Corazones lastimados...

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Un día de primavera... treinta y un años en el pasado desde que Ryo comenzaba a relatar aquella antigua historia vivida en el pueblo de Hotaru, la calma y singularidad de aquel ambiente, digno del lugar por aquellos años, se respiraba, a la par que una pequeña niña de nueve años y regordetas mejillas, con un vestido verde y cuidado, junto con dos pequeños listones morados atados a cortos mechones en su negra cabellera, corría de manera animosa y con ritmo constante hacia la pequeña farmacia del pueblo, ya deseando comenzar a jugar con su amigo el cual vivía en aquel lugar.

Una vez llegado ahí, con un suave y rápido ritmo de igual manera, la pequeña infanta no tardó mucho en tocar la puerta del local que, debido a las tempranas horas, se encontraba cerrado; sin embargo, aquello no implicó el que no apareciera Hina abriendo la susodicha puerta desde dentro luego de unos segundos.

—¡Hola señorita Hina! — dijo alegre y risueña con sus manos en su espalda la niña, mientras que Hina, esbozando una pequeña sonrisa una vez que reconoció a la susodicha, simplemente se agacha para después acariciar la cabeza de esta.

—Buenos días, Suzume... te ves muy bonita— dijo amablemente la mujer, a la par que la chica agradecía el cariño y el cumplido, viéndose reflejado únicamente en el tenue rubor en sus mejillas junto con su clara sonrisa —Ryo aún se está arreglando... ya sabes que a ese niño hay que moverlo a palos para sacarlo de su cama —admitió Hina entre carcajadas, siendo respondidas por unas similares por parte de Suzume de igual manera —Lo puedes esperar adentro, si quieres... —sugirió la adulta mujer, a lo que la niña asiente agradecida nuevamente, para después simplemente entrar a la casa con el mismo e infantil ritmo.

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Pasaron unos veinte minutos luego de ello... Suzume simplemente se encontraba sentada en la cocina del hogar, con sus manos por debajo de sus piernas, a la par que las zarandeaba levemente conforme la espera aumentaba, mientras que, con su mirada, recorría el sector humilde de aquella casa, estando Hina de igual manera acompañándola, limpiando unos platos, junto con otras cosas en la propia cocina... a lo que tanto la mujer como la propia niña se giran de un momento a otro, una vez que unos pasos comenzaban a escucharse en la habitación conjunta...

Observando así cómo era Ryo, con diez años de edad para aquel entonces, el que comenzaba aparecer en aquel lugar, con una mirada inocente y neutral y vestido con una polera blanca y pantalones oscuros.

—¡Ryri! —gritó emocionada Suzume una vez que vio a su amigo, a lo que la misma no se toma ni siquiera unos segundos antes de abalanzarse hacia este y abrazarlo de manera bastante exagerada, únicamente para causar que el chico se avergonzara levemente a la par que intentaba de manera fallida el separar el cuerpo de su amiga con el suyo, solamente para causar un claro fastidio por lo hostigosa que era de vez en cuando aquella niña.

—¡Deja de ser tan molestosa, Susufea! — dijo con una mezcla de vergüenza y fastidio el chico de marrones ojos, haciendo que Suzume se exaltara casi al instante ante aquellas palabras, separándose casi al segundo luego de dichas.

—¡Qué malo eres! —inflaba sus mejillas sonrojadas la niña, a la par que esta se molestaba por cómo la había vuelto a llamar su amigo, apretando sus puños a la par que estiraba sus brazos hacia atrás.

—Bueno... bueno... Susu —Se corrigió así mismo el chico, haciendo que Suzume volviera a esbozar una alegre sonrisa luego de ello.

—Será mejor que ya salgan a jugar... —empezaba a decir Hina, llamando la atención de los niños— Ryo, recuerda que en la tarde me tienes que acompañar al bosque a por hierbas —dijo nuevamente la mujer, a lo que Ryo asiente con una sonrisa como única respuesta.

Eterna Voluntad: Los nuevos portadoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora