Lo peor es que tengo ganas de contárselo a Simón. Justo a él de entre todos en el mundo. Ni me lo pienso permitir. A Simón no le importaba nada de mí. O no le importó. O qué sé yo si le importó y no se pudo hacer cargo. Su historia. Mi Historia es "de esto no se va a enterar". Como si justo ahora necesitara un abrazo. O tal vez como si con esto pudiera conmoverlo. Y sí. Y no me gusta que eso sea ni siquiera una posibilidad.
Pensé en Rosario. Pero Rosario hace muchas preguntas. Obvio que se lo voy a terminar contando. Pero ahora no sé.
Pensé en León.
¿Por qué?
Irrespondible.
La realidad es que Simón algo me conoce, Rosario me conoce casi toda y León me conoce casi nada. No tiene preconceptos de papá, ni de mí. Solo pienso erróneamente que soy una chica con personalidad. Con el tiempo se va a dar cuenta. Si tuviera la personalidad que él piensa que tengo, a la amiga de la abuela la hubiera mandado a la mierda, o me hubiera defendido de Gastón el día que rodé por la escalera o le hubiera dicho algo a los que me dijeron "gorda" en el boliche, o me hubiera vengado de todos. Y la realidad es que solo me gustaría aprender a defenderme y hacer lo que tuviera ganas cuando tuviera ganas. No parece tan complicado.
Y pensé en León porque tenía ganas de verlo. Porque siento que le gusta estar conmigo. Y me gusta estar con él. Me siento cómoda. Simple, puedo comer delante suyo y no me inhibo. Eso es casi todo. Jamás como en público. No como en cumpleaños, ni en fiestas, ni con las chicas, o como poco, siempre incómodo. Como casi siempre sola en casa y muchas veces a escondidas.
Ya había empezado a atardecer y todavía ni mamá ni Aitana habían aparecido cuando decidí ser la chica con personalidad que León imaginaba. Agarré el celular para escribirle. Entré a wasap y ahí había un mensaje suyo. Sincronicidad, dicen.
¿Salimos hoy?, mis viejos se quedan en casa, tengo el auto.
Sí, obvio, inventemos algo, lo cité.
¿Te paso a buscar a las 9?
Dale.
Simple. Todo simple.
A veces puede ser simple.
Y ahí, en ese instante, me anidó un nudo en la panza.
Me pregunté si se podía ser un poco feliz el mismo día en que aparecía tu papá, el mismo día en que habías llorado toda la tarde. Algo hondo me dijo "sí, se puede". Debía ser la chica con personalidad opinando. Porque hace un año, seis meses, me hubiera tirado en la cama a llorar todo el día y a comer a escondidas. Ni se me hubiera ocurrido salir con alguien. Y nadie me hubiera invitado.
Decidí buscar el antifaz relajante, el verde, ese que se pone mamá cuando tiene los ojos hinchados. Habilitaba, porque no podía salir con los ojos así. Lo guarda en la heladera para cuando lo necesita. Ahí estaba yo, necesitándolo. Lo busqué, subí a mi cuarto, me tiré en la cama, agarré el celular y la llamé a Rosario. Recién en ese momento tuve el valor para llamar y saber que no me iba a quebrar. Y no me quebré. Creo que más que nada por lo de León. Sobre eso giró nuestra charla. Me contó que Simón estuvo malhumorado el resto de la noche y que no fue a bailar. Eso si es rarísimo pero imaginé que podía ser porque se había encontrado con alguna de todas sus chicas antes de entrar y se había ido con ella. Rosario me cortó:
—Ay, no, estaba embolado. Simón viene siempre a bailar, Rafi, sos insoportable, nunca te podes creer nada.
Y no. Bueno, a veces no. Tampoco voy a pensar que Simón está con una depresión postraumática por haberme perdido un año antes. Boludeces tampoco.
Le conté lo de León, todo con detalles, tal como quería. Se quedaba muda del otro lado del teléfono. Hasta que llegué a la salida de hoy.
—Listo—dijo.
—¿Listo qué?
—Sabés lo que significa.
—No.
—No te hagas—me dijo—, hoy se besan.
—¿Hoy me besa?
—Sí, no te hagas. Es obvio que gusta de vos.
Para mí obvio que no es. Ni le contesté. Me hubiera besado ayer, y no hubo nada que se pareciera a "te estaría por dar un beso". O sea, Rosario sabe mucho de la vida pero en estas cosas no es chico + chica = beso. Menos si es Rafaela + chico.
Y después me hizo la pregunta que me volvió a la realidad.
—¿Qué te vas a poner?
Odio esa pregunta.
Lo lamenté infinito punto rojo por Aitana pero algo le pensaba robar por segunda noche consecutiva. Algo que sumara un poco de onda a todo el resto. Me paré con el antifaz como vincha delante del placard abierto de Aitana. Miré todo varias veces. Y estaba a punto de desistir. Hasta que lo vi. Y supe que sí. De arriba de todo, subido a la silla de su escritorio, bajé el sombrero negro. Con León me animaba. O sea, estábamos hablando de la chica con más personalidad del colegio. Esa se lo pondría de una. Sin dudarlo. Y así me lo puse yo.
Al rato apareció mamá. Otra que es cuando a ella se le canta. Quería hablar. A las siete y media de la tarde quería hablar. No hablé con Rosario y voy hablar con ella. Mirada de hielo y le dije: "No tengo ganas de hablar, mamá". Así, "mamá", entero. Tenía ganas de decirle "Nadine". Pero eso era para quilombo. Igual, creo que se lo esperaba. Y no creo que ella quisiera realmente hablar. Hablar no es algo que nos pasa.
El sombrero. Unos borceguíes. Un jean negro. Una camisa blanca y arriba el suéter grande, oscuro, que me había puesto ayer. Y la cartera chiquita.
Me miré en el espejo de mi cuarto.
Los ojos zafaban. Me maquillé un poco. Casi nada. Y sonreí.
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Intermitente Rafaela
Teen FictionRafaela no quiere que termine quinto año, no sabe qué va a estudiar y teme que se desvanezcan los vínculos con sus amigas. Y a pesar de las ausencias de su papá y de Simón, y de que todavía se siente invisible para los demás, se empieza a dibujar a...