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Justin frunció el ceño en cuanto se detuvo en la entrada de su casa y vio el coche de su hermana Bailey allí. Lo último que necesitaba era que se pasara por allí para volver a hacer de enfermera. Ya tenía bastante con Megan, pero su hermana pequeña era todavía peor. Sólo tenía siete años cuando sus padres murieron. Y ahora, a los veintidós, iba a la universidad, y cuando no tenía la nariz en algún libro, la tenía puesta en los asuntos personales de alguno de sus cinco hermanos.
No estaba en el porche, lo que significaba que había entrado en casa. No le habría resultado difícil, porque Justin nunca cerraba con llave. Su hermana abrió la puerta de golpe en cuanto él pisó el umbral. La expresión de su rostro le hizo saber que estaba metido en un problema. Bailey estaba presente cuando el médico le prohibió hacer casi todo durante dos semanas aparte de respirar y comer.
—¿Dónde has estado, Justin Bieber, en tus condiciones?
Él pasó por delante de ella para dejar el sombrero en el perchero.
—¿Y qué condiciones son ésas, Bailey?
—Estás herido.
—Sí, pero no estoy muerto.
Lamentó al instante haber pronunciado aquellas palabras en cuanto vio la expresión del rostro de su hermana. Sus hermanos y él y sabían que la razón de que Bailey fuera tan protectora con ellos se debía a su miedo a perderlos como había perdido a sus padres.
Seguramente él también tendría aquel mismo miedo, y si analizaba más profundamente la situación, seguramente concluiría que Zane también. Todos ellos estaban muy unidos a sus padres y a sus tíos. Todos habían encajado muy mal su muerte. El modo en que Justin lo había manejado era no mirando atrás y no encariñándose demasiado de nadie. Ya tenía a sus primos y a sus hermanos. Les quería, y no necesitaba nada más. Si se enamoraba, le entregaba su corazón a una mujer y algo llegara a ocurrirle, no sabría cómo enfrentarse a ello. Le gustaban las cosas tal y como estaban. Y por eso dudaba que llegara a casarse alguna vez.
Se acercó a su hermana y le puso una mano en el hombro cuando vio que estaba temblando.
—Eh, vamos, no es para tanto. Tú estabas en el hospital y escuchaste lo que dijo el médico. Ya han pasado casi dos semanas y estoy bien. Mira, a menos que hayas venido a hacerme la comida o a lavarme la ropa, puedes venir a visitarme en otro momento. Voy a echarme una siesta.
Justin comprobó que su expresión se transformaba en una expresión guerrera y supo que su plan había funcionado. A Bailey no le gustaba que le dieran órdenes como si estuviera a su disposición.
—Hazte tú mismo la comida y lávate la ropa, o haz que alguna de esas estúpidas que babean cuando te ven lo hagan por ti.
—Como sea. Y vigila tu vocabulario, Bailey, o pensaré que estás volviendo a tus antiguos modos y tendré que lavarte la boca con jabón.
Ella agarró el mando de la mesa, se dejó caer en el sofá y se puso a ver la televisión, ignorándole. Justin consultó su reloj e hizo un esfuerzo por ocultar su sonrisa.
—¿Y cuánto tiempo vas a quedarte? —le preguntó.
—Voy a quedarme hasta que esté lista para marcharme. ¿Tienes algún problema?
—No.
—Bien —dijo utilizando el control para cambiar de canal—. Y ahora ve a echarte la siesta. Espero que cuando te levantes estés de mejor humor.
Justin se rió entre dientes mientras se inclinaba y le daba a su hermana un beso en la frente.
—Gracias por preocuparte tanto por mí, niña —le dijo con dulzura.
—Si Megan, Gemma y yo no lo hiciéramos, ¿quién lo haría? Todas esas estúpidas que van detrás de ti sólo buscan tu dinero.
Justin alzó las cejas en gesto de fingida sorpresa.
—¿Eso crees?
Bailey le miró y puso los ojos en blanco.
—Si no sabes la verdad sobre ellas, entonces estás metido en un buen lío, Justin.
Él volvió a reírse entre dientes y pensó que sí, que sabía la verdad sobre ellas… sobre todo de una en particular. ______ Conyers. No pensaba en ella como en una de esas «estúpidas», y sabía que Bailey tampoco la consideraría así. Iba a llevarla al cine el sábado por la noche. Tenía intención de devolverle ahí las braguitas. Estaba deseando que llegara el momento de verla con la boca abierta y que supiera que él estaba al tanto de lo que había hecho. Mientras subía las escaleras para echarse la siesta, pensó que estaba deseando ver qué excusa le iba a poner.

La noche de su vida | j.bDonde viven las historias. Descúbrelo ahora