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Aira
Se encontraba encaminando sus pasos hacia el elevador que la llevaría al departamento de Rodrigo. Al momento de alzar su pie derecho para subir la escalinata que la llevaría a su destino, aquél se le hacía pesado... tan pesado que por poco estuvo a punto de tropezarse al no poder elevarlo a la altura deseada, por lo que tuvo que asirse de la pared contigua. Finalmente, cuando recuperó el equilibrio, todo parecía volver a la normalidad. Pero en su interior, el viento que daba paso a la tempestad recién estaba llegando a su punto más álgido de esa tarde.
Durante todo el trayecto de la escuela a su casa y de esta hacia este sitio, había tratado de contenerse para no perder la compostura. Pero le había sido imposible. Si la noche anterior había tocado la dicha eterna gracias a Rodrigo, ahora él había ayudado a que su destino actual fuera andar como muerta en vida en los campos infértiles del Tártaro mismo. Lágrimas que caían... Maldiciones que se decían... Ilusiones que se rompían... Todo parecía conjugar para que el vaivén de emociones de Aira llegara a su clímax y construyeran el profundo pozo de su depresión que había dejado por pocas horas el día anterior.
Su abuela Gladys, al verla llegar a su casa en ese estado, le había preguntado qué le había pasado en la escuela. Como sabía que había sufrido de bullying en la primaria por sus problemas de tartamudez luego de la muerte de su padre y que, si bien la secundaria esto ya no pasaba, sabía que a Aira le era difícil encajar en su grupo. Por todo esto, cuando la vio tan entusiasmada aquella tarde de noviembre, no pudo menos que abrazarla y compartir su alegría. No solo porque sabía que el baile era una de las cosas que a ella le encantaba, sino porque desde hacía tiempo atrás que no veía aquel brillo en sus ojos cuando le decía que iba a ser la Luna en la danza de los Turcos.
Siempre apartada... siempre desganada... si no fuera por la compañía fiel de aquel muchachito de pelo desgreñado —como le decía a Xico— la señora se preguntaba qué hubiera sido de su nieta en la escuela. No obstante, aunque no aprobaba aquella compañía por el vocabulario poco ortodoxo y los malos hábitos del joven —nunca olvidaría, en especial, aquella tarde que fue a su casa para estudiar con Aira, y en la que tuvo que asear el baño porque lo había dejado nada limpio al retirarse—, sabía que él había estado con su nieta en las buenas y en las malas. Aquélla amistad de tantos años había sido uno de los pocos soportes que había tenido ella para afrontar a la depresión que sabía que padecía. Y esto era algo por lo que la anciana le estaría profundamente agradecida, aunque mientras menos lo viera por su casa, mejor. No tenía ánimos de volver a fungir de limpiadora de baños ensuciados en un futuro próximo.
Sin embargo, al contemplarla con los ojos llorosos esa tarde, la señora Gladys temió lo peor. Quizá le hubieran vuelto a hacer bullying en la escuela. Había escuchado en las noticias locales que el índice de acoso escolar estaba en alza. Aunque, si la escuchaba con atención, ella vocalizaba las palabras bien, por lo que no habría motivo aparente para que fuera objeto de burlas como antes. Al no hallar respuesta para sus preguntas, otro pensamiento cruzó por su mente: ¡Quizá la habrían sacado de la danza!
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Melodías y Ambrosías [Saga Ansías 2] [COMPLETA]
RomanceHISTORIA GANADORA DE LOS WATTYS 2016 EN LA CATEGORÍA PIONERAS. Continuación de "Ansías y Poesías" (no recomiendo leer esta parte sin haber leído la primera, la cual pueden encontrarla accediendo a mi perfil o poniendo en el buscador de Wattpad "Ans...