Capítulo 25 🎻

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  Hacía mucho frío, hasta nos habíamos tapado con la manta, pero no me podía volver sin meter los pies en el agua. Me saqué los borceguíes, las medias, los dejé junto a la lona, me arremangué el jean y empecé a caminar hasta la orilla. León se había quedado sentado mirándome. Estaba por llegar cuando escuché su grito mientras lo veía pasar en bóxer. Me empecé a reír apenas lo vi. Está loco. Así de loco. De manejar un domingo a la noche hasta la playa y tirarse al mar con el frío que hacía. Apareció a lo lejos, se irguió entre las olas, alcanzaba a ver su pecho y se sacudió el pelo. No me pensaba quedar en ropa interior y meterme al agua con él. Probablemente es lo que tendría que haber hecho, pero ni me podía acordar qué bombacha me había puesto. Como si eso importara. Esa sí hubiera sido la gran osadía de la chica con personalidad que no soy. Lo veía aparecer y desaparecer en el agua lejos mío, y caminé por la orilla mojándome los pies hasta los tobillos, un poco más hasta las rodillas, mirando alternativamente a León y a la luna-gajo sostenida por el cielo infinito. Ese instante. Desde que había pasado a buscarme había sido como abrir espacio dentro de la vida diaria, desarmar la rutina y crear algo nuevo. Se sentía feliz.

  No tardó mucho en volver a pasar corriendo mientras decía:

  —Me voy a cambiar, me estoy cagando de frío.

  —Estás loco—le grité

  Y lo seguí a la lona donde sonriendo me pidió que me diera vuelta para sacarse el bóxer y ponerse el jean. Giré y casi me tiento, atrás mío estaba León desnudo. Yo nunca vi a un hombre desnudo en persona. No voy a mentir acá. Me avisó cuando estuvo listo para que pudiera girar. Tenía puesto solo el jean, sin remera, descalzo.

  Y al final me tenté, porque soy tan inmadura. Y porque está tan bueno. Por momentos hasta me olvido de Simón

  Él me miró como si estuviera un poco loca por reírme de la nada y se siguió vistiendo. Ni siquiera sé si se da cuenta de algo de lo que me pasa por la cabeza. Parece que sí pero ojalá que no. Mientras él se cambiaba, me puse las medias, los borceguíes, juntamos todo y volvimos al auto.

  Subimos. Encendió la calefacción, un placer sentir mis pies calientes y a la vez, una sensación agridulce al irnos. Como si estuviéramos volviendo de las vacaciones. Cualquiera yo, pero me sentía tan bien ahí. Nos podríamos haber quedado un par de días. Pero eran más de las doce de la noche y a las ocho de la mañana teníamos Economía. Divertido. Si. Y ni siquiera habíamos comido. Yo tenía hambre pero no pensaba decir nada. De última comía algo en casa cuando llegara.

  León arrancó. Pero antes de salir a la ruta paró el auto delante de una pizzería que estaba cerrando y con esa virtud que tiene para sociabilizar, mientras yo lo miraba desde el auto consiguió que le sacaran una pizza. Esos son hombres. A los que ni siquiera les tenés que decir "me estoy muriendo de hambre". Que flores ni bombones tampoco está nada mal. Pizza. Me reí de la estupidez que estaba pensando. Subió con la caja, la dejó sobre la guantera, con dos botellas chicas de gaseosa.

  —Ahora sí—me dijo y arrancó.

  Y en ese momento comiendo pizza en la ruta, escuchando música, eso, fue lo mejor. Y sentirme tan relajada y segura, como si nada pudiera espantar a León, como si nada pudiera romper esa energía que se genera entre nosotros. Como si fuera así de resistente. Como si fuera así de simple.

  Y a mitad de camino se rio de la nada.

  Lo miré, me miró.

  —Y yo que pensé que habías llorado por Simón.

  Un "¿¿QUÉÉÉ??" estalló en mi cabeza.

  —¿Simón?—le pregunté minimizando el nombre como si fuera desconocido.

  —Sí, el que va al otro curso, me avisaron que quería hablar conmigo—hizo la seña de comillas con sus manos.

  Mis ojos desorbitados y el corazón que me latía en la boca, entre el paladar, los labios y los dientes. ¿De qué hablaba?

  —No me mires así, me imaginé que debe venir por tu lado. Más que nada por cómo nos miraba cuando nos fuimos juntos al bar.

  Me mordí el labio.

  —Por eso me diste la mano—le dije de una.

  Levantó los hombros y sonrió inocente.

  —Pará, no tengo ni idea de que pasó entre ustedes, pero que se curta un poco.

  Me reí pero de los nervios.

  —No pasó nada entre nosotros—y fue lo único que me salió.

  Simón quería hablar con León.

  Simón estaba completamente loco.

  —Lo que me preocupa—siguió León—es que no sé qué quería decirme, puede que hasta no quiera hablarme.

  Era obvio que no le preocupaba nada. Hasta estaba divertido.

  —No se van a pelear sin ninguna razón.

  —Es él el que quiere hablar—se arremangó un poco el buzo y siguió manejando como si nada.

  Insólito. Simón quería hablar con León, y había una remota posibilidad de que fuera por mí, ¿de qué?

  León me dejó en casa a las dos de la mañana. Le di un beso rápido, todavía sin poder creer lo que me había contado. Entré y lo escuché arrancar. Subí en puntas de pie aunque nadie iba a despertarse. Mamá se habría imaginado que a las once como mucho iba a estar durmiendo y jamás hubiera pensado que podía irme hasta la playa con el chico nuevo y llegar a cualquier hora. Jamás. Yo tampoco podría haberlo pensado así que no era para sorprenderse que ella no me tuviera fe.

  Entré a mi cuarto, encendí la luz del escritorio, me saqué los borceguíes, las medias, el suéter. Dejé la cartera y el sombrero sobre la silla. Me tiré en la cama con la camisa blanca y el jean negro. Sentía los labios salados, un gusto a sal y viento. Cerré los ojos y nos volví a ver en la ruta, comiendo pizza, charlando, riéndonos, a él en jean, descalzo, sin remera, delante mío con el pelo mojado. A mí girando para buscarlo con la mano en el sombrero, mis pies en el agua. Todo real. Todo eso real.

Abrí los ojos y vi el sobre en el escritorio, inmóvil, esperando. Eso también era real. Y sí, mi papá había vuelto.


Intermitente RafaelaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora