Capítulo 17 🎻

7.3K 196 34
                                    

  El viernes salimos. Mi idea era decir no. Pero no daba. Le digo a León y no a las chicas. No daba ni ahí. Aunque de lo único que tenía ganas en el mundo era de hacerme una torta de chocolinas y quedarme en casa con Minerva mirando una peli.

  El tema como siempre fue la ropa. Pensé que tal vez algo de lo que tiene Aitana podría entrarme. Me voy a anotar en un cartel de que nada de lo que tiene Aitana me entra. Y con "nada", quiero decir eso: nada. Puede que me entre la parte de arriba de uno de esos pijamas que mamá insiste en comprarnos como si tuviéramos diez años. El resto, de lo que uno se puede poner para ir a bailar, no me entra. Es someterme a la frustración en picada libre. Entrar al cuarto, mirar todo con ilusión, con inocencia, y pensar que tal vez esa remerita más ancha, podría llegar a. No. Nada de lo que tiene Aitana me entra. Ir a su cuarto a intentar lo imposible previa salida es un pasaje directo a la frustración y al malhumor. Volví a mi habitación con los ojos llenos de lagrimas y, sí, de bronca. En todas las familia del mundo mundial las hermanas se prestan la ropa, se roban la ropa, se pelean por la ropa. Lo bueno es que eso no va a sucedernos a nosotras, nos pelearemos por otras cosas.

  Mis ganas eran: tirarme a la cama y despertarme el sábado al mediodía o bajar, hacer una torta de chocolinas, ver dos pelis y comerme toda la torta. Entera, pensando en dejar un poco para el día siguiente y al final no dejar nada. Pero Rosario me pasaba a buscar con Pablo en media hora, lo que en realidad eran cuarenta y cinco minutos. Tenía cuarenta y cinco minutos para inventar algo, maquillarme y cambiar la energía para no tener esa cara de culo toda la noche.

  Abrí el placard. Detesté cada prenda. Todo me lo puse ciento cuarenta y ocho veces. Nada siento que se parezca realmente a lo que me pondría si pudiera elegir y no tuviera que comprarme solo lo que me entra. Me quedé así, abrazada a la puerta del placard, mirando todo mientras sentía mucha pena por mí. Y sí, ahora lo escribo con humor, pero en ese momento me sentía absolutamente abatida. La vida con kilos de más. Bienvenido al mundo de la felicidad. Y ahí vi la manga de la remera azul, la de mangas amplias. Tiene escote, ajustada en el pecho y suelta. Me había olvidado que existía. Y sí, hacía mucho que no salía, como mes y medio por lo menos. Eso y un jean y unas zapatillas, perfecto. Es más, podía hacer un esfuerzo y buscar algo que no fueran unas zapatillas, pero qué. Ahí sí, volví al cuarto de Aitana porque calzamos exactamente lo mismo. Jamás se me hubiera ocurrido sacarle algo sin permiso pero siempre hay una primera vez para casi todo. ¿O ella no me había sacado un suéter hacía como tres años? Aitana había salido con su novio, no daba llamarla ni escribirle para pedirle permiso, pensé mientras abría su placard y empezaba a revisar las cajas de zapatos que guardaba apiladas en un costado. Y ahí en el fondo, en la penúltima caja, las chatitas más lindas que había visto. Ni me acordaba de que las tuviera, tiene tantos zapatos. Color manteca, puntera negra, bien descubiertas, con cierre en el talón y unas tiras con cadenas plateadas en el tobillo.

  Feliz, volvía a mi cuarto. Me quedaban quince minutos hasta que llegaran Rosario y Pablo. Pero no, justo ayer Rosario decidió empezar a ser puntual, me tocó bocina y mensajeó exactamente cuando entraba a mi cuarto con las chatitas en la mano. Le contesté que ya bajaba. Y ahí, maratón. Remera azul, jean, chatitas, correr al baño, perfume, maquillarme los ojos, delineador y listo.

  ¿Y qué cartera? Me acordé de la cruzada, mínima, con tiras de cadenas que Aitana ama. Entré a su cuarto sintiéndome la peor hermana y la mejor vestida en mucho tiempo. Tiré dentro de la cartera celular, plata, DNI, chicles.

  ¿Y el abrigo? Y ahí es cuando te das cuenta de que nada puede salir tan bien. ¿Qué me llevaba? No tengo ningún saquito que me guste y me entre. Terminé con un suéter suelto, de esos extra largos. Ya no tenía nada de ganas de ir. ¿Para qué?

  Mi casa en silencio. Aitana había salido con su novio, mamá con sus amigas, las divorciadas que ahora están casi todas de novia, las "ex-y-ahora-novias" las nombramos con Aitana. Acaricié a Minerva antes de salir y me fui.

  Afuera, frío. Rosario y Pablo me esperaban dentro del auto escuchando música y charlando de algo que había pasado con la hermana de Pablo. Los saludé y me hundí en el asiento de atrás. Ese estado preboliche. Una especie de resistencia feroz. Y de casi mariposa. Como si aleteara una posibilidad de que algo alguna vez pasara.

  Las luces de la ciudad como estrellas fugaces por la ventanilla, los otros autos con gente joven, alguno arrancando casi arando apenas cambiaba un semáforo. La universidad. Me incorporé en el asiento y pegué la nariz a la ventanilla cuando nos detuvimos delante de la fuente. Los skaters en su circuito callejero, extendido a cada escalinata y cada rampa. Pensé en León, tal vez estaba ahí. Pero si estaba no lo pude descubrir.

  Con León nos habíamos saludado con un beso cada vez que nos habíamos cruzado esos días en el colegio pero nada más. Ni una palabra de la tarde juntos, ni un mensaje, nada. Tal vez no la había pasado tan bien. Me había quedado pensando que como anfitriona de ciudad había resultado malísima. El pibe había tenido que inventar algo para que fluyera. Comer un helado en la vereda de un kiosco era de las cosas que jamás se iba a olvidar. Debía haber sido una  tarde intrascendente en la que seguro la había tenido que remar, tampoco se iba a ir apenas se dio cuenta que divertido no iba a ser. Lo patético era que él, que acababa de llegar, me hiciera ver la ciudad desde otro lugar a mí. Ni siquiera intenté hablarle o escribirle. No tenía idea de qué le podía decir. Y cuando pasó el día de la salida, ya me pareció fuera de tiempo decirle lo bien que la había pasado. A quién le importaba.

  Íbamos a hacer la previa en lo de Tania, pero como sus viejos finalmente no habían salido, decidimos encontrarnos con los amigos de Pablo a tomar algo antes de ir a bailar. Buena onda pero ya sé cómo son esos momentos. No son. Me quedo muda. Y así fue. Mesa adentro, siete pibes compañeros del secundario de él, y nosotros tres. Y al rato recién cayeron las chicas. Si apenas llegamos pensé que iba a ser difícil pilotearla, realmente todavía no conozco nada a Rosario. Porque ella se sentó, se sacó el abrigo y desplegó toda su magia. De repente estaban todos los pibes encantados, mirándola y siguiendo su conversación. Se armó hasta un debate intenso y yo mirando desde afuera me pregunté cómo hacía. De esa magia, de unir lo que está desunido, de ablandar piedras, de volver llanos los caminos, bueno, de esas magia, yo no tengo nada. Ni por ósmosis después de años de ser amigas. Situación incómoda, yo me siento paralizada, no te puedo remar nada. Tiré un poco mi silla para atrás y los vi interactuar. Y me pregunté qué peli hubiera visto si me hubiera quedado en casa e hice las cuentas mentales para ver a qué hora podría volver si me iba temprano como para hacer igual la torta de chocolinas y mirarme igual una peli. Podía mirar dos también porque al otro día, sábado. Y no tenía ni un cuarto de plan. Helado también hubiera estado bueno tener, pero estaba segura de que no había. Esos, mis pensamientos.

  Llegaron las chicas, nos apiñamos más para que entraran dos sillas para ellas, y me volví a tirar contra el respaldo de la mía, mirándolos. Hay uno de los amigos de Pablo que está bueno, pero es de los que jamás me van a registrar. Sentada ahí me pregunté, siendo que lo tenía enfrente, si me habría visto, pero ¿sabría por ejemplo mi nombre? Lo dudaba. Así, tomando un vaso de cerveza. Completamente embolada. Sin valor como para levantarme, saludar a todos, salir y tomarme un taxi a casa. Sin valor para hablar o mirar a alguien a los ojos.

  En un momento me sentí tan absolutamente prescindible que se me llenaron los ojos de lágrimas y me levanté para ir al baño, para disimular. El bar estaba hasta las manos y me di cuenta que no había sido la mejor idea ir al baño, había que pasar por un pasillo medio oscuro, atestado, o sea, lanzarte a la multitud y dejar que te arrastre la corriente. De las cosas que mejor me salen. Lo hice, volver hubiera sido peor. Me pregunté por centésima vez para qué había salido. En medio de la casi oscuridad del pasillo, un poco paranoica de que nadie me tocara o dijera algo de mis dimensiones. Y de repente sentí su voz, casi como si fuera una voz en off, pero dentro de mi oído:

  —¿Vos no pensas contestarme?—esa voz ronca.
 
  Pero no era en off. Ahí, en on, delante mío, en la corriente de gente que iba justo en dirección contraria, estaba Simón.




vengo a decir que empecé a cursar en la facultad y apenas voy un día y ya me consumió por completo, tal cual. Así que no sé si esto pase pero aviso por las dudas que: no sé si tooodos los días pueda actualizar u.u

Intermitente RafaelaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora