CAPÍTULO XVIII

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LEV

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LEV

El calor en mi costado derecho acompañado con pequeños temblores en el diminuto y pecaminoso cuerpo de mi mujer, interrumpieron mi sueño. No sé en que momento caí rendido teniéndola entre mis brazos, solo sé qué, todo el mal rato y el cansancio había quedado atrás con solo verla justo donde está, donde pertenece.

Despejé lo poco que quedaba de morfeo en mí parpadeando varias veces antes de levantarme y arrodillarme del otro lado de la cama, frente a ella, acariciando su rostro.

Estaba caliente, febril, con sus mejillas sonrosadas y pequeñas gotitas de sudor enmascarando su rostro.

La preocupación volvió a llenar mi pecho cuando sus labios se separaron clamando mi nombre con matiz lastimero, y su aliento, entre una mezcla húmeda e hirviente golpeaba de lleno mi piel. Su deliciosos labios lucían resecos y agrietados, más pálidos que de costumbre, y eso despertó mi lado sobre protector.

Me levanté para encender la luz y volver a mi lugar de la cama en busca de mi móvil. Graciella permanecía acostada de costado con las sabanas envueltas en su cuerpo, tiritando de frío.  Al encender el aparato, una lluvia de mensajes y avisos de llamadas perdidas parpadearon en la pantalla, pero no debía preocuparme por eso si no por mi esposa.

Por instinto,  llevé mis labios a su frente, justo como mi madre en mi niñez hacia con mis hermanos y conmigo, comprobando la calentura. 

Ella se removió solo un poco, volviendo a caer en la inconsciencia.

Tiré de mis contactos y en menos de lo que pensaba, tenía a mi hermano junto  con su mejor amigo entrando a mi ático, los recibo estrechando sus manos sin importarme sus miradas interrogantes ante mi escasa ropa.  Le cuento rápidamente a André lo que sucede acompañándolo a la habitación para volver a la sala y esperar a que el chequeo termine.

- Luces como la mierda, Lev.

Luciano me tendió una tasa de café antes de sentarse a mi lado, palmeando mi rodilla.

- Estoy preocupado.

Arrugué mis facciones cuando le di el primer sorbo al líquido maldiciendo poco después, estaba caliente.

- Te dio duro mi cuñada, ¿eh?, te tiene cogido de los huevos, cabrón.

Su risa burlesca apuñaló mis oídos, desagradandome el tono con el que había expresado sus palabras.

- Ahora no Luciano, ahora no.

Me puse de pié, dejando la tasa sobre la pequeña mesa que tenia en frente sin acabar el contenido, moviendo mis piernas, andando de un lado a otro, mirando cada tanto por le pasillo que daba a nuestra habitación.

- Solo estoy diciendo algo que no necesita anteojos, hermano. ¿Qué pasó con tu plan? ¿Cuando cambiaste de idea, antes de traerla aquí o después de follarla?

Sr. ArmstrongDonde viven las historias. Descúbrelo ahora