Capítulo 28 🎻

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  Simón me miró con ternura y sonrió.

  —¿Sabés qué es lo peor?—me dijo mientras yo me paraba y nos alejábamos un poco de la puerta del despacho.

  Negué con la cabeza.

  —Que León me dijo la verdad. Yo le pegué, pero él me estrelló la verdad en el medio de la cara.

  Lo miré y respiré hondo. Esos ojos. Nos miramos en silencio.

  —¿Y vos qué haces acá?—me preguntó

  Y esa parecía la pregunta del millón. Me iba a construir un cartel explicativo porque el director me iba a preguntar exactamente lo mismo.

  —Me metí en el salón de actos para leer la carta de mi papá—le contesté sin pensar.

  Simón levantó una ceja.

  —¿Tu papá?

  Y ahí me di cuenta.

  —Sí, apareció.

  Y dale con decirle "mi papá". Es Manuel. Punto.

  —¿Y cómo estás?—me preguntó en voz más baja.

  —No sé, ni leí, la carta, no puedo—sentí que se me llenaban los ojos de lágrimas, ¿por qué le estaba contando todo eso a él?

  —Leela conmigo—me dijo—, la leo con vos, estoy con vos mientras la leés, veámonos, bueno, cuando quieras o puedas, pero podé y queré, dale.

  Se abrió la puerta del despacho y salió León.

  —Rafaela, tu turno—me llamó.

  Lo miré a Simón, pero no dije nada y caminé hasta el despacho. Pasé al lado de León que me estaba sosteniendo la puerta y los dejé en el pasillo.

  Adentro el director me esperaba echado para atrás en su silla.

  —Adelante, Rafaela, sentate por favor—me dijo.

  Caminé hasta el escritorio y me senté delante de él.

  Y conté el cuento por tercera vez. Obvié la carta. Obvié a Manuel. Le dije que estaba agobiada por terminar quinto, que no sabía que estudiar, que necesitaba un momento para estar sola y me pareció el mejor lugar del mundo para que nadie me encontrara. Mala mía. Estuvo de acuerdo conmigo. Jamás había pisado la dirección antes, jamás había generado un solo conflicto. Me dijo que me tenía que sancionar igual porque no se podía saber que yo me había metido ahí y había sido como si nada, pero que se quedaría más tranquilo si tuviera un par de encuentros con la psicopedagoga.

  —A veces uno no necesita cargar con tanto solo, ¿no?—me dijo cálido.

  Lo miré y se me llenaron los ojos de lágrimas. La actuación más convincente del planeta. El Óscar para mí. Asentí con la cabeza. Le agradecí. Encuentros con la psicopedagoga me parecía peor, mucho peor, que cualquier sensación. Tener que contarle a alguien que no conozco cosas que no le cuento ni a la gente que conozco. Malísimo.

  Afuera el pasillo desierto. Las clases ya habían terminado. Se habían ido todos. Busqué mis cosas en el curso y me fui.

Intermitente RafaelaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora