28. Envidia

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Cuando Aaron llegó a casa al atardecer, encontró a su mujer, a su hija y a una niña desconocida, tumbadas en el suelo del salón y rodeadas de cartulinas de colores y cintas de Navidad, mientras las tres se afanaban en recortar unas tiras y se reían a carcajadas.
Hannah se levantó de inmediato y corrió a saludar a su marido, seguida de Anissa y de Iris.
Anissa se colgó del cuello de su padre y él la cogió en brazos.
—¡Mira, papá! ¡Esta es Iris!
Aaron se acercó hasta la jovencita y le tendió la mano formal.
—Es un placer tenerte aquí con nosotros —le dijo mientras Iris le estrechaba la mano —. Hannah me ha hablado mucho de ti.
—Y yo estoy encantada de poder pasar las Navidades con vosotros. En casa siempre me he aburrido mucho —contestó Iris también muy formal.
—¿Qué estabais haciendo? —Preguntó él,  volviéndose hacía su mujer.
—Estábamos decorando la casa. Mira, ya tenemos acabado el árbol de Navidad. ¿Quieres echarnos una mano?
—Subiré a cambiarme de ropa y enseguida os ayudo. Te noto mucho mejor.
—Estoy mucho mejor, Aaron. Es como si la pesadilla hubiera terminado.
—¿Ha sido gracias a Iris? Te dije que te vendría muy bien tener compañía.
—Pues sí, llevabas razón —reconoció, Hannah —. Hemos pasado un día estupendo y me siento, despejada.
—No sabes cuánto me alegro. Hacía mucho tiempo que no escuchaba risas. Me ha sorprendido mucho entrar y veros riendo. Enseguida estoy con vosotras.
Aaron subió a cambiarse de ropa y Hannah se acercó a Iris.
—Te hará muchas preguntas, él es así, un poco...
—¿Cotilla? —Preguntó la jovencita tímidamente.
—Curioso —respondió Hannah dándole un cariñoso empujón.
—Lo que yo decía —replicó Iris y sonrió —. No te preocupes, sabré defenderme, tengo muchísima imaginación.
—Ya, eso es lo que me preocupa.
—¡Venga! No es para tanto.
Aaron bajo enseguida con el pijama puesto y un batín anudado a su cintura. Llevaba puestas unas zapatillas de andar por casa, sin calcetines  y se le veían las piernas peludas.
Iris se mordió los labios para no echarse a reír.
Hannah le dio un codazo con disimulo.
—A él le gusta estar cómodo en casa —susurró, Hannah.
—Parece un figurín de ropa de noche. ¿Puedo hacerle una foto para subirla a Instagram?
—Calla de una vez, te va a oír —Hannah se acercó hasta su marido y le entregó una bolsa con cintas de Navidad —¿Podrías colgarlas por los altos? Nosotras no llegamos.
—Claro, para eso soy el alto de la casa —contestó él, sonriendo.
Iris estaba a punto de darse de cabezazos contra las paredes para tratar de no echarse a reír.
Hannah la miró con ansias asesinas.
—Anissa, llévate a Iris para que te ayude a colocar estas cintas en la entrada, ¡anda, cariño!
—Sí, mami —Anissa la agarró de la mano y la arrastró hasta la entrada, sintiéndose importante y comenzando a darle ordenes.
Iris se dejaba llevar, roja como un tomate de tanto contener la risa.
Cuando ya estaban lejos las dos, escuchó como al fin Iris, estallaba en carcajadas. Hannah no pudo remediar sonreír a su vez. Algún día la mataré, pensó.
—Es muy simpática ¿no? —Le preguntó, Aaron.
—Sí, cuando quiere —resopló, Hannah.
—No se parece mucho a ti, para ser de tu familia, quiero decir.
—Viene de otra rama de la familia, una muy distinta. ¿Te parece bien que se quede con nosotros?
—Sí, claro que sí. Viendo como os divertíais las tres, cómo podría objetar nada.
—Eres muy comprensivo, Aaron, y un cielo de persona. Tengo muchísima suerte de tenerte junto a mí.
—La suerte es mía, Hannah —dijo él —.  No soy lo que se dice una persona muy espabilada y eso lo sé. Me costó muchísimo pedirte que salieras conmigo, ¿lo recuerdas?
—¿Cómo iba a olvidarlo? Llevaba tres semanas viéndote a diario en la biblioteca y me dije a mí misma: Debe ser un escritor en busca de ideas o un profesor, incluso uno de esos lectores adictos que no pueden dejar de leer...
—No era nada de eso. Sólo iba allí por ti. Te vi aquel primer día, tímida, pero al mismo tiempo muy lanzada, preciosa con tu uniforme de bibliotecaria, mientras arrastrabas aquel carro lleno de libros que debía de pesar una tonelada y al verme, me sonreíste. Fue como si me hubieran golpeado la cabeza con un bate de béisbol. Ya no pude mirar otra cosa más que a ti, amor mío.
—Sólo llevaba dos semanas trabajando allí, me habían contratado como suplente de una de las bibliotecarias que acababa de dar a luz, di gracias a Dios por haber conseguido ese trabajo pues gracias a él, pude conocerte.
—No te arrepientes. Quizás soñabas con ese escritor o un profesor, alguien inteligente...
—No me arrepiento, tonto. Eres la persona más cariñosa que he conocido en mi vida y sé que me quieres con locura, como yo a ti.
Hannah le besó y él pego un bote cuando se dio cuenta de que Iris les observaba desde la puerta.
—Siento molestar —dijo la chica —,  pero se nos han acabado las cintas y venía a por más.
—Están ahí, Iris, junto a ese armario —dijo Hannah señalando unas bolsas que había en el suelo —coge las que necesites.
Iris hurgó en una de las bolsas y se la llevó, volviendo junto a Anissa.
—Me ha dado un escalofrío al verla ahí parada, mirándonos —confesó, Aaron —Tenía una extraña mirada.
—¡Bah! No sería nada. Quizás sus padres no se demuestren el afecto entre ellos en publico. Ya se acostumbrará.
—No, no era eso. No miraba con asombro —continuó él —. Habría jurado que lo que vi en su mirada era...envidia.

envidia

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Hannah. El despertar. (Terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora