______ sintió cómo algo se movía alrededor de su vientre al mismo tiempo que Justin acercaba más el cuerpo, y automáticamente la cuna de sus muslos recibió la dura erección que se apretaba contra ella, provocando un deseo tan intenso que no pudo hacer otra cosa que gemir.
Aquél era el tipo de beso que la mayoría de los hombres le daban a una chica después de una cita, y no antes de que comenzara la velada. Pero evidentemente nadie se lo había contado a Justin, y él le estaba demostrando que hacía las cosas sin seguir ningún orden particular. Él ponía sus propias reglas. Ahora ______ entendía por qué las mujeres le perseguían y por qué los padres le advertían que no fuera tras sus hijas.
Justin cambió la intensidad del beso sin previo aviso y las manos que ya le estaban rodeando la cintura le apretaron con más fuerza. El embate de su lengua se intensificó, y ______ sólo pudo limitarse a quedarse allí y seguir gimiendo. Movió instintivamente las caderas contra las suyas y el calor se extendió más abajo por todo su vientre.
No había forma de saber cuánto tiempo se hubieran quedado así, devorándose la boca el uno al otro, si ______ no se hubiera apartado para respirar. Cerró los ojos y aspiró con fuerza el aire, lamiéndose los labios y saboreando a Justin en su lengua. El placer que le proporcionaban sus besos era casi insoportable. Abrió lentamente los ojos para calmar la turbulencia de emociones que sentía en su interior.
Por segunda vez aquella noche, Justin le sujetó la barbilla y le levantó el rostro. Su mirada resultaba intensa, oscura, apasionada. En aquel momento parecía tan salvaje como el paisaje en el que vivía. Continuó sosteniéndole la mirada. Hipnotizada. Enamorándose cada vez más.
—______ Conyers, eres más de lo que yo podía esperar —dijo Justin en un tono ronco que sonaba íntimo y al mismo tiempo abrumador.
—¿Y eso es bueno o malo? —le preguntó ella.
Él se rió suavemente y le soltó la barbilla, pero no antes de bajar la cabeza y rozarle los labios.
—Eso lo decidirás tú más tarde —le susurró contra los labios—. Vamos, salgamos de aquí mientras todavía podamos.
Aquella noche no iba a ser como la había planeado, pensó Justin. Ni siquiera el olor de las palomitas podía librarle de su aroma. Aquélla era su primera cita y su firme intención había sido que fuera la última.
Pero…
No quería que la velada terminara. Ni quería estropear lo bien que iban las cosas entre ellos.
Tras la película sugirió que fueran a Torie’s a tomar un café. ______ era todo lo que un hombre podía desear en una cita. Tenía la habilidad de mantener una conversación en la que ella no era la única protagonista. Y mientras conducía su deportivo por el centro de Denver, Justin llegó a la conclusión de que le gustaba el sonido de su voz y tenerla tan cerca. Su aroma continuaba apoderándose de sus sentidos.
A lo largo de su vida había conocido a muchas mujeres que olían bien, pero la que estaba sentada a su lado ahora, con los ojos cerrados mientras escuchaba el disco de John Legend, no sólo olía bien sino que daba gusto olerla. Y Justin se dio cuenta en aquel momento de que allí estaba la diferencia. Sacudió la cabeza y se rió entre dientes ante aquella conclusión.
—¿Qué te hace tanta gracia? —preguntó ella abriendo los ojos y girando la cabeza para mirarle.
—Estaba pensando en la película —mintió Justin, porque de ninguna manera podía contarle lo que estaba pensando.
______ se rió.
—Ha estado bien, ¿verdad?
Cuando el coche aminoró la marcha por el tráfico, Justin la miró de soslayo.
—Sí, muy bien. ¿Estás cómoda?
—Sí, gracias. Este coche me gusta mucho.
—Me alegra que te guste —aseguró sonriendo.
Le gustaban las mujeres que apreciaban su coche.
Varias de las chicas con las que había salido se habían quejado de que aunque el coche era muy veloz, no había espacio suficiente.
—¿Te puedes creer que están diciendo que la semana que viene va a nevar?
Él se rió.
—Eh, estamos en Denver. Siempre se esperan tormentas de nieve.
Transcurrió un instante de silencio.
—¿Te gustó vivir en Florida esos cuatro años?
______ asintió.
—Mucho.
—Entonces, ¿por qué volviste a Denver?
Ella no respondió de inmediato.
—Porque no podía imaginarme viviendo en ningún otro sitio —dijo finalmente.
Justin asintió, lo entendía perfectamente. Aunque le había gustado vivir en Phoenix mientras estaba en la universidad, siempre estaba deseando volver a casa… para verla.
No llevaba ni una semana allí cuando Ramsey le envió a la ciudad a comprar un bote de disolvente y entonces volvió a verla.