, se dio cuenta de lo que había sucedido. Unas marcas rojizas rodeaban la garganta de Hannah. Aquella cosa había tratado de estrangularla, de ahí que no pudiera articular palabra.
Revisaron por completo toda la casa, pero la niña no apareció. Había desaparecido sin dejar rastro, casi como si se hubiera desvanecido.
Hannah permanecía en silencio y acunaba uno de los muñecos de Anissa, abrazada a él. Le dieron un calmante y la acostaron en su cama, pero ella permanecía despierta, con la mirada clavada en las sombras. Murmuraba por lo bajo, aunque casi no se la entendía, repitiendo siempre las mismas palabras:
—Eris se la ha llevado...Eris se la ha llevado...
Jack conversaba con el profesor Mansfield, en un rincón del pasillo. Ambos estaban desconcertados por lo ocurrido y ninguno sabía qué hacer en aquella situación.
—¿Qué es esa cosa? Nunca presencié nada igual —dijo Howard.
—Creo que nos enfrentamos a una inteligencia superior, algo muy antiguo y muy malévolo. He notado su poder y es algo inimaginable. No es una criatura de Dios.
—Tampoco es un demonio, según crees.
—No, no es un demonio. Yo diría que es incluso muy anterior a los demonios y muchísimo más malvado que ellos...
—¿Entonces qué es?
—Según la mitología—continúo Jack— en la antigüedad el mundo estaba poblado por dioses. Fueran lo que fuesen, los hombres de antaño creían en ellos como seres físicos, que hacían y deshacían a su antojo y se inmiscuían en la vida de los mortales...
—¿Estás sugiriendo que esa cosa podría ser una diosa de la antigüedad ? —Howard estaba asombrado.
—No es una diosa. He dicho que la gente los tomaba por dioses, no que lo fueran. Esos seres, vinieran de donde vinieran, eran de carne y sangre. Hay muchas leyendas de seres venidos del cielo, seres que ayudaron al hombre y otros que fueron una auténtica maldición para ellos. Esa cosa que hemos visto antes, es posible que se trate de uno de estos últimos.
—No me entra en la cabeza que eso de lo que hablas pueda llegar a existir, y menos en pleno siglo veintiuno.
—Hay mucha gente que, hoy por hoy, si lo cree —continuó Jack —.  Existe la creencia de que los antiguos dioses mesopotámicos, los Anunnakis, los verdaderos creadores de la raza humana, podrían seguir vivos hoy en día, ejerciendo su poder, ocultos en las sombras. Sí, sé que suena descabellado, pero no lo es tanto si piensas que residen en otras dimensiones paralelas a la nuestra, donde tiempo y espacio no tienen por qué ser igual a los nuestros.
—He oído hablar de esas teorías conspiranoicas, pero no acabo de creérmelas. ¿Cómo un sacerdote católico, como tú, puede creer en esas supercherías?
—Porque mantengo la mente abierta y libre de dogmas, amigo mío. Yo creo en lo imposible a través de mi fe. Creo en los ángeles y en los demonios, ¿Por qué no iba a creer en esos seres?
—Es tú opinión, y no pongo en duda de que en algo llevas razón —reconoció Howard Mansfield —.  Esa cosa era real pero, ahora ¿qué hacemos? ¿Cómo diablos, vamos a recuperar a esa niña?
—Tendremos que jugar a su propio juego. Eris, ¿Te has fijado en su nombre? No creo que Hannah se lo inventara...
—Sí, la diosa de la discordia en la mitología griega, fue en lo primero que pensé, al escuchar su nombre.
—Un nombre que le viene que ni pintado —continuó Jack —.  Eris, como iba diciendo, quiere apropiarse de esa niña para poder volver a la vida en un cuerpo físico...
—¿Por qué no lo hizo con su madre, con Hannah? —Quiso saber el profesor —. Tuvo todo el tiempo del mundo para intentarlo.
—No lo sé. Quizás lo intentó cuando era niña y no lo logró. Eso tendremos que aclararlo y la única persona que tiene todas las respuestas es la propia Hannah. Creo que debemos inducirla a hipnosis, es la única forma de conocer la verdad a tantas preguntas.
—Al principio sospeché de ella, y aún no estoy seguro del todo de que no sea ella misma la que produce todos estos fenómenos.
—No creo que sea ella. ¿Como podría?
—Eso entra a formar parte de lo que me dedico a estudiar. A lo largo de los años he desenmascarado a decenas de personas que de una manera o de otra, creaban a su alrededor todo tipo de fenómenos. Telekinesis, telepatía y un largo etcétera. Y lo hacían sin ser conscientes de ello.
—Ahora explícame dónde escondió a su propia hija, sí, como tú dices, es ella la que crea todo esto.
Howard se quedó por primera vez sin palabras.
—Esa es otra de las cosas que todavía no sé, amigo mío.

—Esa es otra de las cosas que todavía no sé, amigo mío

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Hannah. El despertar. (Terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora