Capítulo 27 🎻

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  —Ah, bueno, estamos todos—me escuché diciendo mientras cerraba la puerta. Y se ve que ellos también me escucharon porque me miraron. Simón levantó una ceja.

  —Y vos, ¿por qué estás acá?—preguntó sin poder creerlo.

  Claro, él sabía que yo no era ni por casualidad pasajero frecuente de dirección. Ni para ponerme sanciones me registraban en el colegio. En cambio para León podía parecer tan natural mi presencia ahí.

  —¿Y por qué no podría estar acá?—le retruqué, desquitándome de que me hubiera encontrado el preceptor. Y me di cuenta en ese instante de que eran las primeras palabras que le decía en un año. Malísimo—. ¿Y ustedes que hacen acá?—me paré delante de ellos.

  León sonrió.

  —¿Nosotros?, porque estuvimos hablando—me respondió irónico con una media sonrisa.

  Simón lo taladró con la mirada. Y ahí me di cuenta de que tenían la ropa desarreglada y León tenía un golpe en un ojo.

  —Son dos pelotudos—les dije meneando la cabeza y caminé por el pasillo hasta la puerta porque no podía estar ahí con ellos.

  Pero justo abrió la puerta el preceptor, el de primer año que se ve que la tiene conmigo.

  —Rivera, ¿dónde te pensas que vas?—me dijo.

  Hasta sabía mi apellido. Debía ser el único. Me contuve para no contestarle y giré sobre mí. Volví a caminar hasta León y Simón, que me miraban intrigados. La intriga podía más que lo que fuera que estaba pasando entre ellos.

  El preceptor pasó al lado mío.

  —Sentate—me ordenó—, primero están ellos dos.

  Me senté al lado de León.

  El preceptor golpeó el despacho del director, esperó un momento contra la puerta y entró.

  —Todavía tenés olor a mar—me dijo León en voz baja, pero como para que lo escucháramos todos.

  Me incendié. Y miré a Simón. Su cara. Hubiera querido abrazarlo ahí mismo pero no daba.

  —Oliveira—lo llamó el preceptor.

  Simón se paró despacio. Lo volvió a mirar fijo a León. Y entró al despacho. Cerró la puerta y el preceptor pasó por al lado nuestro.

  —Después está el caballero, y por último, la señorita—dijo y salió del pasillo.

  —¿Qué pasó con vos?—me preguntó León.

  —¿Y con vos?, ¿qué haces con Simón?—lo miré furiosa con mi mirada de hielo.

  Su cara se transformó.

  —¿Estás enojada conmigo?—me preguntó incrédulo.

  —No, bueno, sí, con los dos, ¿qué onda?

  —Nada, ya te dije que no estaba seguro de que realmente quisiera hablar.

  Revoleé los ojos.

  —Yo no le pegué—levantó sus manos a los costados del cuerpo en el más puro estado de inocencia.

  —Pero seguro algo le dijiste. Y lo del olor a mar, innecesario, dejate de joder—ni yo podía creer que le estaba hablando así.

  —Me vino a decir que no te vaya a lastimar—León hizo una pausa—, él a mí—dijo remarcando cada letra.

  Lo miré desorbitada, sin entender nada.

  —¿Eso te dijo?

  —Eso me dijo. Y todos sabemos que de lastimarte se encargó él, yo no voy hacerlo.

  —¿Eso le dijiste?—no lo podía creer. ¿Cómo sabía León algo de todo eso? ¿Lo sabía todo el colegio?

  León levantó los hombros.

  Si lo sabía León, lo sabían todos. La que Simón dejó. La bronca que me daba. Colegio de mierda.

  —¿Y vos qué hiciste?—su pregunta me volvió al pasillo.

  —Nada, una estupidez, me metí en el salón de actos a leer la carta de mi papá.

  —¿Y la leíste?

  —No, y para colmo me van a sancionar por ni haberla leído.

  Se abrió la puerta, salió Simón mirando fijo a León.

  —Vos—le dijo dejando la puerta abierta.

  León le pasó por al lado y volvieron a mirarse. Cerró la puerta de dirección y nos quedamos solos, en medio del pasillo, Simón y yo.

Intermitente RafaelaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora