CAPÍTULO XXVII

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LEV

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LEV

Parpadeo llevando una mano a mi cabeza, la cual duele, y vuelvo a cerrar mis ojos algo encandilados. Maldigo por lo bajo y giro sobre mi costado izquierdo, buscando una mejor posición para dormir pero donde reposa mi cuerpo es un lugar incomodo, duro y sin demasiado espacio.

Y todo, absolutamente todo me llega de golpe cuando un llanto infantil rompe el silencio.

Me incorporo rápidamente, mirando de un lado a otro, dándome cuenta que estaba acostado en un sofá de dos plazas negro. Masajeo mi cuello tenso y alzo mi rostro topándome con una imagen que jamás imaginé vivir.

Mi mujer sostiene en sus brazos un pedacito de los dos, a uno de nuestros bebés mientras le da de comer semi sentada sobre la cama de hospital con sabanas de color rosa.

Doy un repaso por la estancia entrecerrando mis ojos pensativamente. Solo ella, los bebés y yo estamos en la habitación.

Un sin fin de emociones albergan mi pecho; no sé si sentirme enfadado, feliz, herido o decepcionado. Fueron siete largos y amargos meses viviendo engañado. Pero no puedo precipitarme en tomar represalias sin más antes de que me den una explicación.

Que de seguro debe de haber una.

Ella arrulla a Daven, lo sé porque susurra su nombre cantándole alguna canción de cuna, colocándolo sobre su hombro y dándole golpecitos en la espalda. Sus ojos verdes topan con los mios y veo algo de miedo reflejados en ellos.

Me pongo de pie y camino hasta el cunero donde está Nalla, mi pequeña, dándole la espalda a mi esposa.

Los ojitos de mi nena están cerrados, mientras tiene uno de sus pequeñines puños en la boca chupándole con ganas. Tiene hambre, creo. Lleva puesto un pijama blanco con huellas felinas en la pechera y su nombre bordado en una caligrafía perfecta a un costado,  y un gorro muy mono que imita la melena de un león me saca una sonrisa.

Siento miedo y me pongo nervioso cuando la agarro entre mis manos y la pego a mi pecho, respirando hondo el típico aroma a bebé. Cosa que me calma momentáneamente.

- ¿Lev?.- la voz de Graciella llega a mi, suave y temerosa.- ¿podemos hablar?

Una risa vacía de emoción brota de mi, asustando a la niña.

La bebé abre sus ojos regalándome una mirada del mismo color de la mía. Sus iris son azules. Preciosos, profundos e intrigantes.

- ¿Crees que es bueno hablar delante de los niño?

Digo cogiendo la manita regordeta de mi hija para besarla. Ella frunce su boquita y arruga su nariz tirando de su mano lejos de mi, haciendo que una sonrisa llena de orgullo florezca en mi boca.

Tiene carácter.

- Tengo que explicarte lo que pasó. Y si es antes... mucho mejor.

Cruzo mi mirada nuevamente con la de ella, en una lucha azul y verde, y con actitud algo hosca le sonrío sin sentir nada.

Sr. ArmstrongDonde viven las historias. Descúbrelo ahora