♫ Dolorosa madurez [Parte 1] ♥

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—¡Aira!

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—¡Aira!

Rodrigo exclamó con los ojos más abiertos que nunca. Le era imposible ver lo que tenía frente a él. Tanta era su incredulidad e impacto de lo que aquellos le mostraban, que todo su cuerpo le temblaba. De la gran impresión, se tuvo que sentar porque sus piernas no le respondían. Con un gran esfuerzo, se sacó los lentes para contemplarla y cerciorarse de que fuera real. Y aquello era real, claro era real...

Aira estaba a pocos metros de él. Un poco más alta, menos delgada, más cachetona, con otro peinado distinto al que solía llevar (el pelo recogido en una cola de caballo), con la mirada de siempre, entre risueña y altanera, pero con un detalle que le trajo un recuerdo de sí mismo. Sus ojos eran distintos, como si en el transcurso de esos dos años y medio que estuvieron separados, se hubiera dado un gran cambio en aquella joven.

Tuvo un impulso irremediable de querer ir donde ella. Contemplarla de cerca, hablarle de cerca, tocarla de cerca... mas no pudo. Aunque todavía no era consciente de que era observado por los treinta alumnos que tenía a su cargo, lo que sucedería a continuación sería oportuno o inoportuno, dependiendo de la perspectiva con la que se viera.

—Oh, el profe ya aprendió a decir bien tu nombre —dijo José María, quien venía detrás de las chicas y abrazó a Aira por el hombro, cogiéndola desprevenida y trayéndola de vuelta a tierra.

Si Rodrigo estaba en shock, la adolescente lo estaba tan o más que él al tenerlo frente a sí. Todo a su alrededor giraba a mil por hora, como si un agujero negro absorbiera las cosas a su paso, dejando en el firmamento solo a ella y aquel que fuera su primer amor.

—Aunque a mí me parece que mejor le queda el nombre de Aida, ¿no cree, profe? —añadió José María juntando más el cuerpo de Aira contra el suyo en su abrazo, mientras sonreía burlonamente.

Al ver los brazos del chico sobre ella, las cejas y los labios del joven tutor se tensaron. Alzó su brazo derecho con nerviosismo y apretó los dedos de su mano con mucha rabia.

—Perdón por llegar tarde, profesor —habló Ana María—. El carro de mi papá se malogró y...

—¡¿Quién diablos te ha dicho que me abraces, imbécil?! —dijo Aira enojadísima al tiempo que empujaba a José María contra el pasadizo—. ¡Qué confianzas son esas!

—Pensé que habíamos hecho las paces y que podríamos seguir con lo que dejamos pendiente el otro día, Aida. —José María hizo un gesto inocente y se encogió de hombros.

Toda la clase empezó a reír y a cuchichear. Más de un "Uhhhhhh" o "Ya decía yo que esos dos estaban" se podía escuchar, para desesperación de Aira. De inmediato, decidió poner paños fríos al asunto para evitar malentendidos con quien sabía que tenía su mirada clavada en ella.

—¡Qué pendientes ni que ocho cuartos! ¡Tú y yo no somos nada! ¿Te quedó claro? —vociferó de tal manera que podía escuchársela en todo el pasadizo.

Melodías y Ambrosías [Saga Ansías 2] [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora