Epilogo

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El sonido de las manecillas del reloj se escuchaba cada vez con mayor intensidad.

Sus ojos estaban cerrados, dormido boca arriba en su cama, la luz de una mañana cargada con una lúgubre niebla atravesaba la ventana, recorriendo el suelo hasta finalmente dar con su rostro.

Ryo... —La voz de Harumi se escucha en susurros, con su toque característico, el cariño en aquella melodía lo reconfortaba.

Es momento de irnos... no queda mucho tiempo —Su cálida voz continuaba...

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Más Ryo sabía... que tarde o temprano debía despertar.

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Sus cansados ojos finalmente se abrían, en su habitación solo este se encontraba, más el mismo continuaba demostrando una tranquila actitud, conforme se levantaba de su cama.

Otro día en el que se despertaba antes de que la alarma de su reloj sonara, el Kurogane únicamente alzó su mano, para dejar ver la demacrada extremidad, como una enorme cicatriz que marcaba las últimas consecuencias de aquel momento de su vida; sus músculos y tejidos, si bien habían mejorado considerablemente a como quedaron en antaño, nunca volverían a poseer el mismo volumen y vitalidad.

Ryo dejaba ver su rostro, su cabellera encanecida y las arrugas en su piel demostraban su alta edad, más su cuerpo se mantenía estable a pesar de todo, su buen estado físico resaltaba aún ante el cruel paso del tiempo; más el aura residual que dejaba en su cuerpo a voluntad finalmente pasaba factura.

Solo existía silencio... en el hogar solo este y otro ser se encontraba, conforme Ryo mantenía su mirada perdida delante de sí, este empezaba a sentir aquella aura; aquella en la que hacía días notaba su decaimiento.

Más solo una vez que el momento parecía acercarse de manera imparable e ineludible, cuando el aura que este no había dejado de sentir finalmente daba la señal de aquello... fue cuando Ryo finalmente cerró sus ojos.

El Kurogane únicamente inspiró con un leve titubeo, intentando controlar sus emociones, no es que no estuviera acostumbrado al sentimiento, pero esta vez era diferente.

Tras ponerse ropa y un abrigo, Ryo pasaba por los lados de su habitación; cuadros con fotos que demostraban las vivencias pasadas, aventuras, momentos agradables con su familia, ya eran costumbre en aquella pieza, al igual que en la sala una vez que este salió.

Su paso era lento, su mirar decaído denotaba la soledad a la que pronto se enfrentaría conforme la fría y solitaria sala no ayudaba a dar calma a sus emociones, la leña se había apagado más esto no era la mayor preocupación del Kurogane.

Conforme Ryo se acercaba con desánimo hacia la habitación de Takeru, este únicamente golpeo un par de veces la puerta para después entrar...

Antes de abrumarse y asustarse por completo... una vez que, el aura que sentía de su amigo, solo había sido un señuelo que el mismo dejó en la almohada de su cama, notando como este no se encontraba en el lugar.

Ese tonto —Ryo ni siquiera alcanzó a alzar la voz, su preocupación fue tal que ni siquiera le dio tiempo para ello a lo que, activando la primera fase, el propio anciano abandonó a la máxima velocidad posible su hogar, tras haber detectado donde se encontraba Takeru.

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Yendo en dirección hacia la capital.

Eterna Voluntad: Los nuevos portadoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora