Al principio se había quedado sorprendido, casi no la había reconocido. Había pasado de ser una joven desgarbada a convertirse en una mujer de veintipocos años muy bella. Menos mal que su padre había estado en guardia y había intervenido otra vez, porque no había forma de saber hasta dónde le habría llevado su calenturienta mente aquel día. ______ se había librado de ser una más de la lista de Justin. Cuando volvió a casa fue como si las mujeres hubieran salido del bosque para intentar captar su atención.
Enseguida llegaron a Torie’s, una cafetería muy elegante conocida por su café y sus premiados postres. Justin la ayudó a salir del deportivo y fue muy consciente de que todo el mundo les estaba mirando. Pero ahora, al contrario que en otras ocasiones, no estaba tan seguro de que el centro de atención fuera su deportivo de diseño danés, sino la mujer a la que estaba ayudando a salir. Por primera vez desde que podía recordar, le entregó las llaves al aparcacoches sin dirigirle una mirada de advertencia ni darle instrucciones sobre cómo ocuparse de él.
—Señor Bieber, qué alegría verle —le saludó el maître cuando entraron en la cafetería.
—Gracias, Pierre. Me gustaría tener una mesa apartada en la parte de atrás.
—Sin duda.
Justin agarró el brazo de ______ mientras les guiaban hacia una mesa que daba a las montañas y a un lago. El fuego que ardía en la chimenea añadía el toque final. Un escenario romántico incluso para alguien como él, un hombre que probablemente no tenía ni un gramo de romanticismo en el cuerpo a menos que le conviniera en ese momento.
—Podemos tomar sólo café si quieres, pero la tarta de queso con frambuesas es buena —dijo sonriendo cuando se sentaron.
______ se rió.
—Voy a hacerte caso y a probarla.
Cuando llegó el camarero le pidieron las bebidas. ______ quería una copa de vino, y cuando él pidió sólo un vaso de soda, ella le miró con curiosidad.
—Voy a conducir, ¿recuerdas? Y sigo medicado —dijo a modo de explicación—. El médico me prohibió tajantemente consumir alcohol mientras siguiera tomando pastillas.
—¿Te sigue doliendo? —quiso saber ella.
—Si no me muevo muy deprisa, no —afirmó Justin sonriendo—. Por lo demás estoy bien.
—Supongo que no volverás a subirte a lomos de Sugarfoot pronto.
—¿Qué te hace pensar eso? De hecho tengo pensado volver a montarle mañana.
La expresión de horror de ______ no tenía precio, pensó Justin extendiendo la mano por encima de la mesa para tomarle la suya.
—Eh, estoy de broma —sonrió.
Ella frunció el ceño.
—Espero que así sea, Justin, y confío en que hayas aprendido la lección sobre correr riesgos innecesarios.
Él se rió.
—Créeme, así es —aseguró, aunque sabía que ______ era un riesgo y tenía la sensación de que pasar demasiado tiempo con ella no era algo bueno.
Entonces se dio cuenta de que seguía sosteniéndole la mano, y se la soltó haciendo un supremo esfuerzo.
Debería tener cuidado y no encariñarse con una mujer como ______. Era la clase de mujer de la que un hombre se encariñaría antes incluso de ser consciente de ello. La atracción que sentía hacia ella le parecía demasiado natural y al mismo tiempo demasiado constrictiva. Era una mujer que parecía hecha sólo con el propósito de conseguir que un hombre la deseara como no había deseado nunca a ninguna otra mujer. Y eso no estaba bien.
Tras tomarse las bebidas pidieron café y compartieron un trozo de tarta de queso y frambuesas. Y mientras estuvieron allí sentados, ______ tuvo su completa atención para ella. Hablaron de muchas cosas. En más de una ocasión se vio recorriéndole el rostro con la mirada, observando sus facciones y apreciando su belleza. Tanto si lo sabía como si no, tenía una estructura facial perfecta, y cualquier hombre la encontraría sin duda atractiva. Pero Justin sabía que había mucho más aparte de su belleza física. También era bella por dentro. Justin escuchó mientras le hablaba de las numerosas obras benéficas con las que colaboraba y estaba impresionado.
Un par de horas más tarde, mientras la llevaba de regreso a casa, no pudo evitar pensar en cómo había ido la velada. Sin duda no como lo había planeado. Cuando el coche se detuvo en un semáforo en rojo, la miró. No le sorprendió ver que se había quedado dormida. Pensó en todas las cosas que quería hacerle cuando la acompañara de regreso a casa y supo que lo único que debería hacer era acompañarla a la puerta y marcharse. Le estaba pasando algo que no lograba comprender y era lo suficientemente inteligente como para saber cuándo retirarse.
Aquel pensamiento seguía en su mente cuando la acompañó a la puerta un poco más tarde. Por alguna razón, una fuerza tiraba de él en otra dirección y no le gustaba. El beso de antes había bastado para fundirle las neuronas y había tirado por la ventana su perfectamente construido plan para darle una lección.
—Gracias de nuevo por una noche tan maravillosa, Justin. Lo he pasado muy bien.
Él también.
—De nada —apretó los labios para evitar volver a pedirle una cita. Se negaba a hacerlo—. Bueno, supongo que ya me voy —dijo tratando de mover los pies sin entender por qué no se le movían.