SESENTA Y NUEVE

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Zael.

—Zael— me llamaron.
—¡CHICO!— alguien me empujó tras gritarme haciéndome volver al mundo real— ¡¿pero qué demonios te pasa?!— me dijo un señor el cual estaba atendiendo— ¡me has llenado el coche de gasolina imbécil!— se le notaba realmente enfadado.

Miré que el depósito de gasolina de su coche estaba a rebosar y que ciertos chorreones de gasolina bañaban parte de la parte trasera del coche.

—Lo siento señor— me disculpé y cogí el trapo que tenía metido en el cinturón del mono verde y le limpié la parte que había manchado.

Cuando me dispuse a limpiar fue cuando me di cuenta que el coche no era un coche cualquiera, era una limusina, apreté los labios con fuerza, la había cagado.

Cuando terminé con mi labor el señor me tiró el dinero al suelo y se largó de la gasolinera refunfuñando lo que seguramente serían ciertos insultos hacia mi, pero no me importó.

Me agaché a recoger el dinero y justo cuando me levanté, mi jefe me colocó su mano en mi hombro, cuando lo miré símplemente sonrió.

—¿Qué te pasa hoy Zael?— me guió hasta un pequeño borde de escalera donde nos sentamos— veo que estás muy distraído— apoyó su espalda en la pared.

¿Que qué me pasaba? Que no podía parar de pensar en Amy, que mi corazón aún le pertenecía, quería volver a sentir sus labios, el contacto de su piel suave con la mía, quería volver a abrazarla como cuando me disfracé de oso y no volver a soltarla, quería acabar con este dolor el cual me desgarraba el pecho al no poder estar con ella, no quería pasar más tiempo sin ella y por eso en parte también estaba nervioso, porque hoy era el gran día donde le iba a confesar todo, el día en el que me daba igual lo que pasase si me presentaba allí, el día en el que me comprometía, por lo que pudiese suceder, a cumplir condena por el delito que cometí por aquel entonces, ya todo me daba igual, yo sólo quería estar con ella.

—Estoy nervioso— le contesté al final— después de meses, he decidido confesarle a una chica especial para mi, lo que siento— miré con aire distraído el dinero que tenía entre las manos— y no sé qué va a pasar— suspiré.

Se hizo el silencio.

—¿Sabes dónde se encuentra ahora esa chica?— me preguntó.

Miré la hora y vi que eran ya las una y media de la tarde, la boda, por lo que me dijo Nami, empezaba a las doce, así que ahora mismo, estarían ya en la copa de espera o comiendo. Me rasqué la nuca.

—Si— le respondí.
—¿Y a qué esperas?— se levantó del suelo y se colocó frente a mí. Me tendió la mano— no esperes más y ve a por ella— sonrió.

Acepté su mano y me levanté del suelo.

—Gracias— le coloqué el dinero entre sus manos mientras  le tendí las mías.

El hombre me sonrió y yo salí corriendo de la gasolinera.

Amy.

—¡QUE VIVA LOS NOVIOS!— gritamos todos los invitados a la vez mientras que les hechábamos a los recién casados puñados de arroz y pétalos de rosa.

Ellos se taparon con sus brazon la cara sin soltarse de la mano y una vez que ya se acabó todo, se dieron de nuevo un beso el cual hizo que aplaudiésemos y silbásemos.

Estaban realmente felices y enamorados, con tan solo mirarlos lo demostraban.

Tras largas sesiones de fotos en la puerta de la iglesia, finalmente ellos se fueron en el coche para realizarse las fotos y yo me enganché del brazo de mi hermano quien con una sonrisa me acompañó sin soltarme hacia su coche.

Y al fin, nos dirigimos al lugar donde se celebraría la copa de espera.

Entramos por un camino de pequeñas piedrecitas que nos llevaba hacia una gran fuente con un ángel que parecía que orinaba el agua, aquella fuente hacía de rotonda, ya que los coches estaban aparcados a su alrededor frente a los pinos que cubrían el lugar donde nos encontrábamos.

Todo tenía pinta de ser carísimo y bastante lujoso.

Depende de la parte donde se hubiese aparcado, podías subir por las escaleras de la izquierda o de la derecha, ya que ambas llevaban a la misma puerta. Nosotros subimos por las escaleras de la derecha poco a poco hasta que llegamos a la puerta que nos la abrió un hombre desde dentro.

Una lámpara gigante de telaraña colgaba del techo iluminando todo aquel espacio, no habían muchos muebles, pero si objetos de decoración.

Una chica nos guió hacia la habitación que había enfrente de la entrada, que la adornada a cada lado del quicio de la puerta una estatua griega sonriente.
Entré algo tímida, me daba miedo tocar algo de allí, temía a que se rompiese.

Todo allí dentro era mágico, había tan sólo tres mesas para tanto espacio, pero lo que más ocupaba de la sala era una gran barra, la cual seguro Diana acapararía con ella.

—Que ganas de emborracharme— dijo Didi seguramente cuando vio la barra.

Le di un codazo.

—¿Qué?— se encogió de hombros— hay que aprovechar en la barra libre— sonrió.

Yo rodé los ojos.

Finalmente nos sentamos en una mesa y comenzamos a charlar animadamente mientras los camareros iban y venían trayendo y llevándose cosas. Más tarde vinieron al fin los recién casados y nos sirvieron los platos grandes. Tras bromas con los novios, bailoteos, chistes,dedicación de palabras y algún que otro regalo de los novios hacia algunos de los invitados, al fin llegó el momento de la fiesta, la tan esperada barra libre.

Nos levantamos todos de golpe cuando comenzamos a escuchar la música y como ratones del cuento del flautista de Hamelin, fuimos directos hacia donde provenía, pero yo me quedé en el sitio cuando me percaté de que Nami estaba sentada con el móvil.

—¿No vienes?— le pregunté, ella se sobresaltó un poco.
—Si, si, tranquila— sonrió algo nerviosa y se guardó el móvil en el bolso de mano que trajo consigo, después se levantó de la silla y juntas nos dirigimos a la improvisada fiesta de baile.

[...]

Diez cubatas, ocho chupitos, más, lo que bebía de los demás para saber lo que era, es igual a borrachera máxima y si no potaba hoy, sería un milagro.

—¡Otra ronda de chupitos!— gritó Didi animada al camarero.
—¡NO! No...— negué tanto con la cabeza como con el dedo— para mi no.
—¿Estás bien?— me preguntó Tony también algo tocado por el alcohol, pero menos.
—Estupendamente— intenté no perder el equilibrio— voy a tomar un poco el aire— le señalé la puerta de la salida— ahora vuelvo— él asintió y yo como pude, me encaminé hacia la salida.

No me traje el abrigo conmigo ya que tenía bastante calor y andaba ya casi sudando, así que agradecí todo aquel viento de golpe en mi cara cuando salí. Me dirigí a la barandilla que había frente a mi, me apollé en ella y miré el agua de la fuente distraída hasta que alguien me tocó el hombro lo cual me sobresaltó.

A través de la ventana [RESUBIENDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora