Capítulo 45 🎻

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  Me quebré.

  Aitana dice que esto no nos va a quebrar. Por ahí a ella. Y tampoco creo que sea tan así. Pero yo sí me quiebro.

  Llegué a casa. Me detuve antes de entrar. Había estado llorando todo el camino y no quería que me hicieran una sola pregunta. Le mandé un mensaje a mamá avisándole que salía con las chicas.

  Y llamé a Rosario. Estaba ayudando a su mamá a preparar la comida. Atrás se escuchaba música, voces y ella que se iba alejando del ruido.

  —Ahora sí, ¿me pensás contar de León?

  Le pregunté si nos podíamos ver, que necesitaba hablar. Me invitó a su casa, cenábamos todos y después charlábamos. Le dije que no podía ir ahí, ni a mi casa. Que saliéramos un rato. Jamás le había dicho algo así. Era evidente que pasaba algo. Crisis. Se está. No queda otra. Al menos entre nosotras. Me dijo que obvio. me pidió que la bancara un momento, que arreglaba con su mamá y se cambiaba. Quedé en pasarla a buscar en lo que me llevara caminar hasta su casa. Y corté.

  No suelo salir de noche sola. Menos un domingo. Pero caminé, y caminar con frío me hizo bien. Me despejó. Respiré. Mi cabeza, estallada. En algún lugar de la ciudad, papá, la mujer joven y la niña-hermana también estaban respirando. Ahí cerca mío. Bajo el mismo cielo. Papá había escrito en la carta que vivía afuera. Me pregunté cuán afuera sería. ¿América? ¿Europa? ¿Asia? Cuán lejos se había ido para no volver. Hundí las manos en los bolsillos y respiré hondo. Igual esa no era la causa de su desaparición y eso lo sabemos todos.

  Y bajo el mismo cielo, León, Simón. Y todos en mi corazón. Eso sentía caminando lento. Todos en mi corazón. Darme cuenta de eso me hizo sonreír. No entendía bien por qué. Pero después de todo lo que había pasado sonreír fue bueno. Respirar ese aire frío. Y ver las estrellas entre las ramas oscuras de los árboles. Las cosas más simples.

  Llegué a la esquina de la casa de Rosario. Le avisé que ya estaba ahí. Bajé y subí del cordón con un píe, con los dos. Y me quedé hundida en el tapado esperando a que ella apareciera. La vi salir con la capucha de su montgomery puesta. Caminó unos pasos y caminé otros hacia ella. Su cara inquieta. Estaba preocupada.

  Me abrazó. Me cuesta tanto dejarme abrazar. Lo anhelo, lo espero, escribo que nadie me abraza y me cuesta tanto soltar el cuerpo y dejar que suceda. La abracé y su pelo, ella, mi amiga, huele a nosotras dos. O tal vez así olemos juntas cuando nos encontramos.

Intermitente RafaelaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora