XVII

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—No tenías por qué. Soy yo quien debe disculparse. No tendría que haberte dado la impresión de que tendrías que haber llamado.
A Justin le latía con fuerza el corazón dentro del pecho. Aquella afirmación mostraba lo distinta que era de las demás mujeres con las que se relacionaba. Y estaba convencido de que aquella diferencia, entre otras cosas, era lo que hacía que estuviera ahora allí con ella.
—No quiero que te disculpes por nada —dijo acercándose más y mordisqueándole uno de los lóbulos de la oreja—. Lo que quiero es esto.
Entonces le deslizó la lengua por los labios, y cuando ella suspiró volvió a hacerlo de nuevo.
—¿Por qué, Justin… por qué yo? —susurró ______ unos instantes antes de empezar a temblar contra la puerta.
—¿Y por qué no? —jadeó él contra sus labios antes de inclinarse más para saborearlos.
Su sabor, igual que su aroma, se estaba apoderando de él de un modo que le impulsaba a ir hacia delante en lugar de a recular.
Entonces decidió que ya habían hablado bastante por el momento y apretó su boca contra la suya.
La mente de ______ le gritaba una y otra vez que tendría que echarle de allí. Pero resultaba difícil escucharla cuando Justin estaba provocando semejante seísmo en su cuerpo. Aquél era el tipo de beso capaz de dejar a una mujer sin sentido. Fue un beso largo, apasionado y ávido. Le estaba devorando la boca como si fuera la última comida de su vida, y a ______ no le cabía la menor duda de que se trataba de un beso calificado equis.
Y por si fuera poco, su erección le estaba presionando en la unión de los muslos, acunándose en el monte de su feminidad como si hubiera buscado específicamente aquella parte de su cuerpo. Y luego estaban los pezones de sus senos, que se le clavaban a Justin en el pecho a través de la tela de la camiseta. No pudo evitar recordar lo que había sentido cuando estuvieron piel con piel. Si quería seducirla, desde luego iba por el buen camino.
De pronto él se apartó. Preguntándose por qué, ______ se mordió nerviosamente el labio inferior y se le quedó mirando fijamente. Justin le sostuvo la mirada.
—Creo que debemos tomárnoslo con calma y pensar un poco las cosas —dijo con voz ronca.
______ arqueó una ceja. Estaba claro que Justin hablaba por él. En lo que a ella se refería, no había nada que pensar. Sabía lo que quería y tenía la sensación de que Justin también. Entonces, ¿cuál era el problema? Conocía la situación. Nada era para siempre con Justin Bieber y estaba de acuerdo con ello. Aunque estuviera locamente enamorada de aquel hombre, conocía sus limitaciones. Las había aceptado mucho tiempo atrás. Había dado más pasos en los últimos doce días de los que hubiera esperado en toda su vida. Habían hecho el amor, por Dios, y Justin la había besado apasionadamente hacía una semana.
Y sin embargo, ya no era una adolescente que fantaseara con casarse con él y vivir felices para siempre. Entendía perfectamente que las cosas no iban a ser así. No estaba entrando a nada a ciegas; tenía los ojos bien abiertos. En resumen, no tenía que salvaguardar su corazón. Aunque no le gustara, aquel hombre era ya el dueño absoluto de su corazón y ya era demasiado tarde para hacer nada al respecto excepto tomar de buena gana lo que pudiera y vivir el resto de su vida de los recuerdos.
—Creo que tengo que dejarte tiempo para que te vistas y podamos ir a la pista de patinaje.
______ no pudo evitar sonreír suavemente.
—¿De verdad quieres hacer eso?
Él negó con la cabeza.
—No, pero si supieras lo que de verdad quiero hacer, probablemente me echarías a patadas.
—Ponme a prueba.
Justin echó la cabeza hacia atrás y se rió.
—No, creo que paso. Esperaré aquí a que te cambies de ropa.
______ le rodeó para dirigirse por el pasillo y se detuvo justo delante del umbral de su dormitorio.
—Sabes que seguramente nos lo pasaremos mejor si nos quedamos, ¿verdad?
Justin sonrió y dijo con voz firme:
—Ve a vestirte, ______.
Ella se rió, entró en el dormitorio y cerró la puerta. Mientras se quitaba la ropa, tomó una decisión. Por primera vez en su vida iba a probar suerte seduciendo a un hombre.

La noche de su vida | j.bDonde viven las historias. Descúbrelo ahora