CAPÍTULO IX

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Lev

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Lev

- ¿Quieres callarte de una puta vez?

El maldito dolor de cabeza cada vez iba en aumento. Pasar tanto tiempo sin refugiarme en el alcohol y terminar en una noche media docena de botellas de tan agradable pero a la vez temido líquido fue un completo error.

Podía sentir el silencioso tic tac de las agujas de mi reloj de muñeca en todo mi cuerpo cuando éstas rotaban para definir el curso del tiempo. Mi nivel de dolor a cada minuto subía un nuevo peldaño en la escala del uno al diez, posicionándose por ahora en la octava casilla cuando recordaba que mi despertar fue algo vergonzoso.

Solo, completamente solo en una cama con sabanas revueltas impregnadas con olor a sexo y rosas. Sé que sonará como el típico machista, pero normalmente es el hombre quién se va mientras la cita de cama navega entre los lazos de morfeo.

El alcohol es un buen compañero para el sexo, pero en esta ocasión creo que fue el equivocado.

Aquella pelinegra resultó ser un exquisito manjar, a pesar de estar sumergido en el efecto etílico supe darle placer. Sentirla tan receptiva entre mis manos agudizó mis profundas ganas de enterrarme en la profundidad de sus entrañas y hacerla estremecer hasta el punto de ebullición orgasmica.

Como lo imaginé; su piel resultó ser tan suave y fascinante cuál seda para un modista experto. De solo retroceder el tiempo en mi nublada memoria para parar justo en el momento que nuestros labios se juntaron, mis manos recorrieron su delicada y ardiente piel, mi lengua saboreaba los secretos de su músculo tegumentario y mis dedos exploraban aquel templo erótico semi oculto para el ojo humano, provocaban que el palpitar en mi miembro sobre pasara las punzadas profundas de mi cefalea.

¡La guinda del pastel, joder!

Tener una muy pronunciada erección mientras pienso en una enigmática mujer frente a mi hermanita, peor no podía ser.

- Estás tan irritante que ni siquiera los pobres peces querrán acercarse a ti.

- Lo siento, no sabía que los peces podían hospedarse en este hotel.

Desde la cama vi a Abby, mi pequeña hermana, desplazarse por la habitación hasta detenerse frente a las puertas corredizas y tirar de las cortinas para permitir la entrada de la molesta luz del sol.

¡Mierda!

Gruñi cuando el impacto del reflejo brillante me segó por unos segundos, lo que me llevó a levantar mi brazo rápidamente para resguardar mis ojos.

- Yo tampoco. ¿A que hora llegaste?, mamá se quedó muy preocupada por ti.

- Algo tarde.

Bien, ya empezamos. ¿Porqué las mujeres no se mantienen calladas cuando uno se encuentra en un momento casi crítico como este?

Sr. ArmstrongDonde viven las historias. Descúbrelo ahora