11-Sospechosa

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Hannah dormía abrazada a su hija y Aaron velaba por las dos. Estaban en el cuarto de la niña.
Abajo, en el salón de la casa, nadie dormía.
Jack McGray, sentado frente a un monitor, revisaba las grabaciones y junto a él, Howard Mansfield observaba pensativo. En las imágenes captadas por las videocámaras casi no se apreciaba la figura que les había atacado. Sólo se podía ver una sombra oscura, y podía tratarse de la de cualquiera. Era algo material, eso sí, creaba sombras a su vez como cualquier cuerpo físico al interponerse delante de un haz de luz. Howard le había hecho partícipe de sus sospechas. En el momento en que apareció aquella sombra, todos se hallaban en el salón. Todos, menos una persona. Hannah se encontraba en la habitación de Anissa, pero nadie podía confirmar que siguiera allí. Le hubiera sido muy fácil bajar sin ser vista.
—¿Y por qué iba a hacerlo? —Le preguntó el sacerdote.
—No sé aún los motivos, pero no me digas que a ti no te parece sospechosa. Hannah tiene un historial de enfermedades mentales, entre ellas, personalidad múltiple. Y aún no se sabe mucho acerca de esa enfermedad. Los motivos serían irrelevantes. Es una persona enferma.
—¿Crees que eso que nos atacó podría haber sido Hannah? Yo no lo creo, Howard. Creo que aquí nos enfrentamos a algo muy oscuro.
—La mayoría de las veces, la explicación más lógica resulta ser la verdadera —dijo el profesor —, somos nosotros los que siempre le buscamos tres pies al gato.
—Bien, y ¿cómo explicas lo de los detectores de movimiento, la súbita aparición de ese ser, o lo que sea y la desaparición de la niña?
—Los detectores pudieron fallar —dijo Howard con naturalidad —,  no es la primera vez que nos sucede.
—¿Suelen dar errores a menudo, justo cuando se dan a su vez otro tipo de fenómenos? Es demasiada casualidad y yo no creo en las casualidades.
—Pudo ser ella, cruzó por delante del detector y este sonó. Luego bajó al salón. Estaba muy oscuro, recuerdas, esa zona en particular apenas sí estaba iluminada y no podía distinguirse nada. Después hizo su pequeña actuación, algo que nos hiciera pensar que todo esto es ajeno a ella, puesto que ella se encontraba arriba en el cuarto de la niña. Después volvió a subir y se puso a gritar desconsolada. La niña mientras tanto podía estar oculta en algún armario o en cualquier otro lugar.
Jack le miró pensativo. Era cierto que le caía bien aquella joven, pero también había que reconocer que no la conocía de nada. El único que la había tratado era su amigo, Charles. Él solo sabía de ella lo que le escuchó decir al psicólogo.
—¿Empiezas a comprender mi punto de vista?
Asintió. Le parecía extraño, pero también había cierta lógica en lo que proponía, Howard.
—Tenemos que vigilarla, Jack —continuó el profesor —. Seguramente ella no recuerde nada de todo lo que ocurrió o que sí lo haga y en ese caso nos esté mintiendo.
—¿Mentirnos? Eso sí que lo pongo en duda. ¿Qué iba a sacar con ello?
—He visitado muchas casas presuntamente encantadas, que luego resultaban no serlo y he conocido a afligidos testigos que al final no deseaban más que publicidad o simplemente burlarse de nosotros. Hay gente para todo, créeme.
—Hannah no es de ese tipo de personas. Estaba desesperada cuando desapareció su hija, se lo pude notar.
—En ese caso, puede que se deba a su trastorno. Hace cosas bajo otra identidad y luego no recuerda nada de ello. Esa personalidad que tiene es muy fuerte y además muy peligrosa, podría llegar a hacer daño a alguno de sus seres queridos, incluso a su propia hija.
—¿Crees eso?
—Sí, estoy convencido de ello. Deberíamos ingresarla durante unos días, tu amigo, el doctor Connors puede arreglar los trámites.
—Hablaré con su marido —dijo Jack —. Creo que él, es el más indicado para convencerla.
—Buena idea. Mientras tanto, Loretta y yo seguiremos analizando las grabaciones. Aunque esté bastante seguro de que todos los fenómenos se deben a Hannah, no puedo descartar nada. No sería profesional  basarse tan sólo en una intuición ¿no crees?
—En mi trabajo, la intuición puede llegar a ser todo de lo que dispongo, pero puede que haya algo que se nos escape — dijo el sacerdote —.  Yo siempre antepondré mi fe en la bondad de las personas antes que en la maldad de las mismas, llámalo deformación profesional. 
—En el mío es todo lo contrario. Siempre necesito pruebas para confirmar lo que ya sé. No puedo conformarme con tener fe. Sobre todo si, como es mi deseo, pretendo ser riguroso y que la ciencia reconozca algún día la verdad de estos fenómenos. La fe y los hechos: Dos extremos de la misma soga que al final acabarán por asfixiarnos.
—Habla por ti, amigo mío —dijo  Jack —. Yo, ya tengo el cielo ganado, las medallas se quedan para tipos como tú.
—¿Como yo? —sonrió Howard —.  ¿Y cómo se supone que soy yo?
—Alguien pragmático que ante todo desea, por todos los medios a su alcance encontrar la fe.

  ¿Y cómo se supone que soy yo?—Alguien pragmático que ante todo desea, por todos los medios a su alcance encontrar la fe

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Hannah. El despertar. (Terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora