Capítulo 10 🎻

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Conclusión post corte: para que algo realmente cambie, hay que cortar mucho más que el pelo. Sí, ahora me registra más gente, es verdad, hasta un par de compañeras me dijeron que les encanta cómo me queda. Aunque obviamente me pregunté si sería cierto. Me veo distinta, me siento distinta, pero si queda ahí, muere ahí. Comprobado. Porque los días post corte, post llegada León, volvieron a ser como el resto de los días anteriores, los del año entero en que no escribí:

  L a n a d a m i s m a.

  Y así siguen.

  Fiestas. A las que no voy. Y no pienso ir.

  Reuniones. De las que no participo.

  Un viaje de egresados. Al que tampoco tengo muchas ganas de ir. No entendí nunca el punto. "¿Divertirte?", me preguntó unos de mis compañeros el otro día cuando le comenté mi feliz punto de vista. No le veo lo divertido a ir con gente con la que ni siquiera tengo relación. Otra cosa sería ir solo con mis amigas. 

  Colegio. Que no me puede interesar menos. O sea sí, hago lo que tengo que hacer para no llevarme materias justo ahora y no es que me encante estudiar pero no sé qué hago si además tengo que estudiar en enero o febrero. A ver, bastante con tener que ir al colegio el resto de los meses como para dedicarle ese tiempo. Ni loca.

  Mamá. Que ya se habrá adaptado al espanto de tener una hija con quince kilos de más y pelo corto. Eso de los quince, me lo dijo la otra vez, que cuándo pensaba ocuparme de mis quince kilos de más. Una copada, mamá. Sigue con Leonardo y eso la mantiene bastante lejos de casa así que por mí excelente. 

  La novedad es Aitana. O que tiene novio. Ella, la que salía siempre y nada. No quiere decir mucho pero es obvio, obvio para mí por lo menos. Ya le dije que lo quiero conocer. Que lo traiga un día que mamá no esté y listo.

  León. Bien, gracias. Ya se hizo un grupo de amigos del curso de Simón, un grupo que no es el de Simón y el de Gastón, sino el otro grupo. Como que habría dos que no se bancan tanto. O sea que ni lo veo, cursamos juntos pero en los recreos desaparece.

  Simón. No me lo volvía cruzar. Sé que está. Calculo que sabe que estoy. A eso se limita nuestra relación hoy. Dos conjuntos que no se intersecan. A veces pienso en él. ¿Qué pensó en ese instante cuando me vio con el pelo corto mientras pasaba delante suyo por el pasillo? ¿Siente? ¿Piensa en mí alguna vez? ¿Me extraña? Yo no. Cuando alguien desaparece así, de una forma tan abrupta y brutal, la decepción es tan grande que destruye todo, TODO, lo que sentís. Así que no lo extraño. Aparte tengo la sensación de que todo fue un sueño, que me lo imagine, lo soñé. Pero tengo un cuaderno que atestigua lo contrario. Aunque me haya despertado por meses y a los pocos segundos volver a recordar ese mail y su distancia y estrellarme otra vez contra la realidad. Sí, existió, existe y no quiere saber nada conmigo. Rosario me dice que no se puede hacer cargo de lo que siente, como sea, desapareció. Como Papá. Un buen promedio. Me dio risa. Es una risa amarga, pero es risa. Está el abuelo. El único hombre sólido en mi vida, salvándolo todo.

Intermitente RafaelaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora