Segundo día seguido con ganas de mandarle un mensaje a León. Abrí el WhatsApp como treinta veces. No sé. Escribí diez mensajes posibles. Todos me parecieron cualquiera. Escribía. Borraba. Escribía. Borraba. Ocho de la noche estuve segura de que si dejaba pasar otro día jamás le iba a poder hablar. Un día más; un abismo.
Lo decidí. Respiré hondo. Apreté el dibujito de tubo en el celular y lo llamé.
Mi corazón bombo.
Tardó un momento en atenderme, el momento en que dudé, corto o no, pero igual la llamada perdida le iba a quedar. Si había dado el paso, había que bancarla. Aunque no tuviera la menor idea de qué le iba a decir.
Atendió, la voz más suave pero distante.
—¿Qué hacés? —me preguntó.
—Vi a mi papá, ¿podemos vernos? —le conté de una.
Lo dije.
Pausa. Un instante.
—Obvio —su voz cambió—, ¿venís a casa? Estoy solo.
Mi cabeza, ¿¿¿¿¿QUÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉÉ?????
Esa no me la esperaba. Y... soy lenta. Muy lenta.
—Rafaela —me volvió a la conversación—, podemos comer algo acá y no tiene por qué pasar nada—me imitó repitiendo lo que le había dicho el día que había venido a casa.
—Ja, ja, ja —le dije—, bueno.
—Dale, te paso la dirección por mensaje.
—Listo. Ey. León.
—¿Qué?
—Gracias —murmuré.
—Todo bien —me contestó y cortó.
Diez minutos antes pensaba que un día más sin hablar iba a crear un abismo y ahora acabo de dar un salto tan grande que voy a ir a su casa. El drama es lo mío.
Todo el vértigo. Ni siquiera sé por qué. O si.
Y si no escribía antes de irme, me iba a morir en el camino.
Además dije lo de papá. Ya está. Es real. Pasó.
Y ahora estoy yendo a lo de León. Y esto también está pasando.
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Intermitente Rafaela
Teen FictionRafaela no quiere que termine quinto año, no sabe qué va a estudiar y teme que se desvanezcan los vínculos con sus amigas. Y a pesar de las ausencias de su papá y de Simón, y de que todavía se siente invisible para los demás, se empieza a dibujar a...