33. Donde no existe la caridad.

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Aquel lugar era el infierno en la tierra, pensó Eris, recordando su vida anterior.
Decían de él, que era el lugar idóneo para que pudieran vivir todas aquellas niñas que por circunstancias de la vida habían perdido a sus progenitores y a pesar de que Eris no sabía lo que era eso, porque nunca había tenido padres, se dio cuenta en seguida de que aquel humedo y maloliente edificio no albergaba en absoluto una pizca de la bondad y el cariño que se suponía deberían esperar los niños allí alojados.
El director del orfanato, el odiado señor Maximilian Higgins, era un sucio y vulgar funcionario, alcohólico y repulsivo, que abusaba de los niñas que estaban bajo su responsabilidad, tanto física como mentalmente. Los castigos y las palizas eran el pan de cada día y este, el verdadero pan, apenas si se veía. Eris, que en esta ocasión decidió llamarse Elizabeth, pasaba miedo y hambre todos los días y auténtico terror durante las noches.
¿Qué le ocurría a la humanidad? Habían pasado casi dos mil años desde la última vez que vivió en el mundo y las cosas, en vez de mejorar, eran muchísimo peores.
A sus trece años, demasiado mayor para que una familia decidiese adoptarla, su única salida era aguantar los diarios malos tratos y soñar con poder salir algún día de allí.
Las monjas qué estaban a cargo del cuidado de las niñas y del mantenimiento de aquel horrible sitio, eran aún peores que el citado director. Les encantaba hacer llorar a las más pequeñas por cualquier causa. Eliza, como la llamaban sus compañeras, había probado en innumerables ocasiones la vara de madera que las monjas usaban para mantener el orden, al tratar de escamotear algo de comida de la cocina para repartirla con sus pequeñas amigas o al intentar por enésima vez huir de allí. También había visitado muchas veces el cuarto de los castigos, acusada de soberbia, rebeldía y falta de disciplina. Eris o Eliza como hacía llamarse se volvió dura e insensible. Los golpes dejaron de afectarla, el hambre sólo agudizaba su astucia. Las visitas nocturnas del director, el señor Higgins, sólo servían para aumentar su ira y su deseo de violencia. Y lentamente la maldad, la verdadera maldad se adueñó de su alma.
Eliza había cumplido los diecisiete años. Llevaba cuatro largos y desesperantes años encerrada, viviendo en la más absoluta oscuridad y la crueldad era la única manera de defenderse de el daño que los demás le infligían.
Se había convertido en algo muy parecido a todo lo que odiaba. Era arisca, maltrataba a sus compañeras, robándoles la comida y cualquier objeto que pudieran poseer y lastimándolas en caso de que se negaran a entregárselo. El trabajo de aquellas personas malvadas por fin había dado su fruto. Eliza se había convertido en su igual.
Un frío dia de principios de febrero todo llegó a su término. Una niña de unos seis años, recién llegada, provocó la ira de Eliza al no querer entregarle un bonito broche que la pequeña guardaba como el último recuerdo de sus padres fallecidos en un accidente. Eliza, con saña y maldad comenzó a increpar a la niña para obligarla a desprenderse del broche, pero la recién llegada lo apretó fuertemente contra su pecho negándose a hacerlo. Eliza la abofeteó con fuerza y cegada por la ira, siguió pegándola hasta que las monjas consiguieron separarlas. En el suelo había quedado el cuerpo ensangrentado de la niña pequeña, flácido y sin vida.
La policía se la llevó detenida y el juicio posterior la declaró culpable. A sus dieciocho años recién cumplidos , Eliza fue ejecutada en la horca por su horrible crimen.
Su odio hacía la humanidad no había hecho más que comenzar.
Se prometió no volver a confiar en los seres humanos que para ella eran auténticos demonios. Decidió ser fiel a sí misma y causar a los demás todo el daño que ella misma había recibido.
Una semana después de su fallecimiento, volvió al orfanato y decidió arreglar un poco las cosas. Las niñas pequeñas eran tan fáciles de poseer que no le costó nada introducirse en la mente de una de sus antiguas compañeras y obligarla a robar un juego de llaves maestras. Una vez cerrada la puerta principal por dentro, obligó a la niña a bajar al sótano donde la caldera de carbón, que muy a menudo no funcionaba por lo que las odiadas monjas llamaban, falta de presupuesto y que Eris sabía era auténtica avaricia, ocupaba buena parte de la sala.
Eris modificó la presión de la caldera hasta que la flecha del manómetro llegara a lo que estaba marcado como presión peligrosa.
Después de esto, volvió a subir hasta la habitación del señor Higgins. Al tener un juego de llaves de todas las habitaciones, le resultó muy fácil abrir la puerta de su cuarto y hacer que la niña se colara dentro. Aquel cerdo dormía bajo los vapores del alcohol. Sus ronquidos podían escucharse en la quietud de la noche, pero pronto iba a terminar con ellos. Su venganza no había hecho más que empezar.
Eris obligó a la niña a coger un abrecartas del escritorio del director, luego hizo que se subiera a la cama donde dormía a pierna suelta y sentándose a horcajadas sobre su pecho miró a través de los ojos de la pequeña, la odiada figura.
-Ya nunca causarás más daño -dijo con su propia voz y alzó el abrecartas sobre su cabeza. Invadida por una sed de sangre como nunca había sentido, descargó el afilado objeto sobre el rostro de aquel que tantas noches había abusado de ella. Lo acuchilló una, dos... tantas veces que el tiempo parecía haber dejado de existir y solo ese momento ocupase toda su realidad.
El director Higgins nunca se despertó. Su rostro, horriblemente desfigurado fue un grato espectáculo para el frío corazón de Eris.
Un estruendo en el sótano del edificio le confirmó que la caldera había estallado. El humo y las llamas lo invadió todo. Ella tan sólo salió de la habitación del director y bajó a la planta inferior, sentándose en una butaca junto a la puerta de la calle y disfrutando del espectáculo.
Todo ardió en cuestión de minutos, las monjas, aún vestidas con sus camisas de dormir y envueltas en llamas corrían despavoridas buscando una salida. Una salida que nunca hallaron.
El incendio arrasó completamente con el viejo y horripilante orfanato de la caridad y todos sus ocupantes murieron en él.
El mal había nacido y tenía un nombre: Eris.

El mal había nacido y tenía un nombre: Eris

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Hannah. El despertar. (Terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora