Capítulo 67 🎻

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Mis dedos sobre su tatuaje, mis dedos sobre la delgada línea casi invisible sosteniendo los pájaros. Tan sutil. Mis dedos sobre su piel. Tiene pecas. No me había dado cuenta. Me gusta tanto. Me gusta todo. Me gusta tanto que no puedo dejar de sonreír. Nos quedamos sentados en el piso de su cuarto, apoyados contra la cama, mirando la ventana, el árbol naranja, la pecera iluminada, los peces oscilantes. Nos quedamos mirándonos. Las caras, una a centímetros de la otra, sus pestañas, las cejas, el pelo revuelto, esa boca. Y como León tiene esa pausa no me besa de una, se queda así mirándome y sonríe despacio, de a poco. Y me desintegro. Literalmente. Fragmentos de mí. F e l i z.

  Y me besa como si yo le gustara mucho. No necesito que me lo diga. Me mira como si yo le gustara mucho. Me habla, pero me escucha como si yo le gustara mucho. Y me doy cuenta porque no me había pasado nunca antes y cuando te pasa, sabés. Simple.

  Y en algún momento entre besos, me quedé sentada entre sus piernas, mi espalda contra su pecho y él abrazándome desde atrás. Ese instante. No lo puedo creer. No lo entiendo. Y a la vez, ¿por qué no? ¿Por qué no a mí?

  Nos quedamos juntos hasta que volvieron sus papás de la cena. Yo no quería quedarme a conocerlos. O sea, sí, obvio, pero me agarró un ataque de miedo/vergüenza/timidez.

  Mi primer pensamiento: qué iban a pensar de mí.

  Mi subpensamiento: qué iban a pensar de mí con mis kilos de más.

  Mi subsubpensamiento: van a pensar que no me merezco estar con su hijo.

  Mi pensamiento subsuelo: no me lo merezco por los kilos de más.

  Aunque sé que no está bien, que no es propio, me cuesta tanto desprenderme de estos pensamientos que me limitan. Me cuesta tanto pensar y actuar realmente distinto. Veneno tiene la mirada distorsionada, pero por ahí todos la tenemos, por ahí todos estamos un poco obstruidos. 

  Cuando me dijo "esperamos a que vuelvan mis viejos así te llevo", me quedé helada, y después intenté encontrar excusas. León se dio cuenta, ignoró mi inútil resistencia. Le sale bastante bien. 

  Esperamos.

  Y cuando llegaron sus papás, me presentó. No me esconde. No duda. Es contundente. Contundencia no es algo a lo que esté acostumbrada de parte de los hombres. Bueno, "hombres" tal vez es mucho decir. 

   Su mamá joven, su papá unos veinte años más. Amables. Él parecía cansado pero atento. Ella, muy cálida en su mirada. Como de bienvenida. Me pregunté si les habría hablado de mí. Fue un instante la presentación, casi que nos saludamos en la puerta. 

  León se puso su buzo con capucha y arriba la campera de cuero, unas all star negras y nos fuimos.

  Ya era tarde.

  A veces cierro los ojos mientras él maneja y me digo " estás con el chico que más te gusta en el mundo". A veces lo veo y no lo puedo creer. Está pasando. Sigue pasando. Y se siente tan feliz. No sé cuántas veces uno se sentirá así de feliz, pero no deben ser tantas.

  Y en la puerta de casa nos dimos más besos. Y como no puedo dejar de tocarlo, sí, me río, mientras escribo, pero no puedo. Me encontré con su tatuaje y le pregunté. Nunca pregunto mucho, pero le pregunté. 

  —¿Y el tatuaje?

  Me miró.

  —¿La verdad?

  —Siempre la verdad

  ¿Qué podía esconder un tatuaje? Un tatuaje celebra lo bueno.

  —Bueno, hace un par de años, papá estuvo muy enfermo. Costó bastante que se pusiera bien otra vez. Cuando mejoró nos tatuamos los tres. Papá, mamá y yo. Imaginate papá haciéndose su primer tatuaje a su edad... 

  No pude disimular mi cara.

  —Ey, Rafaela —me tocó la mano que seguía cobijada de su manga.

  Quería preguntarle de todo. Pero no daba. Por algo no me estaba contando más.

  León parecía leer otra vez mis pensamientos o tal vez estaba hablando en vez de pensar y no me di cuenta.

  —Está bien ahora —me dijo mirándome a los ojos—, de la enfermedad solo quedó el tatuaje —hizo una pausa—, y Otto. Lo trajo mamá cuando papá volvió.

  Ahí entendí algunas cosas, algunos de sus comentarios. Esa aura de no me importa nada que no sea realmente importante. Por eso me decía que lo vea a Manuel, que la vida es corta.

  Me costó bajarme del auto. Le agradecí por confiar en mí. Como si no viniéramos los dos confiando bastante en el otro. Yo por lo menos, más de lo que confié en alguien antes. Le di un beso largo y bajé.

  En los pasos que me separaban de casa, me emocioné. Se me nubló todo. Pero no sé si por León, por su papá que ya está sano o mi papá que nunca fue, o sí, pero no, y ahora está acá y no se siente muy feliz, no como me hubiera gustado.

  No es como esperaba.

  "Es", diría León. 

  Dos meses antes no existía León.

  Y ahora no me puedo imaginar un mundo donde León no esté.

  Ahora entiendo, esos ojos determinados vienen también de la tristeza. Así. Como los míos. 


Intermitente RafaelaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora