18-Problemas en casa

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A la mañana siguiente, Hannah recibió la visita del director de la clínica, el doctor Elías Stapleton, traía noticias de su marido Aaron, noticias preocupantes.
-¿Qué es lo que sucede? - Preguntó la joven.
-Se trata de su hija, anoche la niña tenía mucha fiebre y hoy por la mañana, su marido iba a llevarla al médico. Nos ha dicho que no se preocupase, que no sería nada.
-Tengo que ir, Anissa me necesita.
-Lo entiendo, los niños siempre desean la compañía de sus madres cuando están enfermos. Le he preparado un vehículo, la llevarán hasta su casa en cuanto esté lista.
-Muchas gracias.
-No hay de que, lo único que me gustaría es que cuando su hija se encuentre mejor, vuelva con nosotros.
-Sé lo prometo, volveré -aseguró Hannah.
La joven corrió a su habitación para recoger sus cosas y se cambió de ropa, quitándose la bata de hospital y poniéndose ropa de calle, después metió todos los papeles que Jack le había entregado dentro de un bolso que colgó de su hombro y recogió sus pertenencias, no tardó mucho pues no había traido gran cosa.
En un momento estaba lista y subía al automóvil que la esperaba en la entrada de la clínica. Una hora y media después llegaba frente a su casa en las afueras de New Jersey. El conductor, un joven muy agradable, se había dado prisa por traerla. Hannah se despidió de él, dándole las gracias y entró.
Aaron y su hija no estaban, seguramente seguirían en el pediatra. Pensó en acercarse ya que no estaba lejos, pero ¿y si cuando ella llegara, ellos ya habían salido? Decidió entonces esperarles en casa. Cuando la vieran, los dos se llevarían una sorpresa, solo había faltado tres días y a pesar de ello, les había echado mucho de menos.
Al subir a su cuarto se fijó en que la barandilla estaba arreglada, Aaron era un "manitas", había pedido una semana de excedencia en su trabajo, una aseguradora, para dedicarse a cuidar a su hija y al mismo tiempo arreglar los desperfectos que se habían producido en la casa la pasada semana.
Hannah entró en el cuarto de su hija y cogió el primer peluche que encontró a mano, lo acarició inconscientemente, mientras recordaba los terribles momentos que pasó cuando la niña desapareció.
Fue entonces cuando vio uno de los dibujos de su hija tirado en el suelo, lo recogió y se quedo mirándolo extrañada.
En el dibujo, pintado con lápices de colores, Anissa había dibujado tres personas junto a ella misma. A la derecha una figura femenina y un nombre: mamá, a su lado lo que parecía ser un hombre sobre el que rezaba la palabra, papá. Lo que la asombró fue la figura que había dibujada a la izquierda de su hija. Parecía otra niña, un poco mayor que Anissa y sobre ella una palabra: hermana.
¿Qué significaba aquello?
Era Eris, seguro.
¿La visitaba todas las noches, como hacía cuando ella también era pequeña?
¿Qué pretendía?
Hannah lo sabía muy bien. Utilizaría a su hija como lo hizo en el pasado, esperando el momento de no tener que depender de ellas, aguardando la hora de ser libre y sin cadenas, y entonces...
El sonido de un coche la sacó de sus pensamientos. Era Aaron y su hija que volvían del pediatra.
Hannah bajo corriendo las escaleras y abrió la puerta de la calle.
-¡Mamiii! -Anissa bajó del coche de un salto y corrió hasta su madre. Aaron se acercó tras ella.
-Ves, te lo dije. Sabía que mamá vendría a vernos -dijo su padre.
Hannah abrazó a su hija con todas sus fuerzas, una sola mirada le bastó a Aaron para notar la preocupación de su esposa.
-Se encuentra mejor. La doctora ha dicho que sólo es una gripe. Unos días en la cama y estará como nueva.
Hannah suspiró de alivio al escuchar a su marido. Por un momento había llegado a pensar...No, no era nada, y eso era lo principal.
-¡Os he echado mucho de menos! -les dijo a los dos, mientras besaba a su marido.
-Y nosotros a ti, mami...he hecho un dibujo para ti...
-¿Para mí? ¡Gracias mi amor!
Hannah besó a su hija a la que aún sujetaba en brazos. Fue en ese momento cuando se fijó en una marca que la niña tenía en su cuello.
-¿Te has arañado, cariño?
-No lo sé -dijo Anissa, negando con la cabeza.
Aaron se acercó para mirar la herida.
-Se lo habrá hecho sin darse cuenta.
-Entraremos en casa y te lo curaré enseguida, no queremos que entren bichitos, ¿verdad?
La niña frunció la nariz en un gesto muy parecido al que hacía Hannah de niña y que aún seguía haciendo de vez en cuando.
Hannah subió al cuarto de baño de la segunda planta donde guardaba el botiquín. Sacó agua oxigenada, algodón y un frasco de betadine y lo dejó sobre una mesita, mientras desabrochaba la blusa de su hija.
Un grito hizo que Aaron acudiera corriendo. Era Hannah la que había gritado.
-¡No puede ser! -decía la joven -¿Qué está pasando?
Aaron también se sorprendió al ver el pecho y la espada de su hija. Había infinidad de arañazos, todos muy pequeños, que cubrían prácticamente toda la piel de la niña.
-Puede ser un eccema debido a la fiebre -trató de razonar, Aaron.
-¡No es un eccema, son arañazos! -Gritó Hannah mientras terminaba de quitarle la ropa a su hija y comprobaba que tenía heridas por todo su cuerpo, menos en el rostro y las manos.
-¡Te juro que no sé cómo ha podido sucederle! -dijo Aaron tembloroso -. Hace un momento, en el pediatra, no tenía ni una sola marca. La doctora la estuvo examinando y se hubiera dado cuenta.
-¿Te duele cariño? -Le preguntó Hannah a su hija.
-No, mami...
Hannah sacó una crema para niños que tenía en uno de los cajones de un pequeño armarito y procedió a extenderla sobre la piel de su hija. Los arañazos fueron disminuyendo de intensidad, hasta que al final remitieron, como si nunca hubieran existido.
-No lo entiendo -dijo Aaron -. ¿Podría haber sido una reacción alérgica?
-No, Aaron...no ha sido nada de eso.

no ha sido nada de eso

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Hannah. El despertar. (Terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora