El pago de su horrendo pecado

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Podía sentir... veía absolutamente todo, más solo eso podía hacer. Los pasos de aquella joven con mirada perdida se escuchaban durante aquella noche en uno de los tantos bosques de la región de Sinnoh.

Solo caminó, una vez que llegó al mar, esta simplemente nadó, por días, sin descanso; no se detenía, su ropa maltrecha, ya sin zapatos tras el excesivo uso, solo mostraban los incontables kilómetros que aquella chica había recorrido; su energía parecía infinita, más aquello era imposible, solo una vez que aquel parásito devoró al desafortunado borracho que la encontró, fue que su salud y energía volvieron a emerger.

Más todo el dolor y cansancio, Kioko lo sintió sin poder negarse a él; sin poder perder su consciencia, sin clemencia de aquella que se negaba a detener sus pies o su aliento con tal de darle el tan aclamado descanso.

"¿Por qué yo?" —Bajo el rostro inexpresivo de Kioko, una pequeña lágrima recorría sus sucias mejillas conforme seguía caminando por los bosques de Sinnoh.

"Supongo que mereces una respuesta... a final de cuentas haz sido una buena contenedora" —Una femenina voz emergió como respuesta al pensar de Kioko —"Un corazón con ira, abandonado y destrozado es mucho más fácil de controlar... quería hacer esto con los Kurogane, pero sus esencias son muy fuertes y su amor son muy fuertes, necesito mucho más poder para controlarlos; pero contigo me conformo~" —Su voz, bañada en un abrumadora presencia, adoptaba tonalidades risueñas —"Tan decidida estuviste a entregarme tu cuerpo, y mírate ahora... suplicando la muerte" —Como si de una burla se tratase, el tiempo pasaba de manera diferente con respecto al exterior. Bajo la perspectiva de Kioko, esta caminaba por lodosos pantanos, las heridas más severas de su cuerpo habían sanado tras devorar a aquel hombre, más en el exterior el daño de semanas caminando sin parar se reflejaban en su piel. Su cabello descuidado era lo de menos, su piel reseca, las uñas de sus pies casi inexistentes en la mayoría de sus dedos, las ampollas eran incontables, la carne viva se veía en gran parte de sus plantas, más Kioko no paraba de caminar, esta era obligada a afrontar el dolor de cada pisada, de cada espina o roca que se enterraba en su piel.

Sus pies siendo enterrados en la nieve pareció un consuelo a su ardor, más no tardaron en ser víctimas tras estar tocándola directamente durante horas.

"Solo me hace dar cuenta lo apta que eres para ser controlada..." —A la par que aquella voz volvía a hacerse presente, el dañado cuerpo de Kioko se mostraba ahora en lo más alto del monte corona, a lo que la misma únicamente termina por desplomarse tras finalmente dejar de ser controlada por aquella que aún continuó habitando su interior.

Un cuerpo humano malherido, eso era todo lo que necesitaba; aún cuanto más lo quisiera, no era capaz de imitar el aura de un humano, y con la de Kioko era más que suficiente. Podía con ella mostrar una falsa necesidad de auxilio. No era suficiente, se requería más, una helada tormenta se acercaba; aquel parásito obligó a Kioko a gritar, sabía que su presencia estaba completamente oculta.

Sabiendo de la compasión y amabilidad que solo aquel pequeño legendario pokémon poseería, el cual finalmente abriría un portal desde el lugar donde residía con su padre, antes de acercarse con preocupación hacia la moribunda humana.

Fueron milisegundos, Mew quiso tocar a Kioko con tal de ayudarla; y aquello era el mayor deseo de aquel parásito, un solo toque permitiría poder apoderarse del cuerpo del legendario pokémon, si este emergía del cuerpo de Kioko antes de que Mew estuviera lo suficientemente cerca corría el riesgo de que el propio pokémon huyese, o peor, lo destruyese.

Finalmente ocurriría, los dedos del legendario pokémon tocaron la frente de Kioko...

Para... acto seguido, ser la enorme y oscura masa viscosa de monstruoso rostro el que emergiera de la maltrecha chica.

Eterna Voluntad: Los nuevos portadoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora