Y sí, tuve que ir a la peluquería a que le dieran forma a mi corte. El peluquero, que me debe ver como mucho dos veces al año, abrió los ojos cuando entré y meneó la cabeza.
—Eso lo tendría que haber hecho yo —me dijo sonriendo.
Claro, cuántas veces entra alguien que se corta el pelo largo por la cintura por debajo de la oreja. Me dejó la nuca desnuda. Y más largo arriba con una especie de flequillo para el costado o un casi jopo. En el espejo parecía otra.
Y debo parecer porque en el colegio creo que hubo gente que no me reconoció. Pongamos que habitualmente no me deben ni ver, pero de repente me miraban e imaginaba que pensaban quién carajo es. Antes, la nada misma. Pasaba como pasa el viento.
La cara de Rosario cuando me vio fue mortal. Sonrió en cámara lenta y la sonrisa le cruzó la cara y se empezó a reír. Estiró un brazo como queriendo tocar el techo y gritó:
—¡Esa es mi amiga!
Yo, incendiada.
Y dio unos pasos largos con sus piernas eternas para abrazarme mientras me decía al oído "esta se parece más a vos". Feliz coincidencia. Las caras de Wanda y Tania fueron más moderadas, una especie de "oh, qué cagada", y luego inmediatamente, que eso no se note, abrazo y un tímido "está bueno". En resumen, algo así. Pero ellas son mucho más estructuradas. Y tal vez tampoco es que me queda tan bueno. No va por ahí, para mí tiene más que ver con lo que yo veo y cómo me siento. Y habrá gente que piense, como mamá, que las chicas con kilos de más no deberían tener pelo corto porque así solo se nota más el exceso de cuerpo.
El colegio, un embole. Esa sensación de que se viene ser grande. Es nuestro último año y entonces sí, agárrense. Una especie de ola de tsunami anticipatoria. Entre que hay que elegir carrera o qué hacer de la vida. Como si fuera fácil elegir qué estudiar, lo que elijas seguramente condicione tus próximos cinco años, lo que definitivamente va a condicionar toda tu vida. El separarnos todos. Y tanta anticipación, tanta decisión me da pánico. Ganas de ovillarme sobre mí y que pase la ola por arriba.
No sé que voy a estudiar, ni qué quiero ser o hacer. O sea, sí, sé cosas pero nada es tan sólido en mí como para que sea permanente. Me va y me viene. Música. Chef. Carreras que aún no existen y que se me ocurren. Diseñadora gráfica. Todo va y viene.
Y al salir del curso con la mochila en un hombro giré la cabeza mientras venía hablando con Rosario y lo vi saliendo del aula de él. Nuestros reconocimientos a la distancia cuando nos encontramos suelen ser unos movimientos imperceptibles de cabeza. De una sutileza feroz. Creo que nosotros solos los vemos o tal vez me los imagino. Pero esta vez me miró y se quedó parado en medio de la puerta de su aula, los ojos intensos, su mirada en mí. Sentí que me ardía la cara. Le sostuve la mirada todo lo que pude pero unos segundos más tarde, mientras pasaba casi al lado de él, la bajé. Esos segundos en cámara lenta, nos volvimos ora vez nosotros. Simón y yo. Hacía un año que no sentía eso. Desde que se me fueron las palabras.
Pero esos segundos nos habían reconstruido. Pensé que ahí quedaba. Pero a la noche, tratando de terminar la tarea del colegio, me di cuenta de que no. La ventana de mi cuarto. La luna colgaba en el cielo. Y en mí, ese instante de película muda que seguía repitiéndose al infinito. Un espacio mínimo. Ínfimo pero real.
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Intermitente Rafaela
Teen FictionRafaela no quiere que termine quinto año, no sabe qué va a estudiar y teme que se desvanezcan los vínculos con sus amigas. Y a pesar de las ausencias de su papá y de Simón, y de que todavía se siente invisible para los demás, se empieza a dibujar a...