Un Día... ¿Común?

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El sonido de mis pasos acelerados ahogaba el silencio en aquella avenida que, en ese momento, parecía interminable.

El sol parecía haber llegado a su punto máximo y caía incesantemente en mí mientras hacía un esfuerzo por contener mi llanto. No era tristeza lo que parecía provocarlo, sino el enojo que buscaba esconder presionando mi quijada. 

Estaba cansada de discutir con mi madre. La misma razón de las últimas semanas. 

Me sentía ahogada en mis pensamientos, luchando sin parar contra un hecho al que no quería hacerle frente, mismo que me acompañaba en sueños y que parecía taladrar en mi mente cada vez con más fuerza...

Para mi madre, se trataba únicamente de un drama innecesario por parte mía. 

Ya no estaba dispuesta a escuchar las mismas palabras de siempre: "Tenemos que hablar, Vannesa", "Necesitas escuchar lo que tengo que decirte".
Pero no era eso lo que necesitaba, solo quería estar sola. 

Esa tarde no pude más con el estrés que resonaba en casa, y me dirigí a la puerta casi sin pensarlo.

A lo lejos, en un parque que no había visitado en algunos meses, podía ver a los niños corriendo, lanzando pequeños aviones de papel al aire, yendo unos tras de otros después de haber caído en la tierra un par de veces. Una corta sonrisa escapó de mis débiles labios al mirar las sonrisas que esbozaban los niños sin esfuerzo, antes de desviar mi vista casi por impulso unos metros adelante.

Ahí estaba esa casa color crema, cuyo jardín inmenso estaba repleto de flores y pequeños pájaros que cantaban aquí y allá. Era imposible no observar la gran fuente central. Su incansable chorro de agua me invitaba a acercarme al tiempo que una paz me dominaba. ¿Cuándo fue la última vez que sentí mi corazón latiendo sin tanto esfuerzo? — pensé.

Los barrotes negros que conformaban el portón de entrada metálico se mantenían helados a pesar de la calurosa temperatura en el ambiente. Mientras descansaba mi cabeza en aquel portón, absorbiendo el sonido de la fuente, recordé que, en mis días de colegio, mi amiga Allison y yo solíamos caminar por esa calle, admirando aquel lugar a la distancia, saliendo cada tarde juntas, hablando de lo que no podíamos hablar con nadie más, saltando clases sabiendo que no nos perderíamos de nada importante, igual que las veces anteriores, haciendo que la vida fuera un poco más sencilla...

Pero ella ya no estaba. Tampoco esa alegría adolescente en mí.

Estaba a punto de irme, cuando una voz que salía del otro lado habló, causándome un pequeño sobresalto:

—¡Hola! ¿Estás aquí por el empleo?

Era una chica, no mucho mayor que yo, su piel parecía varios tonos más clara que la mía (aunque siempre había pensado que yo era demasiado blanca).
El color de su cabello captó mi atención. Era de un abundante y profundo color negro. 

Aparentemente, había estado aseando el jardín a unos pocos metros de mí, sin que pudiera percatarme de que ahí estaba. Acercó las llaves, que había sacado del mandil que vestía, a la cerradura metálica con una gentil sonrisa, mientras esperaba mi respuesta.

—Hola... yo... —no sabía qué decir, pero, para mi sorpresa, instintivamente afirmé su pregunta —. Así es, buscaba cómo llamar a la puerta para... entrar y poder...

—Entiendo —rio amablemente—. Pasa, te llevaré adentro.

—Gracias —respondí.

Caminamos atravesando el jardín, por un pequeño sendero en su centro hasta llegar a la puerta principal. Miré hacia la fuente, al tiempo que percibía la ligera brisa que ahora chocaba con mi rostro.

No puedes elegir de quién te enamorasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora