Dolorosa Madurez [Parte 3]

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—¿Es

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—¿Es...? ¿Es en serio? —Pasó saliva—. ¿No... no me estás mintiendo?

La garganta de Aira le quemaba tanto, que no supo cómo pudo ser capaz de formular aquella dolorosa pregunta.

Sabía que era imposible que Rodrigo pudiese mentirle así en persona por su Asperger. Sabía que si él respondía "Sí", eso solo significaba la realidad, la dura y cruel realidad que no quería descubrir. Sabía que aquellos ojos verdes, que se elevaban y la contemplaban con aquella gigantesca tristeza que querían abrazar su corazón, eran lo suficientemente notorios de la culpa que le carcomía su alma.

—No —negó y sacudió levemente la cabeza para volver a cerrar sus ojos.

No se sentía con la capacidad de mirarla a la cara a la vez que asumía lo que había cometido tiempo atrás.

Apretó sus ojos con tanta dureza como si con ellos pudiese desaparecer aquel fatídico hecho, pero no podía. Las lágrimas que corrían debajo de ellos, a pesar de estar cerrados, se conjugaban con los de la muchacha, quien solo atinaba a preguntarle ‹‹¿Por qué, Rodri? ¿Por qué?››.

Al escuchar su trepidante voz, él se armó de valor. Abrió los ojos y el cuadro que tenía frente a sí le rompió el corazón.

La joven ya no podía hablar. Tenía la cabeza agachada entre sus manos. Su respiración era tan entrecortada que tuvo que tratar de aspirar profundo para regularizarla.

Volvió a alzar su brazo derecho en su dirección. Quería acunarla, consolarla, calmarla, decirle que lo sentía, que lo perdonara... pero no podía. Las palabras de "alumna" sobre la cabeza de Aira estaban imaginariamente colocadas, como un cruel aviso de su nueva posición y de lo impropio que podría ser hacia ella su acción.

Como si le leyera la mente, la joven alzó la cabeza. Lo miró con tanta decepción, aflicción y desilusión, que la culpa sobre el alma de Rodrigo se multiplicó mucho más.

Una lágrima volvió a caer de la mejilla derecha de ella. Tuvo un impulso de detenerla con su dedo, tal y como lo había hecho tantas veces en aquellas tardes enteras... En aquellas en las que solo había querido brindarle felicidad para que ya no llorara nunca más, cuando entonces tenía quince años. Pero estos eran tan distintos a ahora, a sus dieciocho, en los que solo se construía entre ambos un muro cimentado por la culpa de sus errores y de sus sinsabores.

Él había querido que su cumpleaños número dieciséis fuera inolvidable. Pero, nunca imaginaría que en sus diecisiocho, después de enterarse por todo lo que había pasado y en los que era palpable el crecimiento de Aira, todavía le faltaba a ella algo más: enterarse de aquel lacerante hecho que terminaría por brindarle una amarga y dolorosa madurez.

Se había planteado esa tarde del cumpleaños de Aira un objetivo. Aquella tarde, cuando le colocaba el medallón de hojas de tréboles sobre su cuello, se había dicho que haría hasta lo imposible para que ella tuviese una nueva vida, con sueños, proyectos y una felicidad sobre igual.

Melodías y Ambrosías [Saga Ansías 2] [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora