Capítulo 39 🎻

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  Así bajé en la fiesta. Estacionamos donde pudimos. Pablo me miró mientras caminábamos hasta la entrada y me dijo:

  —Hoy estás más linda que nunca.

  Rosario le dio un beso y me sonrió.

  —Es verdad, amiga.

  —Gracias—sentí que me incendiaba.

  Si además de tratar muy bien a tus amigas, los novios te tratan bien a vos, es todo.

  Lo que es la casa de ese pibe. Y ni siquiera es la casa, es la casa de fin de semana. Megacasa. Y nosotros con unas bebidas en una bolsa de supermercado. No hacían nada de falta pero él, que estaba recibiendo gente en la puerta, nos agradeció mientras nos pedía que pasáramos directo al jardín. La música sonaba bien fuerte. Rodeamos la casa, y al final de la casa, la fiesta.

  Antorchas rodando el perímetro, iluminándolo todo. Una pileta en un extremo. Mi cara y la cara de Rosario. Nos miramos de costado y nos reímos. Sí, otro mundo. En el jardín habían armado un par de livings, alguien pasaba música. Y nosotras con nuestra bolsa de bebida del súper. No tenía ni idea de cuánta gente había pero muchísima más de la que había supuesto. Y eso solo me dio risa, a veces me hago tanto problema por la ropa, por los kilos. Nadie iba siquiera a mirarme en medio de toda esa gente. Me había imaginado como mucho nuestros dos cursos pero ahí había chicos de todos lados. Pablo se encontró con sus amigos de rugby y los fue a saludar. Con Rosario  entramos a dejar la bolsa en la cocina donde un par de chicas estaban sirviendo el catering. Ni miré qué había porque no pensaba comer.

  Salimos otra vez. Y descubrimos a Wanda y a Tania con sus novios charlando parados al borde de la pileta. Pablo seguía con sus amigos, así que cruzamos el jardín hasta donde estaban las chicas. Caminé con la mayor la elegancia que me permitían las plataformas, asegurando cada paso porque lo único de lo que no me imaginaba que hubiera una vuelta atrás era de caerme delante de todo del colegio, y del resto de los colegios y clubes de la ciudad. Y ahí nos quedamos, charlando yo a un costado, con mi cartera, bueno, la de Aitana, cruzado contra el pecho. ¿Qué se hace parada mientras los otros hablan en una fiesta? Agarré un vaso con cerveza helada y tomé un par de sorbos.

  Mientras los chicos conversaban recorrí las caras en cada uno de los grupos. Ni León. Ni Simón. A lo lejos descubrí a Damián. Hacía mil que no lo veía. Y él también me vio porque levantó una mano para saludarme mientras me sonreía. Estaba hablando con una chica en el otro extremo del jardín.

  Nos cruzamos un par de veces desde que bailamos el año pasado. Jamás habíamos vuelto a hablar pero hasta ahí, después de haber bailado y que me llevara a casa esa noche, me seguía pareciendo uno de los mejores chicos que había conocido. Y me pareció que está más lindo que el año pasado, más hombre.

  Mientras miraba, algunos empezaron a bailar. Se armaron grupos en el centro del jardín mientras el DJ nos intentaba agitar un poco. Y lo logró. No pasó mucho hasta que los vi a todos saltando y bailando. Me quedé a un costado. Rosario y Pablo me insistieron un poco pero fue más fuerte mi negativa. Y los miré de lejos, como siempre.

  Habían colgado luces entre las ramas de los árboles. En ese momento me di cuenta. Todo era bello. Todo. La noche. La música. Escucharlos cantar o verlos reírse. No sé qué fue. Pero me vi sacándome las plataformas y caminando hasta mis amigos. No había miedos, ni dudas. Tenía tantas ganas de cantar, de reírme, de bailar, de pasarla bien. Tantas ganas.

  Y me vi bailando en medio de todos. Por momentos levantaba mis ojos para ver el cielo estrellado y sonreía. Ahí, con mi túnica, sin pensar en otra cosa, haciéndome caras con las chicas, imitándonos los pasos, sacándonos fotos, respirando el olor a césped recién cortado, a noche afuera, yo que vivo adentro, que mil noches tuve ganas de estar bailando así en una fiesta. Como si todo eso fuera para mí. Porque todo eso es también para mí. Como si todo fuera posible. Porque lo es. O casi.

Intermitente RafaelaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora