8- Las 3.13 de la madrugada

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Anissa dormía, toda la casa estaba en silencio. Tan solo el zumbido de las videocámaras de visión infrarroja que había repartidas por las distintas habitaciones y el ronroneo de los portátiles ubicados en el salón, que habían terminado por transformar en base de operaciones improvisada, delataban que aquella no era una noche corriente, ni tampoco una casa normal.
Siete adultos permanecían despiertos y en completo silencio a esas horas de la noche: las tres y cinco de la madrugada, faltaban escasos minutos para que llegara esa hora en la que Hannah estaba convencida que los fenómenos extraños despertaban.
Todos permanecían a la expectativa. El padre McGray, recostado en un sofá,  jugueteaba nervioso con un crucifijo y sus dos ayudantes, sentados junto a él, meditaban. Eran los miembros del otro grupo los que desarrollaban una actividad sin freno, pero completamente silenciosa. Loretta comprobaba los medidores de campos electromagnéticos al mismo tiempo que preparaba las grabadoras digitales y las videocámaras. Era de vital importancia que todo estuviera preparado para cualquier eventualidad. Por su parte, Howard Mansfield se paseaba por el cuarto, con las manos entrelazadas a su espalda y listo para saltar sobre la presa en cualquier momento, como un perro de caza adiestrado para ese tipo de menesteres.
Hannah se había quedado con su hija en la habitación de la niña. También estaba despierta. No tenía sueño y aunque lo tuviese, dormir era algo que ni se planteaba. Aaron había querido quedarse junto a ellas, pero fue Hannah la que le dijo que bajara con los demás por si podía serles útil en algo.
El reloj parecía haberse detenido. La aguja del minutero se movía cada vez con más lentitud o eso les parecía a todos, ansiosos por descubrir qué clase de fenómenos iban a suceder.
El reloj marcó por fin la hora señalada. Las tres y trece de la mañana.
Howard Mansfield dejó de andar, Loretta se sentó frente a un monitor y todos aguantaron la respiración. Los tres sacerdotes miraron a su alrededor, escrutando las densas sombras, la única luz visible era la que proyectaban las pantallas digitales. Una luz azulada y fría, una luz extraña para cualquier hogar a esas horas.
Uno de los monitores parpadeó durante un segundo. Loretta se puso en guardia y con un gesto avisó al profesor. Howard cabeceó en señal de asentimiento, la mayoría de los fenómenos paranormales comenzaban siempre con ese tipo de nimiedades; un destello, un orbe cruzando velozmente la estancia, el apagón de algunas fuentes eléctricas o como en este caso, el ligero parpadeo de un monitor. Era el aviso de que algo iba a pasar.
La temperatura descendió bruscamente en el salón donde se hallaban todos reunidos. El padre McGray fue el primero en apercibirse, al ver cómo su aliento se condensaba; miró uno de los termómetros digitales y vio que marcaban diez grados menos de los que había hacía escasamente unos minutos.
—Es normal —reconoció Howard, con un susurro—.Es como si al tratar de materializarse, absorbieran la energía de todo lo que hay a su alrededor.
Un chasquido sonó cerca de la escalera que comunicaba ambas plantas. Podría haber sido una madera al dilatarse a causa del frío, pero todos se dieron cuenta de que no era así, porque a ese chasquido le siguieron otros y los golpes aumentaron en intensidad. Fueron tantos y tan repetidos que nadie sabía hacia dónde mirar.
Uno de los detectores de movimiento, el más alejado del salón, empezó a pitar. Nadie había cruzado por delante de él. Loretta se acercó hasta allí y comprobó que funcionara correctamente. No había ningún error, simplemente la alarma había saltado.
—Eso también suele ocurrir —volvió a comentar el profesor Mansfield.
Loretta conectó de nuevo el sensor y se volvió hacia el grupo encogiéndose de hombros. Fue en ese momento cuando la joven chilló de dolor. Algo la había agarrado por el cabello y le propinó un fuerte tirón. Aún seguía agarrándola del pelo sin soltarla, a pesar de los esfuerzos de la joven por liberarse.
Howard corrió hacia ella, justo cuando una oscura silueta se materializaba detrás de la investigadora. Parecía la figura de una mujer, más alta que la propia Loretta y completamente oscura en la penumbra del salón.
—¿Y eso?...¿Eso suele ocurrir con frecuencia? —Preguntó Aaron que también había acudido a socorrer a la joven.
—No, esto es la primera vez que lo veo.
Loretta consiguió zafarse del tirón y se arrojó en los brazos del profesor. Las lágrimas se escurrían por su rostro debido al dolor que todavía sentía en el cuero cabelludo.
—¿Te encuentras bien? —Le preguntó, mientras sujetaba a la joven, algo mareada.
—Sí, ya estoy mejor. Me ha hecho mucho daño.
—Vuelve con el grupo —le aconsejó el profesor —Yo me encargaré de ella.
Howard Mansfield dió dos pasos en dirección hacia la oscura silueta que permanecía inmóvil frente a ellos.
—Tenga cuidado, profesor —dijo Loretta en voz baja.
Él asintió sin apenas volverse y luego se encaró con la aparición. Estaba como a unos cuatro metros de ella, pero no lograba ver sus facciones. Había muy poca luz para ver algo con definición.
—¿Quién eres?
No contestó. La figura seguía sin moverse, parecía completamente ajena a ellos.
Jack que se había acercado hasta el profesor, le tomó del brazo y le dijo:
—Déjeme a mí, si es lo que me imagino, tendrá que hablarme.
El profesor Mansfield asintió mientras retrocedía un paso. Jack avanzó a su vez en dirección a la silueta.
—¡Eris! ¿Ese es tú nombre? —Dijo en voz alta.
La figura se estremeció un segundo antes de desaparecer por completo. Fue como si se apagara de repente una luz. Dejó de estar frente a él.
Jack se quedó mirando el vacío donde momentos antes se encontraba la aparición. No lo vio venir, una silla se desplazó por el aire y le golpeó en la espalda con fuerza. El padre McGray se desplomó en el suelo y antes de que nadie pudiera llegar hasta él, la oscura silueta volvió a aparecer a su lado.
Moriréis todos.

—Moriréis todos

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Hannah. El despertar. (Terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora