Capítulo 12: Bajo el influjo de la luna

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El reloj de cuco de la sala de estar sonó de repente, indicando que eran las cuatro de la madrugada. Hermione daba vueltas entre las sábanas, respirando entrecortadamente, nerviosa, agitada, hasta que se despertó de golpe de un sobresalto.

«No puedo dormir», pensó. «No puedo, no hay manera».

Las pesadillas llevaban acosándola desde que se había metido en la cama hacía ya horas. En sus sueños, enormes tuberías con patas perseguían a una agitada multitud disfrazada de animalitos que corrían por el Gran Comedor. Snape y Dumbledore aparecían en el centro, disfrazados de bebés gorditos y paticortos que gritaban: «¡Mamáaaa! ¡Ueeeee! ¡Mamiiiii!».

«¡Basta!», pensó Hermione, cansada de no hacer nada. «Debo actuar y averiguar quién provocó el accidente», hizo ademán de levantarse. «A no ser... a no ser que, en el fondo, ya lo sepa. Tuvo que ser...».

La leona se levantó de la cama, decidida, y sin ni siquiera cambiarse el pijama, salió de la torre de Gryffindor. ¡Ya lo tenía! ¡Estaba segura de haber dado con el culpable! Pero nada más llegar al frío pasillo, se detuvo.

- ¿Y qué voy a hacer yo? Estoy sola. Harry no me creyó cuando le hablé de mis sospechas. Mi mejor amigo y no... no me cree.

Permaneció quieta un instante, indecisa. Si Harry no la creía, ¿en quién más podía confiar? Y entonces se le iluminó el rostro. Aún le quedaba una persona.

* * *

Una piedrecita golpeó de pronto uno de los cristales de la torre de los Slytherin. Silencio. Era la habitación que compartían Zabini, Crabbe, Goyle y Malfoy.

Hermione cogió otra piedrecita del suelo del jardín y lanzó de nuevo hacia el cristal. Otra vez silencio.

- Vale, probaré con la grandota – dijo Hermione, cogiendo una piedra tan grande como un puño – Con esta tendrán que oírme – y la lanzó con fuerza hacia la ventana de cristal.

Entretanto, un ruido se oyó en el interior y alguien abrió la ventana, justo en el momento preciso en el que la piedra gigante hubiera impactado contra el cristal.

- ¡¡Aaaah!! – la silueta lanzó un grito ahogado y esquivó la piedra por escasos centímetros – ¡Pero qué narices! – susurró el chico, enfadado – ¿Quién va?

Era la voz de Crabbe. Hermione no contestó.

- ¿Hay alguien?

«Está bien», pensó la leona, resignándose. «Tendré que ingeniármelas para ver al hurón».

- Hola, Crabbe, soy Granger – contestó la chica en voz baja, saliendo de su escondite.

- ¿Granger? – el chico estaba evidentemente sorprendido – ¿Pero qué haces tú aquí?

La leona se metió la mano tras la espalda y, de repente, sacó un canasto de pastelillos cremosos recién horneados.

- ¿Ves esto, Crabbe? – preguntó, moviendo uno de los pastelillos de lado a lado para que el chico lo viera – Mmmm... ¡qué bien huelen! ¿No querrás uno?

 ¡qué bien huelen! ¿No querrás uno?

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Corazón de bruja (Draco, Hermione y Harry)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora